Stuttgart, octubre 1982
Ricardo Bada
En el principio era el verbo, y el verbo se hizo Borges y
moró entre nosotros.
Por una serie de circunstancias que sería muy largo de
detallar, y de la que no saldrían bien librados los estamentos culturales
oficiales alemanes, me tocó un lejano día la grandísima suerte de poder
entrevistar al verbo, quiero decir: a Jorge Luis Borges, en el hotel donde se
alojaba en Stuttgart.
A Borges, por esas calendas, en octubre del 82, ya le habían
hecho todas las entrevistas,
de manera que el viejo se sabía todas, todas, las
respuestas. Avanzada nuestra charla,
me di cuenta de que me estaba toreando a su manera digamos
aristocrática. María Kodama desesperaba, porque mi media hora iba camino de la
hora y media, pero Borges, cuando ella quería cerrar el diálogo, le decía que
le pidiese al resto de los periodistas un poco de paciencia.
Y sin embargo, y a pesar de que la mucha cancha que me
concedía, yo no lograba extraer nada más que clichés de esa portentosa mina,
exceptuando quizás cuando le pregunté a bocajarro:
–Si le tocase ir al Infierno del Dante, ¿qué círculo
preferiría, Borges?
Se me quedó como mirando (sin verme, claro), y al cabo de
unos segundos dijo:
–¿Hay alguno para los perezosos?
Decidí in extremis un último asalto, y transcribo lo que
sucedió:
–Borges, usted sabe que Borges es una divisoria de aguas en
el idioma castellano, hay una literatura en él antes y después de Borges...
–Ah, no, no, –me interrumpió:– yo sólo he escrito algún que
otro texto quizás memorable,
pero nada más.
–Bueno, no sea tan modesto, lo cierto es que al menos yo, y
no sólo yo, somos muchos los que pensamos que usted es esa divisoria de
aguas...
–O sea, que por democracia, yo soy un gran escritor.
–¿Cómo por democracia, Borges?
–Claro, usted dice que usted, y no sólo usted, son muchos,
piensan que yo soy un gran escritor; y como yo no lo creo, y sólo soy uno,
entonces estoy en minoría y ustedes ganan.
–Borges, de veras, usted me está tomando el pelo, usted sabe
muy bien que yo no he dicho eso...
–Pero es lo que se desprende de lo que usted dice.
–Borges, usted me está tomando el pelo, y además, yo no
quería hacerle ninguna pregunta de carácter político y usted casi me está
provocando a hacérselas.
–¿Y por qué no?
–¿Puedo hacerle preguntas de carácter político?
–Claro que sí, pregunte.
(Recuerden ahora que estamos en octubre del 82, recién
concluida la guerra de las Malvinas, todavía hay dictadura en la Argentina. Y aquí
sigue la transcripción del diálogo, empezando por mi pregunta:)
–Bueno, ¿qué opina usted de lo que está pasando en su país?
–Mire, usted sabe que los militares son estúpidos...
–Perdone, Borges, no comparto su opinión. Usted dice que los
militares son estúpidos, pero yo pienso en Julio César, en Napoleón, en Kemal
Atatürk...
–Ahora es usted quien me quiere tomar el pelo a mí. Usted
sabe que lo que yo quiero decir es que los militares argentinos son
estúpidos...
Conservo de ese día con Borges un recuerdo imborrable. Poco
después de este diálogo pusimos fin a la entrevista y me preguntó qué es lo que
iba a hacer ahora. Almorzar, le dije. Bueno,
me contestó, pues vaya encargándome un plato de arroz
hervido, que almorzaremos juntos.
Y así fue: menos de un cuarto de hora después llegó al
comedor del hotel, del brazo de María Kodama, se sentó frente a su plato de
arroz hervido y seguimos charlando de todo lo divino
y de todo lo humano (perdón por el pleonasmo); hasta chistes
nos contamos. En menos de un cuarto de hora había despachado a tres periodistas
alemanes, sólo para continuar la charla con alguien que no le aceptaba las
respuestas, ésas que se sabía, a todas las preguntas.
Se lo agradecí en el alma. Y creo que también él disfrutó
ese rato.
Fuente : Revista Ámsterdam Sur
5 de diciembre de 2010
http://www.amsterdamsur.nl/Ricardo%20Bada.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario