Rafael Olea Franco, especialista en la obra borgeana
Se trata de los pocos autores de quienes tras su muerte no
se pierde el interés por su literatura, por el contrario, crece
Eterno nominado al Premio Nobel de Literatura, que nunca
obtiene no obstante que es de los escritores que más lo han merecido, el
argentino Jorge Luis Borges es el creador de un estilo propio e inconfundible
de literatura, del cual Tito Monterroso decía que era el más fácil, pero
también el más difícil de copiar. Se trata de los pocos autores de quienes tras
su muerte no se pierde el interés por su literatura, por el contrario, crece, y
lo anterior queda demostrado por el hecho de que continúa la traducción de su
obra completa a otros idiomas, la más reciente al chino, en 2006, es decir 20
años después de su muerte, y la publicación de estudios sobre sus cuentos,
ensayos o temas recurrentes crece cada año.
Lo anterior se puede entender por la universalidad de sus
textos que consigue no sólo por tratar temas de la misma índole, sino por los
conocimientos del género humano que incluye en ellos. En charla con Litoral, el
doctor de El Colegio de México (Colmex), Rafael Olea Franco, especialista en la
obra borgiana, señala que el narrador, ensayista y poeta, cumple con dos
características que pocos literatos tienen: ser escritor y pensador, y ello se
demuestra, obviamente y en primer lugar, por sus libros, y en segundo por los
saberes en diversas materias, entre ellas filosofía, matemáticas, tradición y
costumbres judías, y de otras literaturas que incorpora a su escritura. Esta
conjunción de literatura y conocimientos hace que consiga una literatura única,
que lo identifica y lo hace universal, pues se trata de temas que le son
comunes a las personas en cualquier punto del planeta.
Por ejemplo, Borges, de quien el 24 de agosto se cumplen 120
años de su nacimiento, gustaba de la filosofía idealista y pensaba que el
alemán Arthur Schopenhauer (1788-1860) había resuelto los misterios del
universo, y esos conocimientos los traslada a su obra, pero literariamente, es
decir “con carnita”, de una manera no tajante como lo son los libros o los
discursos filosóficos.
De ahí viene también su contemporaneidad, señala al recordar
que en el centenario de su nacimiento (1999), José Emilio Pacheco dictó una
serie de conferencias en El Colegio Nacional en las que hizo hincapié en que, a
diferencia de otros autores, quienes cuando mueren se pierde el interés en
ellos, con Borges no ha sucedido así, por el contrario, aumenta, lo que
continúa hasta hoy. Por ejemplo, es uno de los escritores de todos los tiempos
más traducidos a otras lenguas.
De su obra puede decirse que es en sí misma un estilo y que
es muy compleja, pero la complejidad no significa dificultad. De lo primero,
Monterroso (1921-2003) decía que era el más fácil de imitar y el más difícil,
pues quien lo intenta es fácil de identificar como una copia. Y de lo segundo,
el mismo Borges recordaba una anécdota sobre el español Francisco de Quevedo,
de quien en su tiempo se decía que su literatura era muy difícil, a lo que sus
seguidores respondían: si se pone sobre la mesa un juego de damas y otro de
ajedrez, el primero es más sencillo y el segundo más complejo, pero más rico.
La obra de Jorge Luis Borges (Buenos Aires, Argentina, 24 de
agosto de 1899-Ginebra, Suiza, 14 de junio de 1986) permite varias lecturas, en
cada una de las cuales se descubrirá algo nuevo, un ángulo o un conocimiento
nuevo (de otras literaturas, de filosofía, cábala, etcétera), y en cada una de
ellas se disfrutará igual o más, lo que no ocurre con otros autores. Igualmente
es un innovador, como ocurre en la literatura detectivesca y como muestra está
su narración La muerte y la brújula. Olea Franco recuerda que una obra de este
género debe tener un enigma a resolver, en el que hay un crimen o no. En el
cuento mencionado Borges introduce, muy a su estilo, datos del conocimiento
universal, como lo es la tradición judía, y en una aparente trama de crímenes
seriales el final enseña al lector que no es así, que la investigación lleva al
detective a su muerte.
Pero hay un elemento más, extraordinario: al final de una
discusión filosófica, más bien sofista, el narrador-detective se dirige al
asesino dándole una serie de indicaciones para “la próxima vez que lo mate”.
Frase que para un lector no avezado será una incongruencia, para uno con
conocimientos verá que se trata de una estructura rica, compleja, que hace
referencia a la paradoja de Zenón de Elea.
