domingo, 26 de diciembre de 2021

Borges, según su madre: el genio precoz y la ardua lucha contra la ceguera

Martín Hadis recopiló en un libro las memorias de Leonor Acevedo, la madre del autor de El Aleph. Aquí, fragmentos deliciosos.

 

Pocos años después del nacimiento de Georgie (N. de la R: Jorge Luis Borges) nos fuimos a vivir al barrio de Palermo, a la casa de la calle Serrano. El jardín de esa casa fue para mí una especie de Paraíso, he pasado años muy felices allí, y es el que Georgie recuerda cuando dice que pasó su infancia en un jardín y en una biblioteca. Esa biblioteca era de mi marido y es en la que Georgie formó su espíritu.

 

Georgie tiene la misma inteligencia que su padre, el mismo tipo de sensibilidad, el amor por la filosofía, el mismo deseo de saber el origen de las palabras. Estaban todo el día con un diccionario en la mano, padre e hijo, buscando siempre de donde venía alguna palabra, conversando sobre etimología.

 

Al igual que su padre, cada vez que una palabra o cualquier cosa desconocida le llamaba la atención, buscaba un diccionario o algún libro para aprender.

 

Libros y juegos

 

Cuando todavía no sabía leer, Georgie nos pedía siempre a mí o a su abuela que le leyéramos. Después, siendo todavía muy chico, aprendió a leer por su cuenta y desde entonces siguió solo.

 

Amaba los libros y era capaz de pasarse el día leyendo. La lectura ha sido siempre su gran pasión. Pero también le gustaba mucho salir, a la calle o al jardín. En éste había una gran palmera, de la que Georgie se acordó en sus versos, llamándola “pequeño convento de pájaros”.

 

Bajo esa palmera inventaba junto con su hermana los juegos, los sueños, los proyectos. Inventaban personajes que luego representaban: era su isla. Georgie era el más imaginativo y Norah la más valiente; él la seguía cuando ella trepaba a los árboles.

 

 El tigre se ha apoderado de él. Ahora está por toda su obra. Nunca he logrado comprender el motivo de esta fascinación suya. ¡Nadie en nuestra familia es feroz!

    Leonor Acevedo

 

Una vocación literaria

 

Yo estaba muy segura de que él sería escritor. A los seis años, escribió un cuento breve, en español antiguo, titulado La orilla fatal. Era de cuatro o cinco páginas. Cuando era muy pequeño, usaba un lenguaje absolutamente fuera de lo común. ¿Quizá oía mal? Desfiguraba por completo las palabras.

 

A los nueve años tuvo su primera publicación. Era una traducción de un cuento de Oscar Wilde, El príncipe feliz. Como la firmó simplemente “Jorge Borges”, todo el mundo creyó que la había escrito mi marido.

 

Más adelante, a los 24 años dio su primera conferencia. Era sobre El idioma de los argentinos y al día siguiente apareció publicada en el diario; Victoria Ocampo la leyó y ese mismo día –era un sábado– le envió una carta donde le decía que él había logrado expresar lo que ella siempre había querido decir sobre el idioma castellano, y lo invitaba a su casa almorzar el día siguiente.

 

Al principio dudó, pero igual fue a verla a Victoria. Se entendieron bien y desde entonces Georgie le tiene mucho afecto, pero también siente una suerte de temor reverencial hacia ella.

 

Pasiones e intereses

 

Dibujaba animales, acostado sobre la tierra, y siempre comenzaba al revés, por las patas. Sobre todo dibujaba tigres, que eran sus animales favoritos. Después de los tigres, y otras fieras salvajes, pasó a los animales prehistóricos sobre los cuales, durante dos años, leyó todo lo que pudo encontrar.

 

Luego, se apasionó por las cosas egipcias y leía, leía a más no poder, hasta que desembocó en la literatura china. Tiene una gran cantidad de libros sobre esta materia.

 

En resumidas cuentas, ama todo lo que es misterioso. Es así que tiene escritas muchas conferencias sobre la Cábala; lo mismo sobre los judíos, que muchas veces le preguntaron cómo él sabía tanto sobre la Cábala.

 

Los tigres

 

Cada vez que iba al zoológico se detenía a mirar a las bestias feroces, especialmente a los leones y los tigres. El tigre se ha apoderado de él. Ahora está por toda su obra.

 

Nunca he logrado comprender el motivo de esta fascinación suya. ¡Nadie en nuestra familia es feroz! Siempre hemos sido una familia tranquila, dedicada a los libros. Los libros han sido siempre nuestros amigos. Pero a Georgie le han gustado siempre “las fieras”.

 

    Georgie me dijo: “Creo que la operación dio resultado.” “¿Ah sí?” le pregunté. “Sí”, me dijo. “¡Puedo ver las estrellas!” Cuando dijo eso, yo lloré de emoción.

    Leonor Acevedo

 

Ceguera

 

Georgie siempre fue muy miope; una vez había en la mesa un frasco de pickles ingleses en vinagre; le pregunté qué decía en el papel del frasco y contestó que era un papel en blanco. El médico diagnosticó una catarata incipiente (la catarata congénita era típica de la familia de Jorge).

 

Un día casi lo llevó por delante un carro y yo lo llevé a Natale. Le hizo cuatro operaciones para intensificar la catarata y poder operar. Francisco L. Bernárdez venía mucho; después de operado lo acompañaba para que no se moviera.

 

La última vez no veía nada; corrí a verlo a Natale y me explicó que la catarata se había solidificado y había que operar nuevamente. Por ese entonces, vivíamos en la calle Quintana. Una vez que se hubo recuperado, Georgie me dijo: “Creo que la operación dio resultado.” “¿Ah sí?” le pregunté. “Sí”, me dijo. “¡Puedo ver las estrellas!” Cuando dijo eso, yo lloré de emoción.

 

Al día siguiente salimos al jardín y lo noté muy triste. “¿Qué te pasa?”, le pregunté. El contestó: “Es que ya no puedo ver las estrellas”. “¡Pero es que no hay, Georgie!”, le dije. “¡El cielo está totalmente nublado!” Y creo que con eso volvimos a vivir. A partir de entonces, vio perfectamente.

 

Natale, sin embargo le advirtió que si leía lo hiciera siempre con luz que le viniese de atrás y que le diera directamente al libro. Pero pasaron los años y Georgie olvidó esa advertencia.

 

Un día se tomó un tren a Mar del Plata y se pasó el viaje leyendo con mala luz. Iba sentado al lado de la ventanilla y estuvo leyendo todo el viaje. Cuando llegó a Mar del Plata veía luces por todos lados, de todos los colores. Y después nada: la oscuridad. Tuvo un desprendimiento de retina.

 

Victoria Ocampo lo consiguió a Malbrán y nunca se lo agradeceré bastante. Malbrán vino a casa y dijo que la retina estaba en muy mal estado y lo operaría. No quiso cobrar la operación. Todo el mundo le temblaba a Malbrán: era hosco y de pocas palabras, pero conmigo fue muy afectuoso. Luego de la intervención, Georgie veía bien otra vez, pero luego poco a poco se le fue empeorando nuevamente la vista.

 

Yo le he leído siempre a Georgie desde que se agravó su ceguera. Le he leído en castellano, en francés, incluso en italiano. Nunca me canso, puedo leerle durante horas y horas. El que me frena por lo general es él; me dice: “Bueno, creo que ya estamos los dos cansados”. ¡Pero el que se ha fatigado es él!

 

Georgie solía cenar todas las noches en lo de su amigo Bioy Casares. A veces volvía a medianoche, otras veces aún más tarde. Yo siempre oía el ruido de la llave e inmediatamente después su saludo: “¡Madre!”. Y luego me preguntaba: “¿Estás cansada?”. Era su forma de pedirme que le leyera algo. Y yo, por supuesto, me levantaba a leerle, sin importar qué hora fuera.

 

Salía de la cama, me ponía mi robe de chambre y venía a leerle. El se sentaba en su sillón, y yo en otro, enfrente, y le leía durante un par de horas hasta que le daba sueño. Entonces yo le daba su vaso de leche y ya después de eso se iba a dormir.

 

Estudios e idiomas

 

Yo creo que debe su memoria al hecho de haber dominar tantas lenguas y tantas literaturas, y también de haber logrado expresarse en ellas. Georgie creció hablando inglés con su abuela inglesa (mi suegra); luego, como ya he contado, lo perfeccionó en casa con una institutriz. Cuando fuimos a Europa y nos instalamos en Ginebra, tuvo que aprender francés con un tutor para poder asistir a la escuela.

 

Afortunadamente, cuando llegamos allí eran los meses de vacaciones y esto le dio tiempo a Georgie para ponerse al día con el idioma. Cuando comenzaron las clases ya había aprendido suficiente francés y pudo anotarse sin problemas.

 

El colegio al que asistió en Ginebra era el que había fundado Calvino, el predicador protestante, y estaba exactamente igual que cuando lo construyeron en el siglo XVI: no le habían hecho ninguna modificación desde entonces. Hasta las piedras del patio eran las mismas que habían puesto allí hacía siglos.

 

En el colegio le iba muy bien, dedicado a sus deberes y sus lecciones. Pero las matemáticas le costaban. Por el contrario, amaba la historia y, por supuesto, la literatura, así como también la gramática y la filosofía. Para esta última disciplina, leía muchísimo y hablaba con su padre, los dos comenzaron a hablar de filosofía cuando Georgie cumplió los diez años. Mi marido estaba muy orgulloso de él.

 

En el tercer año del colegio, Georgie tuvo que elegir qué estudiar y optó, naturalmente, por las letras. Y desde el principio, ahí en el Collége, tenían diez horas de latín por semana, de manera que lee latín muy fluidamente y conoce muy bien los clásicos.

 

Los primeros tres o cuatro años en Ginebra los pasamos bastante bien, a pesar de la guerra. Pero eventualmente faltó la calefacción y empezaron a escasear los alimentos, así que nos fuimos a Lugano.

 

Georgie había terminado sus estudios y entonces decidió aprender alemán. Para su cumpleaños pidió que le regaláramos un diccionario alemán bilingüe. Con eso logró avanzar mucho; dos años después, en España, pudo hacer la primera traducción de poetas modernistas alemanes al castellano.

 

En Madrid se buscó un profesor de latín para seguir estudiando porque no quería olvidarlo, y después buscó también un profesor de árabe. Hace algunos años decidió aprender italiano, utilizando la edición bilingüe de la Divina Comedia traducida al inglés por Longfellow.

 

Su método era el siguiente: primero me pedía que le leyera los versos de Longfellow en inglés, y luego el original de Dante. Y así de ese modo, gradualmente, fue aprendiendo, hasta que ya no le más hizo falta la traducción y pudo comprender directamente el italiano. Lástima que no ha estudiado griego. Yo siempre le digo: “Es lo que te falta para tu formación: el griego. En lugar de dedicarte al anglosajón, deberías aprender griego”. ¡Pero no me ha hecho caso!

 

Fuente: Clarín

https://www.clarin.com/viva/borges-madre-genio-precoz-ardua-lucha-ceguera_0_VXbkWXFgo.html

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario