jueves, 13 de junio de 2013

Monumento homenaje a Jorge Luís Borges en la Biblioteca Nacional Argentina 




Se inaugura en la explanada sobre el acceso de la calle Austria al 2500.

Siempre las esculturas, estatuas o monumentos nos sorprenden, sobre todo cuando sus temas son vidas que ya fueron, hombres y mujeres que vivieron, miradas movedizas que ahora parecen inmutables. Nada hay más extraño que las estatuas; se aceptan con escepticismo, pero es el escepticismo del memorioso cultural, que teme que el tiempo lo desampare; pero también se miran sin miedo, pero es el miedo que tiene la rara certeza de que al precio de revivir el pasado en una materia durable, se ha revivido un espíritu.

Forma modesta y aceptable de la eternidad, las estatuas siguen siendo el modo conmemorativo más antiguo que encontraron las culturas, desde los más percudidos menhires hasta los monolitos de algún culto indescifrable en una ruta olvidada. La Biblioteca Nacional, a su manera un monumento que corta el paisaje urbano con bloques vivos de cemento, ha juzgado que Borges debía ser una de las figuras que la flanquearan, como escoltas de piedra que pugnan por dejarse ver como estereotipo granítico, un lansquenete solitario que apenas deja entreverse sostenido en su bastón, como un espectro viviente. En portugués, recordó alguna vez Borges, bastón preserva el nombre de bengala, pues la buena madera para hacerlo provenía de esa lejana región del planeta. El objeto se pega a su nombre, un nombre se pega a la historia. He allí todo.

La Biblioteca Nacional tiene muchos bustos y monumentos en sus plazas y en su interior. La peculiaridad de las estatuas es que pueden ser puestas y sacadas. Ellas no saben el riesgo que corren cuando las rutinas de los hombres y el plan legendario de los Estados deciden erigirlas. Hay muchos que quieren estatuas para estabilizar el pasado, para establecer una suerte de justicia en las tribunas de los dioses de roca pulida. Otros las ven un desafío inútil que atrae a los vándalos y luego a los reconstructores. Entre el raro deseo de poner el pasado en orden y el duelo que se entabla con los que ven en la piedra la verdadera imagen de la vida, se pone este Borges, efigie magna del recuerdo que se invoca y se pierde a sí mismo. Es el homenaje en el lateral del edificio que hereda la vieja casa bibliotecaria que él dirigió y prefirió.

Este Borges de espíritu y guijarro, es un aerolito yacente entre plantas que será saludado, criticado, fermentado por nuevos pensamientos urbanos, y que viene a convivir con el heterogéneo jardín de la cultura argentina que esta Biblioteca representa.

Fuente : Biblioteca Nacional




 

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