sábado, 4 de junio de 2011

Los idiomas de Borges



por Martín Hadis.

Nos hemos acostumbrado a tal grado a afirmar que Jorge Luis Borges fue un “escritor universal” que esta expresión y el nombre de Borges han pasado a ser casi sinónimos. Famoso y reconocido por la amplitud y la profundidad de sus obras, Borges fue un escritor a la vez profundamente argentino y cosmopolita. En sus poemas y cuentos aparecen compadritos del viejo Buenos Aires, sacerdotes mayas, vikingos de las sagas nórdicas o reyes anglosajones largamente olvidados. El conocimiento que Borges tenía de las diversas literaturas del mundo era poco menos que enciclopédico y las múltiples y diversas fuentes de su inspiración continúan siendo investigadas por la crítica. Sin embargo, un hecho que a menudo se pasa por alto es que Borges logró acercarse a muchas de estas obras gracias a las numerosas lenguas que estudió durante toda su vida.
Para comenzar, Borges creció en un hogar bilingüe, hablando inglés y castellano desde pequeño. “Cuando le hablaba a mi abuela paterna” –recordó una vez- “lo hacía de una manera que después descubrí que se llamaba el idioma inglés, y cuando hablaba con mi madre o mis abuelos maternos lo hacía de otra forma que luego resultó ser la lengua castellana…” El autor de Ficciones siguió aprendiendo nuevos idiomas durante su infancia, juventud y madurez. Para Borges, el estudio de cada nueva lengua era, en sus propias palabras, “una nueva aventura”, que le permitía adentrarse en “un delicado laberinto.” A través de cada idioma, nuestro escritor accedía a nuevos sonidos y nuevas palabras, como también a nuevos enfoques literarios que a menudo terminaron influyendo en su propia obra.

Una vasta biblioteca de ilimitados libros ingleses

Borges sintió desde muy temprana edad que su destino era convertirse en escritor; a tal fin, difícilmente podría haberse criado en un ambiente más propicio. Su padre, Jorge Guillermo Borges, era un lector ávido; la madre de éste último, y por ende abuela paterna del escritor, Frances Anne Haslam, era oriunda de Staffordshire, e introdujo en el hogar familiar el idioma y la literatura inglesa. Este inglés heredado permitió a Borges acercarse a los cientos volúmenes que albergaba la biblioteca de su padre, y fue a través de estas primeras lecturas que entró en contacto con los autores que más tarde se convertirían en sus favoritos: G. K. Chesterton, Robert Louis Stevenson y Rudyard Kipling, entre otros.


Chesterton

Pero en esa biblioteca paterna, Borges encontró mucho más que relatos y autores ingleses. En el siglo XIX, el Imperio Británico se encontraba en plena expansión, y el interés de los ingleses por los distintos y vastos rincones del planeta que sus naves alcanzaban surcando los mares no hacía más que crecer. Así, entre los libros de su padre, Borges también encontró numerosos volúmenes acerca del budismo, el taoísmo, el sufismo, y muchas otras vertientes religiosas, místicas y filosóficas que tuvieron luego una gran influencia en sus escritos.
La rama paterna de los Borges padecía asimismo un mal genético: una ceguera hereditaria y progresiva, que se transmitía de generación. En 1914, la visión del padre del escritor, Guillermo Borges, se había deteriorado a tal punto que la familia decidió viajar a Europa para consultar a un especialista. No pensaban quedarse por largo tiempo, pero las circunstancias históricas cambiaron drásticamente sus planes. En palabras de Borges: “Éramos tan ignorantes de la historia universal que no sabíamos que esa era la fecha de la Primera Guerra Mundial.” El estallido de la guerra impidió el regreso a Argentina; la familia terminó quedándose en Europa durante siete años. Se instalaron pues en Ginebra, donde Jorge Luis comenzó a asistir a la escuela primaria. Allí, el futuro escritor aprendió francés y latín. ”El latín era la materia más importante,” escribió Borges, “y pronto descubrí que si uno era bueno en latín uno descuidar las demás materias un poco”. Su conocimiento de esa lengua fue creciendo con los años y llegó a desarrollar un buen manejo de ese idioma, pero como sucede a menudo con las lenguas muertas que no se practican con frecuencia, Borges fue perdiendo su dominio del latín con el paso del tiempo. “Ahora me quedan latines, nada más” – dijo una vez. Pero su afición estética por ese idioma persistió a lo largo de los años. En sus propias palabras: “El latín tiene una dignidad a la que aspiran todas las lenguas romance que lo sucedieron”.


Robert Browning

Al reflexionar sobre el carácter solemne de este idioma, Borges solía recordar un verso del poeta inglés Robert Browning “Marble´s language, Latin pure, discreet” (“El latín, ese idioma de mármol puro, sobrio”). Según solía afirmar el escritor, este verso de Browning refleja la idea de que las palabras latinas, debido a su carácter solemne y digno, parecen haber sido diseñadas para ser talladas en mármol: “Es como si hubiera una afinidad natural entre esos dos hechos” –declaró- “entre el latín y el mármol.”.


Robert Browning Recites His Poem (1889 Edison Cylinder)

El idioma alemán: un amor personal

De verse obligado a preservar un solo idioma entre todos los que conocía, afirmó Borges una vez, optaría por el alemán, una lengua que le fascinaba tanto por su sonido como por su estructura. Sus vocales abiertas y su pronunciación austera le resultaban especialmente atractivas; la posibilidad que el alemán ofrece de formar espontáneamente palabras compuestas colocaba a su juicio a este idioma por encima del resto. Este fue el primer idioma cuyo aprendizaje Borges acometió por sí mismo. Borges comenzó sus estudios de alemán por sí solo en el año 1916, con el propósito personal y explícito de acceder a a las obras del filósofo Arthur Schopenhauer en idioma original. Al comienzo de su estudio, sin embargo, optó por textos más simples; la elección recayó en Heinrich Heine, un poeta expresionista cuyos versos se caracterizaban por su sencillez. Borges comenzó a leer estos versos alemanes con la ayuda de un diccionario; pero sus esfuerzos pronto rindieron fruto y un buen día se dio cuenta de que podía continuar su lectura sin ayuda: “Hubo un momento en que me di cuenta de que ya podía seguir leyendo por mi cuenta. En ese momento lloré, porque de una manera modesta había logrado poseer al vasto idioma alemán”. El aprendizaje autodidacta del alemán ofreció a Borges una serie de perspectivas sin precedentes: de repente no sólo era capaz de leer a Schopenhauer, sino también a muchos autores y filósofos alemanes, en su lengua original.


Arthur Shopenhauer

Otros idiomas romances

A pesar de que Borges aprendió a hablar el francés fluidamente durante su estadía en Ginebra, el sonido de este idioma nunca terminó de gustarle: “No me agrada el sonido del francés” –afirmó una vez- “Creo que le falta la sonoridad de las otras lenguas romances”. “Pero”-se apresuró a añadir-, “¿Cómo podría pensar mal de un idioma que ha per­mitido versos admirables como el de Hugo, L’hydre-Univers tordant son corps écaillé d’astres? ¿Cómo censurar a un idioma sin el cual serían imposibles esos versos?”
Borges también logró un buen dominio del idioma italiano, que aprendió a leer a con una edición bilingüe de la Divina Comedia de Dante. “He leído y releido la Divina Comedia en más de doce ediciones diferentes”, dijo una vez. “También he leído a Ariosto, Tasso, Croce y Gentile, pero soy incapaz de hablar italiano o de seguir una película o una obra de teatro en ese idioma.”
Algo similar podría decirse acerca de su conocimiento del portugués: “Yo no sé portugués”, dijo una vez. Y sin embargo, afirmó “He leído a Eça de Queiroz. Cuando no entendía una frase la leía en voz alta y el sonido me revelaba su sentido.”

Idiomas del norte y del oriente

Borges comenzó sus estudios de inglés antiguo como consecuencia del agravamiento de su ceguera. ”Mi ceguera fue avanzando desde el año de mi nacimiento como un lento crepúsculo de verano, y en 1955 me di cuenta de que había perdido mi vista como lector. Ya no podía leer.” Para compensar esa terrible pérdida, Borges decidió volvió a uno de sus orígenes mitológicos: el pasado remoto de Inglaterra, y por lo tanto de sus antepasados ingleses Resultó ser una decisión correcta y prolífica: el estudio del inglés antiguo no solo le brindó consuelo, sino también el disfrute estético de una lengua a la vez sonora y áspera. Si para Borges la cadencia majestuosa del latín recordaba a la severidad del mármol, las duras consonantes del inglés antiguo sonaban para él como “el ruido de las espadas, el golpe de las lanzas sobre los escudos, el tumulto de los gritos de la batalla “. En el carácter legendario y heroico de la antigua poesía anglosajona, Borges encontró asimismo personajes, atmósferas y hechos históricos que alimentaron su inspiración para numerosos cuentos y poemas en los años por venir.
Tras lograr un conocimiento profundo del inglés antiguo, y traducir directamente al castellano varios poemas de ese idioma, Borges pasó a interesarse en otro dialecto germánico medieval: el escandinavo antiguo. Esto le permitió acceder a las Eddas, antiguas compilaciones de mitología germánica, como también a las sagas de Islandia, con resultados igualmente fructíferos.
Otros idiomas que Borges abordó durante sus últimos años fueron el japonés -cuya gramática Borges encontraba fascinante, pero que nunca llegó a aprender del todo- y el árabe, que estudió durante los últimos días de su vida.

El hacedor

Es difícil imaginar cómo hubieran sido las obras de Borges si éste, por alguna razón improbable, hubiera dejado de lado el estudio de idiomas, palabras y alfabetos lejanos. Los cuentos de Borges son con frecuencia autobiográficos, y si bien -como el caballero victoriano que era-, evitaba siempre las revelaciones íntimas y con frecuencia se divertía difuminando hechos y enturbiando detalles, sus referencias bibliográficas frecuentes, así como sus prólogos y las numerosas citas literarias en diversos idiomas que aparecen en sus ensayos y artículos dan testimonio de la amplitud y el alcance de su red lingüística. A veces, la influencia de un idioma llevó a Borges a adentrarse en un nuevo género, como los tanka y haiku que escribió en castellano siguiendo formas japonesas; en otras ocasiones, las lecturas en otros idiomas impulsaron a Borges a escribir nuevos relatos (como en el caso del poema de The Collar, de George Herbert, que lo llevó a escribir su famoso “Libro de arena”) o una reescrituras de antiguos textos medievales como ”Brunanburh, 937 AD”.


Brunanburh, 937 AD

Tales ejemplos abundan, los rastros de las muchas literaturas y los muchos idiomas a los que Borges se acercó pueden encontrarse a lo largo y a lo ancho de toda su obra. “Cada idioma”, dijo una vez, “es una forma de sentir el universo.” Sin estar en desacuerdo con esta afirmación, uno podría asegurar que quien fue acaso el más curioso de los escritores argentinos no se contentó con la observación pasiva. En las manos de Borges, cada uno de estos idiomas se convirtió a su vez en la materia prima que éste utilizó no sólo para percibir el universo, sino también para crear mundos nuevos y fantásticos, sostenidos únicamente por el poder de la palabra y por su extraordinaria capacidad de imaginación.

Fuente : Eterna Cadencia
Martin Hadis
21 de abril de 2011




Without his command of multiple languages, Argentina's
most famous author would not have been the writer he was.

BY MARTIN HADIS

Originally published in: The Buenos Aires Herald Magazine. June 2001.

We have grown so used to calling Jorge Luis Borges a universal writer that these words have almost fused in most readers' minds. Known for the breadth as well as the depth of his creations, Borges was at the same time profoundly Argentine and a true cosmopolitan.

His poems and stories can feature compadritos (the rakish figures of Tango lore) from late 19th century Buenos Aires as easily as Vikings from the Norse sagas or long-forgotten Anglo-Saxon kings. Borges's knowledge of literature was nothing short of encyclopedic, and his sources and inspirations continue to be researched by critics. But a fact that is often overlooked is that Borges was only able to approach many of the works that he read through his command of the numerous languages he studied throughout his life.

Raised bilingual, Borges continued to learn new languages during his boyhood, youth and adult years. For him, the study of each new tongue was in his own words, a new adventure, akin to entering "a delicate labyrinth." Each language brought him new sounds and new words, as well as new literary approaches that often influenced his own works.

A VAST LIBRARY OF INNUMERABLE ENGLISH BOOKS

Borges always stated that he felt, from a very early age, that he was destined to become a writer. He could have scarcely grown up in a more propitious environment. His father was an avid reader. His paternal grandmother, an Englishwoman, Frances Haslam, hailed from Staffordshire and brought both the English language and its literature into the family. Borges' inherited English soon allowed him to approach the hundreds and hundreds of volumes in his father's vast library, and it was through these early readings that he would come in touch with those authors that would later become his favorites: G.K. Chesterton, Robert Louis Stevenson and Rudyard Kipling, to cite but a few.

But it was not just new stories and authors that Borges found in these bookshelves. In nineteenth century England, orientalism was all the rage. Thus, among his father's books, Borges also found numerous volumes dealing with Buddhism, Taoism, Sufism, and other diverse forms of mysticism and philosophy that would influence his writings.

