Se inaugura en la explanada sobre el acceso de la calle
Austria al 2500.
Siempre las esculturas, estatuas o monumentos nos
sorprenden, sobre todo cuando sus temas son vidas que ya fueron, hombres y
mujeres que vivieron, miradas movedizas que ahora parecen inmutables. Nada hay
más extraño que las estatuas; se aceptan con escepticismo, pero es el
escepticismo del memorioso cultural, que teme que el tiempo lo desampare; pero
también se miran sin miedo, pero es el miedo que tiene la rara certeza de que
al precio de revivir el pasado en una materia durable, se ha revivido un
espíritu.
Forma modesta y aceptable de la eternidad, las estatuas
siguen siendo el modo conmemorativo más antiguo que encontraron las culturas,
desde los más percudidos menhires hasta los monolitos de algún culto
indescifrable en una ruta olvidada. La Biblioteca Nacional,
a su manera un monumento que corta el paisaje urbano con bloques vivos de
cemento, ha juzgado que Borges debía ser una de las figuras que la flanquearan,
como escoltas de piedra que pugnan por dejarse ver como estereotipo granítico,
un lansquenete solitario que apenas deja entreverse sostenido en su bastón,
como un espectro viviente. En portugués, recordó alguna vez Borges, bastón
preserva el nombre de bengala, pues la buena madera para hacerlo provenía de
esa lejana región del planeta. El objeto se pega a su nombre, un nombre se pega
a la historia. He allí todo.
La
Biblioteca Nacional tiene muchos bustos y monumentos en sus
plazas y en su interior. La peculiaridad de las estatuas es que pueden ser
puestas y sacadas. Ellas no saben el riesgo que corren cuando las rutinas de
los hombres y el plan legendario de los Estados deciden erigirlas. Hay muchos
que quieren estatuas para estabilizar el pasado, para establecer una suerte de
justicia en las tribunas de los dioses de roca pulida. Otros las ven un desafío
inútil que atrae a los vándalos y luego a los reconstructores. Entre el raro
deseo de poner el pasado en orden y el duelo que se entabla con los que ven en
la piedra la verdadera imagen de la vida, se pone este Borges, efigie magna del
recuerdo que se invoca y se pierde a sí mismo. Es el homenaje en el lateral del
edificio que hereda la vieja casa bibliotecaria que él dirigió y prefirió.
Este Borges de espíritu y guijarro, es un aerolito yacente
entre plantas que será saludado, criticado, fermentado por nuevos pensamientos
urbanos, y que viene a convivir con el heterogéneo jardín de la cultura
argentina que esta Biblioteca representa.
Fuente : Biblioteca Nacional
No hay comentarios:
Publicar un comentario