martes, 28 de junio de 2011

Borges y los spaghettis


Borges en Quito

Mi mano sintiendo la herida en su cabeza, la causa de su ceguera, al apoyarla con suavidad para ayudarle a ingresar al automóvil que lo esperaba en las afueras del Hotel Colón en Quito. Una hendidura suave y larga. Siento nuevamente como se me estremeció el alma. Fue como haber tenido la oportunidad de rozar el infinito de sus pensamientos, acariciar el Aleph o introducirme en sus laberintos de espejos.

Eduardo Polo Senior, director para Círculo de Lectores en América Latina, había organizado un encuentro de escritores hispanoamericanos en Quito. En la lista de invitados figuraban, entre otros, Jorge Luis Borges, Ángel Rama, Álvaro Mutis, Luis Goytisolo. María Elvira Bonilla daba sus primeros pasos en el mundo editorial, el poeta Juan Luis Panero coordinaba el aérea internacional y yo el nacional organizando los concursos de cuentos escritos por niños, el Gran Libro de Colombia y la colección de escritores colombianos.

Por cosas del destino el poeta Panero y yo fuimos los seleccionados para acompañar a Borges a todas partes en su periplo quiteño. Dos momentos me impactaron fuertemente, y permanecen vivos en mi mente. Una tarde, bajando en el ascensor hacia la calle, un grupo de mamertos había bloqueado la entrada al Hotel en una manifestación contra Borges por sus supuestas ideas de derecha. Le pregunté si no le daba miedo enfrentarse con esa banda de desadaptados vociferantes. Me contesto con lentitud: “¿Miedo? No. Lo único que nos mata es la vida”.


Una noche en el comedor del Colón, sentados Borges, María Kodama, Panero y yo, el maestro pidió spaghettis bolognesa. María Kodama lo increpó con una rudeza ordinaria que me paralizó: “Pero Borges, ¿por qué pedís pasta si sabes que no la podés ver? Pedí otra cosa”. Borges se colgó la enorme servilleta en el cuello y enrolló sus spaghettis con una delicadeza y perfección de artista, sin que ni una gota de la salsa cayera en la mesa. Conversó sobre literatura, autores, poesía con Panero. Observé hipnotizada cómo le brillaba la mirada azul cuando le entusiasmaba un tema dirigiéndola exactamente hacia los ojos de su interlocutor, mientras yo hervía de la ira contra la Kodama, arribista, burda, tirana. Sobra decir que no probé bocado.

Tres días acompañando al maestro. Tres días que quedaron grabados en el alma y en el tacto: su cabeza entrecana, la hendidura de la herida, el ascensor, los spaghettis, la enorme servilleta y esa mirada azul y transparente.

Hace ya 25 años su cuerpo reposa en la fría e impersonal Ginebra. Kodama se regodea con la herencia, los derechos de autor y la fama. Ya no tiene a quién increpar. Al morir Borges, ella dejó de existir. Borges siguió intacto. Sus palabras y su pensamiento en la inmortalidad.

Retomo unas frases, seleccionadas por la BBC en su aniversario:

“Hay que tener cuidado al elegir a los enemigos porque uno termina pareciéndose a ellos”.

“Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos”.

“He cometido el peor pecado que un hombre puede cometer. No he sido feliz”.

Fuente : El Espectador.com
Aura Lucía Mera
28 de junio de 2011

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