Por Flor Estrella
Santana
Cuando Borges visitó Yucatán dejó su imagen en el espejo del
Mayab.
Se encontró con Uxmal, ciudad maya que incluyó en dos de sus
poemas, y palpó las frías y ásperas piedras de Chichén Itzá.
Junto a las milenarias piedras mayas trazó el círculo de su
vida: habló de su niñez en su natal Argentina, donde a diario bebió “agua de
tortuga” sin saberlo, y también habló de su bastón chino, el predilecto, que le
acompañaba en su vejez.
Con motivo de los 120 años del natalicio de Jorge Luis
Borges, celebrado el sábado 24 de agosto de 2019, transcribimos la crónica que
el maestro Jorge Álvarez Rendón escribió tras acompañar al hijo predilecto de
Argentina en su visita a Uxmal y Chichén Itzá.
Mérida, Yucatán, México, sábado 29 de agosto de 1981.
Jorge Luis Borges, caballero argentino, recuerda a sus
Buenos Aires en el Mayab
Apoyado en su bastón chino preferido, el poeta recorre parte
de Uxmal.– ¡Ojalá salieran las
golondrinas!– Sopa de lima y filete de
Venado.– “Agua de tortuga”, ¿secreto de su longevidad?– Agudeza y buen humor– Un criollo galante.– El
geniecillo de la milonga.– Hoy, Chichén Itzá
Jorge Luis Borges y María Kodama llegan a Mérida, Yucatán.
Foto de Megateca
“¡Borges, venid para que os tomemos la fotografía! Ahí está
bien. Que se vea el Palacio del Adivino. Ya es tarde. Perderemos la última
luz”.
Jorge Luis, con sus ojos ciegos y verdes claro, obedece a
María Kodama, su amiga y asistente, mientras se apoya en un bastón chino que
compró en Manhattan. “Tengo otros tres en
mi casa, pero éste es el que más me gusta, porque los dedos encajan
perfectamente”.
¡Ojalá salieran también las golondrinas! Hay muchas, Borges.
A lo mejor son las mismas que después se van a la Argentina.
Con extraña lucidez y gran memoria, el poeta recuerda letras
de milongas. Quizá para él vengan al caso. Nosotros –con Borges enfrente–
preferimos compartir la tarde real con otra, poéticamente viva.
“El silencio que habita los espejos ha formado su cárcel. La
oscuridá es la sangre de las cosas heridas. En el incierto ocaso la tarde
mutilada fue unos pobres colores”.
Sus acompañantes se dispersan en el laberinto de las
piedras. Algunos quieren escalar el templo del mago tenaz. A su lado,
explicamos a Borges cuanto sabemos de los mayas, que siempre, aunque fuese un
caudal, resultaría insignificante para su espíritu curioso y cosmopolita.
Aguardamos el espectáculo. La luz y el sonido. Ambos. El
sonido y la luz. Porque estamos convencidos que este caballero argentino, que
mueve la cabeza con un nervioso sí perpetuo, enumera sus propias claridades,
distingue nítidamente los objetos con algún ímpetu secreto.
LA LLEGADA
Borges desciende del avión a la una y media del día. Viste
traje café con camisa y corbata del mismo color, aunque de diversos tonos. Lo
ayudan María y el director de cine Adolfo García Videla, su compatriota.
Tras pasar la nube de los colegas, el poeta se refugia en el
privado de los pasajeros distinguidos, aunque él insista en su pequeñez, a la
hora de firmar el libro de visitas que le extiende el Lic. Gómez Chacón,
alcalde de Mérida.
Se discute el itinerario. Don Javier Wimer, embajador de
México en Yugoeslavia, señala en un mapa la ruta: primero Uxmal, ciudad
clásica, y Chichén Itzá para el día siguiente. ¿Se pondrá Borges una guayabera?
Quizá más tarde, para estar más fresco, porque el calor aún no lo molesta:
“Parece que estoy en Buenos Aires”, señala.
