sábado, 30 de abril de 2011
Sábato y Borges, las dos mitades de Argentina
Tras «Diálogos Borges-Sábato», el libro de Barone, está claro que la suma de sus visiones define a Argentina
No hay dos escritores que difieran tanto y, justamente, tal divergencia los aproxima. Borges, neoclásico, labra su escritura, economiza, especula con un vocabulario cuidadosamente escogido, huye de la novela y prospera en poemas, ficciones y breves ensayos. Sábato hereda al Romanticismo. Su lenguaje obedece a su afectividad y busca ser expresivo de sus amores, sus horrores, sus miedos, sus vértigos. Se manifiesta privilegiadamente en la novela, también entendida en plan romántico: un discurso donde todo cabe y que carece de formalidades previas, apuntando al infinito y al fragmento. Al desgarro, diría él.
Comunista de simpatías libertarias, Sábato dejó al PC en los años treinta, haciendo la crítica del socialismo real y totalitario. Coincidió con Borges en apoyar a la República Española y a los Aliados, en sendas guerras. El peronismo los privó de sus trabajos y consiguió reunirlos en la desdicha. Pero cuando en 1955 Perón fue derrocado por sus colegas militares, Borges se encarnizó en demonizarlo, en tanto Sábato trató de entenderlo históricamente. El peronismo era malo mas los peronistas eran y siempre fueron sus compatriotas y merecían su respeto ciudadano. Denunció torturas a lo largo de penosas décadas que remataron con la Junta de 1976 a 1983. También le tocó, en 1962, ser nuevamente destituido de su cargo en la cancillería argentina, por un golpe de Estado contra el presidente Frondizi.
Vale la pena releer sus textos en paralelo. No sólo por aquella disidencia estética en cuanto a la calidad del lenguaje literario, a su naturaleza. ¿Es una artesanía cuya materia prima es la palabra convertida en un precipitado químico, una destilación o una alquimia? Por el contrario ¿es el lugar donde la única verdad humana, que es el sentimiento, se abre paso entre las convenciones de la lengua? Si Borges llega a ser pesadillesco en sus relatos y a diluir toda certeza en sus ensayos, Sábato hace lo opuesto: parte de la pesadilla y la declara dueña y señora de su tarea, en tanto busca un lugar para su fe perdida, acaso sin hallarlo pero confiado en que existe. La muerte borgiana es una conjetura. La muerte sabatiana es una realidad existencial. El infinito de Borges es una manera de seducción lógica de un decir paradójico. Para Sábato, una vertiginosa constatación. Los sueños son, en Borges, motivo de duda acerca de la realidad de lo real. En Sábato ocupan el lugar de la verdadera realidad, a la que llegamos a rachas y con intermitencias.
A veces, estas dos mitades del imaginario argentino se conciliaron como si hubiesen buscado juntarse al decidir separarse. Solía ocurrir en torno a una mesilla del café El Querandí, en el barrio Sur de Buenos Aires, con unas copas de caña quemada como excusa. Para Borges, el Sur era el paisaje de los heroicos cuchilleros decimonónicos. Para Sábato, lo era de barracas y naves industriales también decimonónicas, un suburbio obrero. En esas dos claves, estos viejos letrados intentaban descifrar el enigma que es, para cualquier ser humano, su país natal. Hoy podemos reabrir ese diálogo, cerrar el quiebre, pensar la Argentina por enésima vez.
Fuente ABC – España
Blas Matamoro
01/05/2011
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