Poema del gran escritor argentino Jorge Luis Borges en la voz de Miguel Turrado.
Audio extraído del ciclo de literatura del programa radial Nos sobran los motivos.
Fuente: You Tube
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Cecilia Martínez
Los tigres, que veía en el zoológico, lo hechizaban, y no había peor castigo que quitarle los libros. Antes de convertirse en el escritor universal, Jorge Luis Borges fue un niño, lúcido y elocuente, cuya infancia es reconstruida en el libro Memorias de Leonor Acevedo de Borges.
Los recuerdos de la madre del más grande escritor argentino fueron recopilados por el investigador Martín Hadis en un volumen de 300 páginas que se constituye como una “verdadera precuela a todas las biografías existentes” del autor de El Aleph.
A través de un trabajo casi “arqueológico” que duró más de una década, Hadis se entregó a la tarea de fechar, analizar y contextualizar centenares de “papelitos” en los que la escritora Alicia Jurado registró a comienzos de los años 70 el contenido de sus charlas con Acevedo (1876-1975). Se trata de “fragmentos dispersos de una memoria que dejó de existir, los recuerdos de una vida casi centenaria que nace en los tiempos de los patios con aljibes”, decía la primera sobre la madre del escritor, en cuyos relatos se basaría para escribir un libro que no llegó a ver la luz pero que tuvo un prólogo. Jurado lo escribió pensando en las “imágenes” que Leonor “retuvo hasta el final de su vida”. De ella, diría: “fue una mujer de excepcional inteligencia, de cultura nada común y de fina sensibilidad, que unió a estas cualidades la integridad, el coraje, el altruismo, la delicadeza, la cortesía, la ternura”, describió así a su “inolvidable amiga”, con quien se reunía semanalmente cuando frecuentaba al escritor.
“Su inteligencia, su sensibilidad, cuánto de ella había en Borges y su interés por lo fantástico, por lo metafísico, por el más allá”, son las aristas de la personalidad de Leonor que más sorprendieron a Martín Hadis en su investigación, nutrida asimismo de otro gran hallazgo: las cartas autobiográficas que la madre de Borges enviaba a Esther Haedo Amorim.
María Kodama también recuerda a Leonor. Por ejemplo, cuando discutía “de igual a igual” en el living de los Borges con los políticos “y gente que uno veía en los diarios”, mientras ella y un joven Borges, a quien conoció con 16 años, estudiaban junto a la ventana de la casa. “Yo cada tanto quería escuchar qué decían, porque me fascinaba ver a esta señora frente a todos estos hombres, pero Borges inmediatamente se daba cuenta y me decía: ‘no preste atención, están hablando estupideces, concentrémonos en el anglosajón’”.
En diálogo con Hadis en la presentación del libro en la Biblioteca Nacional, la compañera del escritor trajo a la memoria algunos momentos compartidos con Acevedo, quien, en su lecho de muerte, unió en un gesto la mano de Kodama con la de su hijo. “Como diciendo: ‘te lo entrego’”, contó la especialista en literatura.
La casa de la calle Tucumán, los patios, el colegio La Santa Unión, las vacaciones en Uruguay, las costumbres, la vida social, las madres de Sarmiento, las comidas, los restaurantes, las amistades, los entretenimientos, las casas misteriosas, las quintas de verano. Hadis reconstruye la historia familiar, traza el árbol genealógico y aporta imágenes dentro de un retrato de época edificado a base de viñetas históricas y capítulos dedicados a Jorge Guillermo Borges, los viajes a Europa, Ginebra, las viviendas de los Borges, los Haslam y mucho más.
El autor revela datos desconocidos sobre “los chicos”: Georgie y su hermana Norah, los juegos, la vida en el hogar, los estudios, la infancia en la calle Serrano, los libros, la vocación literaria, los idiomas, la fiebre, la magia, la ceguera.
Posicionado como uno de los estudiosos borgeanos más prolíficos, Hadis defiende el rigor del trabajo volcado en las páginas del libro, al que también recorre “el humor” que caracterizaba a sus retratados. “El humor más intelectual viene del padre, pero esa cosa criolla, de humorada, procede de la madre. Es muy risueño este libro, tiene esa distancia risueña que Borges ponía a la realidad, siempre listo para la fina ironía”.
Juan Sasturain, Director de la Biblioteca Nacional, María Kodama y Martin Hadis en el acto de anteayer, en la explanada de la Biblioteca Nacional
Juan Sasturain, Director de la Biblioteca Nacional, María Kodama y Martin Hadis en el acto de anteayer, en la explanada de la Biblioteca NacionalGerardo Viercovich - LA NACION
Entre las múltiples anécdotas, Hadis resume varias: “Resulta que Borges está durmiendo y parece que suena el teléfono. Al día siguiente, él pregunta: ‘¿lo soñé?’ No lo soñaste, llamó un tilingo, responde su madre. ‘¿Qué pasó?’ Entonces él cuenta que Leonor, que ya tenía 93 años -edad a la que llegó completamente lúcida-, es espetada por una voz ‘grosera y terrorista’: ‘te vamos a matar, a vos y a tu hijo’. Lejos de entrar en pánico, una Leonor de esa edad, de madrugada, responde a la amenaza: ‘¿y a qué debo la cortesía?’ La voz sigue: ‘porque soy peronista’. Ella dice: ‘muy buena idea. En cuanto a Georgie, matarlo es muy fácil, Georgie es ciego, se toma siempre el mismo tranvía desde la Biblioteca Nacional, se baja en la esquina de Maipú y San Martín, usted va y lo mata. En cuanto a mí, joven, si usted realmente me quiere asesinar, le voy a hacer una sugerencia: no se distraiga hablando conmigo mucho tiempo más, porque si usted no se apura y viene a matarme, yo ya tengo noventa y largos, capaz que me muero antes’”. Borges diría luego que el anónimo no volvió a llamar, “quedó espantado”. Acevedo “tenía muchísimo humor”, confirma el hecho Kodama.
Los relatos que la madre trasladaba al joven Borges contribuyeron a su formación. “Es divertido pensar al erudito, al gran creador de laberintos, como un niño. Cuenta Leonor que estaba frente a la jaula de los osos y que había una piedra enorme, que era más grande que él, y le dice: ‘soltá eso, caramba’, pero él se va con la piedra todo el camino hasta la casa y la deja en el jardín. Leonor estaba furiosa y le dice: ‘metete en el baño, en penitencia’. Él decía desde el baño: ‘no hay derecho’. Argumentaba, lógicamente. Y Leonor, ya harta, le dice: ‘si lo hiciste sin querer, salí’. Pero escucha silencio y Borges no salía. ‘¿Georgie, estás ahí? ¿Qué te pasa?’ Es que lo hice con querer”, razonaría el pequeño. Hadis remarca que aquel joven “era imposible de controlar”, a lo que Kodama corrige con humor: “Era libre. Por eso nos entendíamos tan bien”.
Cuando Borges empieza a escribir, sufre un accidente: se choca contra una ventana abierta y es llevado al hospital. “Tenía mucho miedo de no poder volver a escribir y es ahí cuando le dicta a la madre cuentos”, señala su compañera. A partir de entonces, emerge como cuentista. “En una ocasión, le estaba dictando un cuento y le dice: ‘repiqueteaban los cascos de los caballos en el Camino de las Tropas…’. Y la madre remarca: ‘¿pero vos estás loco, cómo vas a poner adoquín en el Camino de las Tropas?’ Porque entonces en Buenos Aires las calles, salvo Florida y un par más, eran todas de tierra. Entonces Borges dice: ‘ahí lo corregí y ahí mi madre me salvó de empedrar una calle que no lo estaba”, relató Hadis en referencia a la relevancia histórica de los relatos trasladados por Leonor a su hijo y llevados por éste a la literatura.
¿Cómo era el Borges infantil? Las narraciones maternas lo sitúan en medio de travesuras que dan cuenta “ya del genio” temprano, a los 3 o 4 años. “En la quinta que tenían los Haedo en Uruguay, los chicos querían jugar y como Borges era un chico muy juicioso, la única manera de hacerlo jugar a las escondidas era sacarle los libros y chantajearlo con eso”, relata Hadis.
“Mi desafío fue enhebrar todos estos recuerdos dispersos para acercarnos a Borges de una forma distinta”, insiste el autor del libro, que tuvo entre sus oyentes a varios descendientes de la familia y al director de la Biblioteca, Juan Sasturain. En el acto, el investigador y María Kodama bebieron agua de una jarra labrada de Leonor Acevedo y viajaron con las palabras a aquel Buenos Aires del joven Borges.
