Julian Barnes
En 1971 Borges vino a Oxford, obviamente para recibir un
título honorario. En ese momento yo estaba trabajando en el Oxford English
Dictionary y, por la noche, Borges ofreció algo que no puede llamarse,
exactamente, una conferencia o una lectura o un seminario, sino una suerte de
audiencia papal informal. Yo ya había estado frente a otros escritores "a
veces bastante famosos", pero, por lo general, no me habían impresionado.
Más bien, me habían parecido actores que simulaban haber escrito las palabras
que estaban pronunciando, pero no había sido así parecían estar vendiéndose de
alguna manera. Borges era totalmente diferente. Al finalizar el encuentro,
pensé: si esto es ser un escritor, vale la pena serlo.
En ese entonces yo tenía 25 años y escribí en mi diario en
esa oportunidad que Borges tenía "la presencia más noble que alguna vez
haya visto o sentido". Ahora tengo 50 años y el eco de esa presencia sigue
sobreviviendo en mi interior. También leo que escribí: "parece una veleta
entrada en años que los vientos del tiempo hicieron adelgazar". Su
traductor leía prosa y poemas en voz alta, mientras Borges escuchaba, con la
cabeza levemente inclinada hacia un costado, y siempre articulando los labios
al son de sus propias palabras, como un monje que repite en un eco silencioso.
"Su obsesión calma, precisa y total con la identidad y el tiempo",
anoté, "me hizo sentir que ésta era la verdadera condición normal del
hombre".
Hablaba en un inglés suave y agradable y parecía nadar en
nuestra literatura, pero una vez más, me sorprendió el hecho de que sus puntos
de referencia fueran totalmente diferentes de los que a mí me resultaban
familiares y a los que era fiel. Hablaba de Stevenson, Coleridge, Andrew Lang, Dr. Johnson y Lord
Chesterfield. Sin intención, hizo un comentario simple pero profundo: la
literatura de una nación no es sólo lo que esa nación decide que sea, sino
también lo que otras naciones decidan que sea. Logró que la sala estallara en
risas y en aplausos cuando citó la observación de Lord Chesterfield: "¿Qué
es la vida? Una maldita cosa detrás de la otra". (Cuando intento verificar
la cita 25 años después, descubro que mi Diccionario de Citas de Oxford se la
adjudica al oscuro Elbert Hubbard. Bueno, prefiero creerle a Borges y no a un
simple diccionario).
También habló de la única palabra, dijo, que ningún escritor
usó o usaría, ya que su uso eclipsaría a todos sus vecinos. Era la palabra que
Poe estaba buscando, y no encontraba, en El cuervo: la palabra era
"neverness" (nunca jamás). Ahora Borges se marchó, hace 10 años, a
ese Nunca Jamás al que todos nos dirigimos despiadadamente. Pero su eco
sobrevive en todos aquellos a quienes llegó "muchas veces sin
saberlo" con su presencia. En un cierto momento hace 25 años, me mostró "una
vez más, sin saberlo" que el verdadero rol clerical del escritor es con la
gravedad de las cosas, con la "verdadera condición normal del hombre"
que tanto tiempo nos lleva ocultar. Más tarde, durante la guerra de Malvinas,
nos recordó que la obligación del escritor es decir la verdad más allá de la
popularidad. Es lo que hizo con su comentario, brillante y sagaz, de que la
guerra no era más que "dos pelados peleándose por un peine". Nunca me
conoció, pero yo lo conocí a él, y le rindo un saludo.
Fuente : Clarín 1996
Julian Barnes
Traducción de Claudia Martínez
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