Por Martín Cristal
En el Capítulo 47 de la Primera Parte, la
ventera, su hija y la criada, para reírse de don Quijote, fingen llorar de
tristeza por la partida de éste. Don Quijote las consuela con un discurso de
despedida en el que, entre otras cosas, dice: “Perdonadme, hermosas damas, si
algún desaguisado por descuido mío os he fecho, que de voluntad y á sabiendas
jamás le di á nadie”.
Resulta interesante esta declaración para revisar bajo su
luz una de las conjeturas que Jorge Luis Borges presenta en su texto “Un
problema” (El hacedor, 1960). En él, Borges trata de responder la pregunta:
¿Cómo reaccionaría don Quijote si descubriera, luego de uno de sus combates,
que ha dado muerte a un hombre?
Sin considerar la teoría oriental con que cierra el texto
—una del tipo “todo es ilusorio en el universo”, la cual es demasiado distante
y amplia como para ajustarse al problema planteado porque bien podría ajustarse
a cualquier otro—, Borges propone antes otras tres respuestas, a saber:
a) Don Quijote ha
matado a un hombre, pero nada le ocurre porque “haber matado a un hombre no
tiene por qué perturbar a quien se bate, o cree batirse, con endriagos y
encantadores”.
b) Don Quijote ha
matado a un hombre; “ver la muerte, comprender que un sueño lo ha llevado a la
culpa de Caín, lo despierta de su consentida locura para siempre”.
c) Don Quijote ha
matado a un hombre; luego “no puede admitir que el acto tremendo es obra de un
delirio; la realidad del efecto le hace presuponer una pareja realidad de la
causa y don Quijote no saldrá nunca de su locura”.
Dice Borges que, entre las respuestas que propone, (c) es la
más verosímil; a mi juicio, (c) tiene cierto efecto literario, pero no es la
opción más creíble, sino todo lo contrario. Mis pensamientos sobre cada
respuesta son los que siguen.
Caso a
El caso (a) podría darse si la locura del Quijote fuera tan
poderosa que él resultase inconmovible ante la muerte violenta de un hombre
(del mismo modo en que un desequilibrado asesino serial sigue matando,
imperturbable, aun luego de ver morir a su primera víctima). Si así fuera, don
Quijote creería haber actuado en sus cabales y haber matado con justicia: nada
de qué arrepentirse porque, aunque habría matado de verdad, lo habría hecho
dentro de una ilusión de justicia caballeresca que en su mente todavía seguiría
proyectándose. Don Quijote no sospecharía su locura; no se produciría ningún
shock. El caso es verosímil.
Rompamos el orden alfabético: antes de ver el caso (b),
pasemos al (c).
Caso c
Entiendo que, tal como la plantea Borges, (c) no es más que
una variante ampliada de (a), salvo que esa ampliación implica un par de
defectos que la imposibilitan. Según Borges, al ver el cadáver, don Quijote
podría pensar: “¡He matado a un hombre! Ahí está el muerto: lo veo, lo toco, lo
huelo… ¡Lo he matado de verdad! Su muerte es real, por lo tanto no puede ser
obra y producto de un delirio mío. No, no: las razones para esta muerte, como
todo lo demás —mi corcel, mi yelmo, mi condición de caballero—, tienen que ser
reales desde el comienzo…”. Así don Quijote confirmaría el mundo de su locura
como real, y quedaría preso en ese mundo para siempre. Opción en principio
atractiva, pero que presenta los siguientes defectos:
Primer defecto: La única oportunidad de que don Quijote
hiciera un proceso como el anterior, sería que intuyera de antemano la
posibilidad de su delirio, que de algún modo se barruntara la locura que domina
sus actos. Esto, sabemos, no ocurre ni una sola vez durante sus andanzas. Sólo
sucederá entre la fiebre y las sábanas de su cama, en el último capítulo; antes
de eso, don Quijote jamás sospecha de su propia locura, y así Rocinante es
siempre un bravo corcel, una bacía de hojalata es siempre el yelmo de Mambrino
y él mismo, siempre un caballero andante que, si mata a un hombre, lo hace
porque debe hacerlo, por las razones de caballería que sean.