Con referencia a esa memoria prodigiosa y los conocimientos
amplios que poseía, recuerda que en su educación infantil recibió como segunda
lengua el inglés, porque tenía una abuela con ese origen, y en la adolescencia
viajó con su familia a Inglaterra, en busca de una cura para su padre, quien
padecía en los ojos una enfermad incurable que terminaría por heredarle a su
hijo. Pero es 1914 y en Europa empieza la Primera Guerra Mundial por lo que la
familia debe permanece ahí hasta 1921, entonces se le envía a estudiar a
Ginebra, en alemán.
Por cierto, se trata de una época que recuerda triste, por
la persistente lluvia, pero que casualmente al final de su vida la retomará con
alegría, al grado que decide morir (14 de junio de 1986) y ser enterrado en
Bruselas, lo que los argentinos han tomado como máxima traición.
El conocimiento del inglés, sobre todo, le permite acceder a
una amplia gama de conocimientos de prácticamente todo el mundo, mientras que
el alemán lo aprende de libros de filósofos de ese país, conocimiento que le
interesaba en particular. También vive en España. En fin, su educación es
amplia, variada, con intereses marcados en literatura, filosofía, historia,
teología, lo que le permite formar una biblioteca personal, de títulos que le
inspiran para crear su obra, pero además de ello está su creatividad.
De esta, el doctor en Filosofía (Lenguas Romances) y en
Literatura Hispánica por la Universidad de Princeton y El Colegio de México,
refiere que se pueden identificar dos etapas creativas, que no son radicalmente
diferenciadas, una primera que se da en los años 20 del siglo pasado y la
segunda, que es la del Borges que es admirado, inicia en los 40. En la primera
se le nota cierto interés que tuvo por lo experimental, más que por las
vanguardias, y también por su nacionalismo, en particular su amor a Buenos
Aires. Del primer ciclo son los libros Inquisiciones y El tamaño de mi
esperanza, que son sobre todo de ensayos, aunque también publica poemas. Libros
que Borges pide no se vuelvan a publicar, que desaparecieran de su
bibliografía, aunque su viuda, María Kodama, ya ha autorizado su reimpresión.
Se trata de poemas y ensayos con una redacción muy enrevesada, con muchos
juegos que no llegan a cuajar, detalla.
En los años 30 se nota un cambio en su literatura, que es
cuando empieza a escribir relatos, cuentos, que publica por ejemplo en el libro
Historia universal de la infamia. Para los 40 ya concreta su estilo, el
cosmopolita, el de conocimientos vastos en diversas materias, el obsesionado
por los laberintos, el tiempo circular, la tradición judía, el ajedrez, los
tigres, etcétera. Sin embargo, acota, el primer Borges no desaparece, pues
hasta el último de sus días seguirá escribiendo poemas sobre Buenos Aires.
EL ALEPH, 70 AÑOS
El libro El Aleph cumple 70 años en 2019, quizá uno de los
más conocidos y contundentes del escritor, y es muestra de la forma de
escritura de Borges, muy oblicua, es decir, inicia de una manera y luego
tuerce, da media vuelta hacia el tema que al escritor interesa y regresa al
origen. El cuento del título es un ejemplo: empieza narrando una historia de
amor, del narrador por Beatriz Elena Viterbo, para pasar el deslumbrante objeto
del cuento: el aleph, un “lugar donde están, sin confundirse, todos los lugares
del orbe, vistos desde todos los ángulos”. Lo que hace Borges en esta narración
es hablar del proceso de escritura, porque uno de los personajes, Carlos
Argentino Daneri, escribe un poema llamado La Tierra a partir de T-O-D-O lo que
ve a través del aleph, mientras que el narrador cuenta que escribe también
algo, pero en sentido inverso, generalizando, seleccionando, eliminando cosas,
porque no todo puede caber en una obra literaria, ya que sería enorme,
inabarcable, inacabable.
En el fondo de este cuento, puntualiza, lo que hay es una
referencia a la mirada divina, la que permite ver todos los lados de una esfera
al mismo tiempo, lo que es humanamente imposible. Hay otros que han visto una
preinvención del internet, en la que es posible múltiples cosas al mismo
tiempo.
Unos más relacionan al cuento con la escritura misma: con la
Beatriz de La Divina Comedia; Elena, la Helena de la mitología y la literatura
griegas, y porque con la escritura es posible “ver” todos los lugares y objetos
sin estar o haber estado ahí.
Hay otros elementos del cuento que vale la pena mencionar,
como que Borges se convierte en un personaje del cuento. Veamos: del personaje
Carlos Argentino Daneri -al que aborrece tanto- dice que trabaja en una
biblioteca del sur de Buenos Aires, como Borges lo hizo en la Biblioteca Ideal
Miguel Cané. Pero, además, en el momento más emotivo del cuento el narrador
expresa: “Beatriz, Beatriz Elena, Beatriz Elena Viterbo, Beatriz querida,
Beatriz perdida para siempre, soy yo, soy Borges”. Y es entonces que el cuento
regresa a su inicio, a la historia de amor. Borges muestra de esta manera que
su literatura abarca todos los aspectos humanos, tanto la del hombre frente a
lo que le rodea, pero también hacia su interior, a las pasiones, al amor,
además que es irónico.
Al respecto, vale la pena mencionar que El Colegio de México
sacó una edición de la redacción original del cuento, en la que se ve los
cambios que Borges hace, entre ellos el que en un principio Beatriz Elena y
Carlos Argentino eran hermanos y no primos, lo que es importante porque en el
cuento se menciona que en la correspondencia que mantienen se establece que
hubo una relación íntima entre ellos, lo que nos hablaría de incesto en alto
grado.
Sobre ello, recuerda que Borges era muy obsesivo al
publicar, corregía, cambiaba, buscaba opciones, aunque manejaba una frase: la
concepción del texto definitivo solo está en la religión (las escrituras
sagradas) o en el cansancio, así como afirmaba que el noveno borrador no
siempre es mejor que el primero o el segundo.
MÉXICO
Jorge Luis Borges sostuvo una relación especial con México,
con algunos escritores, en especial con Alfonso Reyes. Esta amistad inicia
cuando el intelectual mexicano era embajador en Argentina, en la segunda mitad
de los años 20. Incluso su poemario Cuaderno San Martín fue publicado en una
colección que dirigía el pensador mexicano, titulada Cuadernos de Plata. Desde
el inicio hubo mucha coincidencia y complicidad literaria entre ambos, no
obstante que Reyes era 10 años mayor que Borges, y pudieron hacer más, pero el
mexicano terminó su labor diplomática y regresó al país. Cuando el mexicano
muere, en 1959, Borges declara: Alfonso Reyes me enseñó que el español puede
ser un instrumento de precisión y elegancia.
También le escribe un poema, AR (Alfonso Reyes), en el que
destaca que Reyes había abarcado toda la circunferencia de la escritura.
Otro autor mexicano al que se acerca es Juan Rulfo, sobre
todo por la novela Pedro Páramo y la atmósfera fantástica que genera, pero no
se conoce nada que haya dicho o escrito de El llano en llamas. Incluso, a la
novela le escribe un prólogo en el que dice que es una de las mejores obras de
la literatura en lengua española y quizá de la universal.
También deja huella en escritores como Juan José Arreola o
en José Emilio Pacheco, pero con quien no fluye mucho la relación es con
Octavio Paz, lo que se pudo deber a un asunto personal, por alguna declaración
o porque al argentino no le interesaba mucho leer a los escritores jóvenes,
como Paz lo era; él se inclinaba por los clásicos.
RECONOCIMIENTO
El reconocimiento a la obra de Borges empezó en la década de
los años 40. En los 20 era muy poco y mejoró en los 30. En los 50 empieza la
traducción de su obra, primero al francés, y a pesar de que su fama se hizo
universal en los 60, al obtener el Premio Formentor, jamás obtuvo el Nobel, no
obstante ser de los pocos que se lo merecían. Al respecto, él ironizaba y
declaraba cada año que una vez más sería candidato al galardón, pero que una
vez más no lo obtendría. En esa omisión tiene que ver su relación con el
régimen de Augusto Pinochet, del que recibe un reconocimiento. Olea Franco
recuerda que hubo quien le dice que es un error, pero Borges decía que por
ética ya no podía echarse atrás, declinar. Era una persona conservadora, aunque
no exactamente un animal político. Sin embargo, como lo revelara el poeta
argentino Juan Gelman, quien se refugió en México de la dictadura de su país,
fue favorable al caso de las Madres de la Plaza de Mayo y les firmó un
desplegado de apoyo, lo que le vale la animadversión de la junta militar.
Borges estaba marcado por el peronismo, gobierno que no lo
trata nada bien, además de que con su ceguera también pierde relación con la
realidad política, a la que asociaba con la era peronista.
Pero Borges no necesitaba el Nobel para ser el escritor que
es, como lo en su momento lo dijo José Emilio Pacheco.
Fuente: El Porvenir
- México