“Bueno, posiblemente el calor de ahora sea mayor”, aclara
García Videla.
Borges sonríe antes de añadir:
“Es natural. Cualquier calor presente es mayor que otro pasado”.
Muy cierto. Rápida agudeza de un hombre que acaba de cumplir
82 años.
AGUA DE TORTUGA
Mientras sus compañeros se encomiendan al condimento de la
más típica comida yucateca, Borges prefiere algo liviano. Es vegetariano por
temporadas –cuestión de ética–, pero cuando le leen la carga escoge sopa de
lima y filete de venado.
Alguien habla de las aguas frescas, de ahí se pasa al tema
de la lluvia, amenazante en una súbita
tiniebla, y vienen a cuento las grandes tinajas donde se recoge el agua en
muchos países de la América Hispana.
“En mi casa”, nos comenta Borges muy despacio, “había una
tortuga en el fondo del aljibe. Era una costumbre argentina. En Montevideo no,
ahí prefieren sapos. Yo sabes crecido cuando supe lo de la tortuga. Siempre
tomé agua de tortuga, al igual que mi madre, que murió con más de noventa años.
A lo mejor por eso soy longevo”.
Esa agua está detenida, supuesta en la “garganta de la sed” de los recuerdos. Ahora,
le traen al poeta un vaso de horchata de arroz, bebida que le agrada enseguida.
Hay que prescindir del café porque Miguel Ángel, el chofer
del Ejecutivo, predice cierto atraso. Es preciso llegar a Uxmal antes de las
cinco de la tarde. Sin embargo, se encuentra tiempo para que Borges abandone el
saco de traje y salga a la calle en guayabera.
En el trayecto, poeta y compañeros platican continuamente.
Se pasa de uno a otro tópico aunque el cine prevalece en la voz de Adolfo. La
obra casi desconocida de Renán, los poemas de Joris Huysmans, los sueños
obsesivos, la numeración de los mayas, algunas aclaraciones lingüísticas. Al
pasar por los poblados, María explica a Borges el ambiente. Sin muchos
detalles. Salen sobrando.
Después de las cinco de la tarde “nadie” pasa a las ruinas
de Uxmal, pero Borges es especial, aunque no lo acepte públicamente vaya usted
a saber por qué. Miguel habla con los guardias que lo conocen de anteriores
giras y una puerta lateral se franquea sin problemas ulteriores.
“Despacio, Borges, despacio. Un escalón alto y otro más
pequeño”. María y Adolfo llevan al escritor hasta el templo norte del Cuadrángulo
de las Monjas. “Ya estamos en las ruinas, Borges. Son espléndidas”.
“Aquí llega otra ruina más reciente”, bromea el poeta,
satisfecho de hacer que la risa nazca en los que aprecia.
María y Estela Troya, esposa de Adolfo, imprimen fotos sin
cansarse. Toda la fauna sagrada de los frontispicios. El horizonte que ya
comienza a tornarse rojizo. En un momento dado, Borges queda solo y comienza a
preguntarnos sobre la historia de los mayas, su conquista y desaparición.
Nos interrumpe para hablarnos de su tierra. Ahí la guerra
contra los indios fue cruel.
“En cada batallón de ciudadanos había un degollador. Algo
horrible. Los cuchilleros también eran bastante violentos”. Con cierta ceremonia,
nos relata la historia de los dos hermanos Ibarra. Aquella de:
“El que
era menor debía
más
muertes a la justicia.
Cuando Juan Ibarra vio
que el
menor lo aventajaba,
la
paciencia se le acaba
y le fue
tendiendo un lazo.
Le dio
muerte de un balazo
allá por
la Costa Brava”.
Ya que habla de poesía aprovechamos para preguntarle. ¿Qué
opina de la poesía de Octavio Paz? ¿Es tan gran autor como aseguran?