Fuente: La Nación
"JORGE LUIS BORGES" "Poeti, scrittori ed altre creature inutili..." presenta Borges" opere di Pino Manzella, voce di Margherita Di Marco Terzo appuntamento con Jorge Luis Borges e alcune proposte della sua opera letteraria. Jorge Luis Borges, scrittore argentino tra i più alti esponenti della letteratura sudamericana, anche poeta, filosofo, saggista.
Vi diamo un assaggio della sua narrativa e poesia . Come sempre alla fine del video troverete la bibliografia di riferimento. Buon viaggio nel "realismo magico" di questa creatura argentina, e nelle visioni di - per dirla alla Sciascia - "un teologo ateo […], che ha fatto diventare il "discorso su Dio" un ‘discorso sulla letteratura". .............. "Tutta l’arte è completamente inutile», scriveva Oscar Wilde nella prefazione al Ritratto di Dorian Gray. Inutile giacché non asservita ad esigenze economiche e materiali, e dunque al bisogno – se non quello di esprimersi – e al potere – se non quello creativo.
Con un gusto del paradosso, spia dell’ironico sberleffo del pittore, s’intitola questa galleria di ritratti di Pino Manzella, "Poeti, scrittori e altre creature inutili". Un omaggio alla grande letteratura del Novecento percorsa dal filo rosso dell’impegno etico- civile e della riflessione metanarrativa, in un gioco di specchi e di rifrazioni infinito. (L. Spalanca). Ciclo di appuntamenti virtuali tra pittura e letteratura con l'augurio che questo tempo sospeso, in qualche modo, ci ricordi la "necessità" di tante creature "inutili".
Fuente: You Tube
https://www.youtube.com/watch?v=LJwUsOOri7w
Martín Hadis recopiló en un libro las memorias de Leonor Acevedo, la madre del autor de El Aleph. Aquí, fragmentos deliciosos.
Pocos años después del nacimiento de Georgie (N. de la R: Jorge Luis Borges) nos fuimos a vivir al barrio de Palermo, a la casa de la calle Serrano. El jardín de esa casa fue para mí una especie de Paraíso, he pasado años muy felices allí, y es el que Georgie recuerda cuando dice que pasó su infancia en un jardín y en una biblioteca. Esa biblioteca era de mi marido y es en la que Georgie formó su espíritu.
Georgie tiene la misma inteligencia que su padre, el mismo tipo de sensibilidad, el amor por la filosofía, el mismo deseo de saber el origen de las palabras. Estaban todo el día con un diccionario en la mano, padre e hijo, buscando siempre de donde venía alguna palabra, conversando sobre etimología.
Al igual que su padre, cada vez que una palabra o cualquier cosa desconocida le llamaba la atención, buscaba un diccionario o algún libro para aprender.
Libros y juegos
Cuando todavía no sabía leer, Georgie nos pedía siempre a mí o a su abuela que le leyéramos. Después, siendo todavía muy chico, aprendió a leer por su cuenta y desde entonces siguió solo.
Amaba los libros y era capaz de pasarse el día leyendo. La lectura ha sido siempre su gran pasión. Pero también le gustaba mucho salir, a la calle o al jardín. En éste había una gran palmera, de la que Georgie se acordó en sus versos, llamándola “pequeño convento de pájaros”.
Bajo esa palmera inventaba junto con su hermana los juegos, los sueños, los proyectos. Inventaban personajes que luego representaban: era su isla. Georgie era el más imaginativo y Norah la más valiente; él la seguía cuando ella trepaba a los árboles.
El tigre se ha apoderado de él. Ahora está por toda su obra. Nunca he logrado comprender el motivo de esta fascinación suya. ¡Nadie en nuestra familia es feroz!
Leonor Acevedo
Una vocación literaria
Yo estaba muy segura de que él sería escritor. A los seis años, escribió un cuento breve, en español antiguo, titulado La orilla fatal. Era de cuatro o cinco páginas. Cuando era muy pequeño, usaba un lenguaje absolutamente fuera de lo común. ¿Quizá oía mal? Desfiguraba por completo las palabras.
A los nueve años tuvo su primera publicación. Era una traducción de un cuento de Oscar Wilde, El príncipe feliz. Como la firmó simplemente “Jorge Borges”, todo el mundo creyó que la había escrito mi marido.
Más adelante, a los 24 años dio su primera conferencia. Era sobre El idioma de los argentinos y al día siguiente apareció publicada en el diario; Victoria Ocampo la leyó y ese mismo día –era un sábado– le envió una carta donde le decía que él había logrado expresar lo que ella siempre había querido decir sobre el idioma castellano, y lo invitaba a su casa almorzar el día siguiente.
Al principio dudó, pero igual fue a verla a Victoria. Se entendieron bien y desde entonces Georgie le tiene mucho afecto, pero también siente una suerte de temor reverencial hacia ella.
Pasiones e intereses
Dibujaba animales, acostado sobre la tierra, y siempre comenzaba al revés, por las patas. Sobre todo dibujaba tigres, que eran sus animales favoritos. Después de los tigres, y otras fieras salvajes, pasó a los animales prehistóricos sobre los cuales, durante dos años, leyó todo lo que pudo encontrar.
Luego, se apasionó por las cosas egipcias y leía, leía a más no poder, hasta que desembocó en la literatura china. Tiene una gran cantidad de libros sobre esta materia.
En resumidas cuentas, ama todo lo que es misterioso. Es así que tiene escritas muchas conferencias sobre la Cábala; lo mismo sobre los judíos, que muchas veces le preguntaron cómo él sabía tanto sobre la Cábala.
Los tigres
Cada vez que iba al zoológico se detenía a mirar a las bestias feroces, especialmente a los leones y los tigres. El tigre se ha apoderado de él. Ahora está por toda su obra.
Nunca he logrado comprender el motivo de esta fascinación suya. ¡Nadie en nuestra familia es feroz! Siempre hemos sido una familia tranquila, dedicada a los libros. Los libros han sido siempre nuestros amigos. Pero a Georgie le han gustado siempre “las fieras”.
Georgie me dijo: “Creo que la operación dio resultado.” “¿Ah sí?” le pregunté. “Sí”, me dijo. “¡Puedo ver las estrellas!” Cuando dijo eso, yo lloré de emoción.
Leonor Acevedo
Ceguera
Georgie siempre fue muy miope; una vez había en la mesa un frasco de pickles ingleses en vinagre; le pregunté qué decía en el papel del frasco y contestó que era un papel en blanco. El médico diagnosticó una catarata incipiente (la catarata congénita era típica de la familia de Jorge).
Un día casi lo llevó por delante un carro y yo lo llevé a Natale. Le hizo cuatro operaciones para intensificar la catarata y poder operar. Francisco L. Bernárdez venía mucho; después de operado lo acompañaba para que no se moviera.
La última vez no veía nada; corrí a verlo a Natale y me explicó que la catarata se había solidificado y había que operar nuevamente. Por ese entonces, vivíamos en la calle Quintana. Una vez que se hubo recuperado, Georgie me dijo: “Creo que la operación dio resultado.” “¿Ah sí?” le pregunté. “Sí”, me dijo. “¡Puedo ver las estrellas!” Cuando dijo eso, yo lloré de emoción.
Al día siguiente salimos al jardín y lo noté muy triste. “¿Qué te pasa?”, le pregunté. El contestó: “Es que ya no puedo ver las estrellas”. “¡Pero es que no hay, Georgie!”, le dije. “¡El cielo está totalmente nublado!” Y creo que con eso volvimos a vivir. A partir de entonces, vio perfectamente.
Natale, sin embargo le advirtió que si leía lo hiciera siempre con luz que le viniese de atrás y que le diera directamente al libro. Pero pasaron los años y Georgie olvidó esa advertencia.
Un día se tomó un tren a Mar del Plata y se pasó el viaje leyendo con mala luz. Iba sentado al lado de la ventanilla y estuvo leyendo todo el viaje. Cuando llegó a Mar del Plata veía luces por todos lados, de todos los colores. Y después nada: la oscuridad. Tuvo un desprendimiento de retina.
Victoria Ocampo lo consiguió a Malbrán y nunca se lo agradeceré bastante. Malbrán vino a casa y dijo que la retina estaba en muy mal estado y lo operaría. No quiso cobrar la operación. Todo el mundo le temblaba a Malbrán: era hosco y de pocas palabras, pero conmigo fue muy afectuoso. Luego de la intervención, Georgie veía bien otra vez, pero luego poco a poco se le fue empeorando nuevamente la vista.
Yo le he leído siempre a Georgie desde que se agravó su ceguera. Le he leído en castellano, en francés, incluso en italiano. Nunca me canso, puedo leerle durante horas y horas. El que me frena por lo general es él; me dice: “Bueno, creo que ya estamos los dos cansados”. ¡Pero el que se ha fatigado es él!
Georgie solía cenar todas las noches en lo de su amigo Bioy Casares. A veces volvía a medianoche, otras veces aún más tarde. Yo siempre oía el ruido de la llave e inmediatamente después su saludo: “¡Madre!”. Y luego me preguntaba: “¿Estás cansada?”. Era su forma de pedirme que le leyera algo. Y yo, por supuesto, me levantaba a leerle, sin importar qué hora fuera.
Salía de la cama, me ponía mi robe de chambre y venía a leerle. El se sentaba en su sillón, y yo en otro, enfrente, y le leía durante un par de horas hasta que le daba sueño. Entonces yo le daba su vaso de leche y ya después de eso se iba a dormir.
Estudios e idiomas
Yo creo que debe su memoria al hecho de haber dominar tantas lenguas y tantas literaturas, y también de haber logrado expresarse en ellas. Georgie creció hablando inglés con su abuela inglesa (mi suegra); luego, como ya he contado, lo perfeccionó en casa con una institutriz. Cuando fuimos a Europa y nos instalamos en Ginebra, tuvo que aprender francés con un tutor para poder asistir a la escuela.
Afortunadamente, cuando llegamos allí eran los meses de vacaciones y esto le dio tiempo a Georgie para ponerse al día con el idioma. Cuando comenzaron las clases ya había aprendido suficiente francés y pudo anotarse sin problemas.
El colegio al que asistió en Ginebra era el que había fundado Calvino, el predicador protestante, y estaba exactamente igual que cuando lo construyeron en el siglo XVI: no le habían hecho ninguna modificación desde entonces. Hasta las piedras del patio eran las mismas que habían puesto allí hacía siglos.
En el colegio le iba muy bien, dedicado a sus deberes y sus lecciones. Pero las matemáticas le costaban. Por el contrario, amaba la historia y, por supuesto, la literatura, así como también la gramática y la filosofía. Para esta última disciplina, leía muchísimo y hablaba con su padre, los dos comenzaron a hablar de filosofía cuando Georgie cumplió los diez años. Mi marido estaba muy orgulloso de él.
En el tercer año del colegio, Georgie tuvo que elegir qué estudiar y optó, naturalmente, por las letras. Y desde el principio, ahí en el Collége, tenían diez horas de latín por semana, de manera que lee latín muy fluidamente y conoce muy bien los clásicos.
Los primeros tres o cuatro años en Ginebra los pasamos bastante bien, a pesar de la guerra. Pero eventualmente faltó la calefacción y empezaron a escasear los alimentos, así que nos fuimos a Lugano.
Georgie había terminado sus estudios y entonces decidió aprender alemán. Para su cumpleaños pidió que le regaláramos un diccionario alemán bilingüe. Con eso logró avanzar mucho; dos años después, en España, pudo hacer la primera traducción de poetas modernistas alemanes al castellano.
En Madrid se buscó un profesor de latín para seguir estudiando porque no quería olvidarlo, y después buscó también un profesor de árabe. Hace algunos años decidió aprender italiano, utilizando la edición bilingüe de la Divina Comedia traducida al inglés por Longfellow.
Su método era el siguiente: primero me pedía que le leyera los versos de Longfellow en inglés, y luego el original de Dante. Y así de ese modo, gradualmente, fue aprendiendo, hasta que ya no le más hizo falta la traducción y pudo comprender directamente el italiano. Lástima que no ha estudiado griego. Yo siempre le digo: “Es lo que te falta para tu formación: el griego. En lugar de dedicarte al anglosajón, deberías aprender griego”. ¡Pero no me ha hecho caso!
Fuente: Clarín
https://www.clarin.com/viva/borges-madre-genio-precoz-ardua-lucha-ceguera_0_VXbkWXFgo.html