Si don Quijote no sospecha jamás de su delirio, si no
detecta su posibilidad, ¿cómo podría admitir o no admitir que dicho delirio sea
el origen de su “acto tremendo”? Admitir es reconocer algo que ya sabíamos o sospechábamos,
o que, al declarárnoslo un tercero, convenimos en aceptar. Pero don Quijote no
puede admitir ni dejar de admitir porque sencillamente no registra su propio
delirio. Mientras recorre Castilla, Aragón o Cataluña, él jamás se reconoce
como un prisionero de la locura; cada vez que un fragmento de la realidad viene
a señalar su locura, ese fragmento es fagocitado por esta última al ser
incorporado al delirio por la vía de “encantamientos” de un supuesto mago
enemigo.
Por todo esto, no me parece verosímil la opción (c); al no
ser posible el autodiagnóstico de la locura, el caso no evolucionaría más allá
del mismo resultado que se declara en la respuesta (a): nada se alteraría.
“Maté, sí, pero lo hice con justicia caballeresca, y todo esto es real”. No hay
shock ni vuelco de la situación.
Segundo defecto: La única diferencia remanente entre los
planteos (a) y (c) sería el agregado, en (c), de quedar preso de la locura para
siempre. Pero ese remate borgeano (“y don Quijote no saldrá nunca de su locura”)
es una adición efectista bastante antojadiza, ya que ese nunca no deviene
necesariamente de la premisa de la respuesta (c): que don Quijote crea que
tanto la causa como el efecto de su “acto tremendo” son reales, no impide la
posibilidad de futuras razones —más potentes— que pudieran ocasionar que su
cura se produjese. No es difícil imaginar otras muertes que pudieran provocar
el impacto que no tuvo la muerte de un desconocido: ¿la muerte de Sancho,
debida a alguna de las locuras de su amo? ¿La de Dulcinea, tal vez, por algún
desatino del propio don Quijote? Alguna de estas muertes podría producir más
adelante un shock despertador como el que —ahora veremos— sí está implícito en
la posibilidad (b), la cual a mi juicio resulta tan verosímil como (a), si no la
más verosímil de las tres opciones planteadas.
Caso b
La opción (b), desde su mismo planteo, sí implica para don
Quijote el corrimiento de un velo: “ver la muerte; comprender…”, dice Borges.
Es un verdadero vuelco en la situación: “¡He matado! ¡Soy culpable como Caín!
Pero, ¿por qué he matado? ¿En qué estaba pensando cuando maté a este hombre?”.
Ya hay dos momentos diferenciados: antes (loco) y ahora (culpable); o bien,
para usar los términos de Borges: antes, un sueño; ahora, el despertar.
Creo sin embargo que esto no curaría la locura de don
Quijote de inmediato, aunque sí podría ser el comienzo de su cura. El criminal
psicótico precisa la expiación del crimen como verdadera fuente de todo alivio.
Es aquí donde entran los dichos del Quijote al despedirse de las mujeres de la
venta: “Perdonadme, hermosas damas, si algún desaguisado por descuido mío os he
fecho, que de voluntad y á sabiendas jamás le di á nadie”. A la luz de estas
palabras, creo que el caso que se daría es el (b): un manchego cristiano nacido
en el siglo XVI como Alonso Quijano se entregaría a la justicia o por lo menos
buscaría el perdón de Dios por su “desaguisado”, ya que entendería que no ha
cometido el crimen “de voluntad” ni “á sabiendas”, sino movido por una fuerza
extraña, la locura*. Lo que terminaría de salvarlo de la demencia sería la
consecución del perdón divino, quizás mediante una justa penitencia que su
amigo el cura —piadoso por amigo y por sacerdote— podría indicarle. No podemos
saber si ese remedio sería, efectivamente, el definitivo.
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- También en la Segunda Parte don Quijote expresa su voluntad de pagar por los actos que ha realizado sin mala intención. Luego de destruir los títeres de maese Pedro (Capítulo 26), Quijano dice: “deste mi yerro, aunque no ha procedido de malicia, quiero yo mismo condenarme en costas”. Quijano, a pesar de su locura —y ya sin considerar su cosmovisión cristiana: más allá o antes de ella—, es un hombre noble, con una moral justa y clara. Creo que eso también gravitaría a favor de que se produjera un shock ante el descubrimiento de haber asesinado a un semejante.
Fuente : El Pez Volador
22 de abril de 2008 - Martín Cristal
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