La galantería del criollo se justifica entonces. Borges
comienza hablando muy quedo, en suspiro casi, pero no tardamos en comprenderlo:
“He leído poco de poesía contemporánea desde que perdí la
vista hace veinte años. Conozco a López Velarde, pero ése ya murió. Tendría que
conocer a los colegas de Octavio Paz si quisiera emitir algún juicio”.
El poeta asegura que los mexicanos han sido sumamente
galantes y atentos consigo. Todos los mexicanos que conoce son amabilísimos…
Algo recuerda de improviso y no lo deja pasar:
“Sólo a uno conocí que me insultó. Era un periodista y dijo
que se decepcionaba de la modestia de mi casa. ¿Qué quería? ¿Un palacio? Para
mí es suficiente vivir en un pañuelo. Mientras más pequeña la casa, mejor. Así
sé dónde están las cosas.
“También se burló de mis libros”, prosigue. “Le parecieron
escasos. ¿Cuántos quería que tuviera un ciego? Se fijó en las goteras del cielo
raso y comparó mi cuarto con una celda. No recuerdo su nombre. Seguramente ha
de haber escrito después un artículo insolente”.
Por unos minutos permanece en silencio. Sube y baja la
cabeza con espasmo nervioso. Sus amigos tardan y nosotros somos, a fin de
cuentas, una presencia extraña. No me hace más preguntas y se lo agradezco. Ha
comprendido mi ignorancia. De súbito, con la claridad de sus textos, habla de
un bisabuelo suyo, fusilado durante las
guerras civiles. Otra vez el tema de las pampas y la sangre. El hombre siempre
ha sido una criatura violenta. Capítulos olvidados de “Historia Universal de la
Infamia”.
Sale por ahí de nuevo el geniecillo de la milonga y Borges
canturrea:
“A mí me dicen piechico y son de Montevideo…”.
EL ESPECTÁCULO
Regresan lentamente sus compañeros porque ya se acerca la
hora del espectáculo. Todavía hay tiempo de interrumpirlo para preguntarle algo
sobre su próxima obra:
“Estoy preparando un libro de poemas que se editará en
Madrid. También hago un estudio sobre Quevedo, pero espero hacerlo todo en un
año. Por lo pronto, pienso visitar China y la India, dos países que me atraen
mucho”.
Con retraso y un coro de moscos, “con uno solo basta”,
asegura Borges, el espectáculo da comienzo. Siempre hemos creído que el libreto
es algo cursi y empalagoso, a la usanza romántica, del romanticismo menor,
desde luego. Borges escucha la historia del fin de Uxmal, la ciudad erificada
tres veces. Los funestos amores de la princesa Sac Nicté con el belicoso señor
de Chichén. Y cuando el sacerdote maya se pregunta reiterativamente, con dejos
de Manrique, en dónde terminó aquella raza de valientes, a lo mejor Jorge Luis
reconoció el polvillo de la eternidad de los grandes temas, aquellas octavas
suyas:
¿Dónde
están los que salieron
a liberar
a las naciones
o
afrontaron en el Sur
la lanza
de los malones?
¿Dónde
están los que a la guerra
marchaban
en batallones?
¿Dónde
están los que morían
en otras
revoluciones?
Más que la tramoya humana, la noche brindó a todos, incluso
a Borges, en esa su forma misteriosa, el primor de la Vía Láctea, gran figura
de reparto en el infinito. Como bien dijeran el Sr. Wimer y su esposa Angelina,
allá arriba estaba lo más selecto de la jornada.
El poeta se retiró a su hotel enseguida. Cenaría algo ligero
más tarde, después de sentir el fresco en la terraza. Hoy lo espera Chichén
Itzá, siempre del brazo amigo de María, su discípula y auxiliar en la lectura.
Aunque comúnmente es insomne hasta el alba, en Buenos Aires lo mantiene atento
el Reloj de los Ingleses, posiblemente en nuestra tierra, exactamente en el
sitio sagrado donde está, los señores de los suaves vientos le hayan dado el
mensaje del descanso.– Jorge H. Álvarez Rendón.
Fuente: Diario de Yucatan
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