Blindness ran in the Borges family as an inherited condition. In 1914, Borges' father Guillermo's vision was deteriorating so badly that the family decided to travel to Europe to consult an expert ophthalmologist. But World War I broke out and abrupt­ly changed their plans. The Borges family ended up staying in Europe for seven years. They settled down in Geneva, where Jorge Luis started attending school. There, he learned both French and Latin. "Latin was the main sub­ject," wrote Borges, "and I soon discovered that if one was good at Latin one could neglect other subjects a bit."

His skills grew with the years and he developed a good command of Latin. As often happens with dead tongues that are insufficiently exercised, Borges' command of the language slowly declined with the passage of time. But his aesthetic fondness for the language persisted through the years. In Borges' own words, Latin had "a dignified air to which all later Romance languages aspired."

When reflecting on its solemn nature, Borges would often recall a verse by Robert Browning: "marble's language, Latin pure, discreet." According to Borges, this verse reflected the notion that Latin words, because of their strict and dignified nature, seem to have been intended to be engraved in marble: "It's as if there were a natural affinity between the two concepts, Latin and Marble," he wrote.

GERMAN: A PERSONAL LOVE AFFAIR

In one of his lectures, Borges stated that, were he forced to choose to keep one language among all existing tongues, he would choose to keep German, a tongue he loved as much for its sound as for its structure. German's open vowels and stark pronuncia­tion made it especially attractive to Borges' ear; the possibility that German affords of spontaneously forming composite words also put German above the rest. It was the first language that Borges taught himself, as a personal undertaking.

Borges began his studies of German in 1916, with the explic­it purpose of reading Schopenauer's works in the original. In order to learn the language, however, he decided to start with simpler texts. His choice fell on Heinrich Heine, a German expressionist poet, whose works he started reading with the help of a dictionary. With time Borges' efforts bore fruit: he was suddenly able to continue his readings of Heine unaided:

"There was a moment when I realized that I could go on reading on my own. At that time I cried, because in a modest way I had managed to apprehend the vast German language."

Borges' self-taught German opened up unprecedented vistas: he was suddenly not only able to read Schopenauer, but also to approach many other German authors and philosophers in the original.

OTHER ROMANCE LANGUAGES

Even though he became a proficient French speaker during his stay in Geneva, Borges disliked the language's sound. "I find the sound of French unpleasant, I think that it lacks the sonority of the other Romance languages," he once commented. "But," he hastened to add, "how can one speak ill of a language that has produced verses like this one from Hugo: L'hydre-Univers tordant son corps écaillé d'astres? How can one criticize a language without which these verses would not exist?"

Borges also acquired a good command of Italian, teaching himself by using a bilingual English-Italian edition of Dante's Divina Commedia. "I have read and read the Divina Commedia in more than twelve different editions," he once stated. "I have also read Ariosto, Tasso, Croce and Gentile, but I am incapable of speaking Italian or of following a movie or a drama in that language."

Something similar could be said about his knowledge of Portuguese: "I do not know Portuguese at all," he once stated. "But I have read Efa de Queiroz. Whenever I stumbled upon a sentence that I could not understand, I would read it aloud and through its sound its meaning would be revealed."

LANGUAGES FROM THE NORTH AND THE EAST

Borges began his study of Old English mainly as a reaction to his going blind. "My blindness progressed since the year of my birth like a slow twilight," and "In 1955 I realized that I had lost my sight as a reader. I could no longer read."

To compensate for such an enormous loss, Borges returned to his mythological origins: namely, to his ancestral English side. It proved to be the right decision. Old English provided not only comfort, but also the aesthetic enjoyment of a language whose nature was both sonorous and rough. If Latin's majestic cadence reminded Borges of marble, the harsh consonants of Old English sounded to him "like the clash of swords, the crashing of spear against shield, the tumult of battle-cries."

Even more importantly, the legendary and warlike nature of Old English poetry provided Borges with topics and themes that he would use to great literary advantage during his later decades.

After mastering Old English, and producing his own Spanish translations of many poems belonging to this period, Borges also became interested in Old Norse, a Scandinavian linguistic rel­ative to Old English, with similarly inspiring results. Other lan­guages that Borges tackled in his later years were Japanese – whose grammar Borges found both fascinating and mesmerizing – and Arabic, which he studied during the very last days of his life.

THE MAKER

It is hard to imagine what Borges' works would have been like if he had, for some improbable reason, failed to cast such a wide linguistic net. Borges stories are often autobiographical, and even though he disliked the disclosure of specific information and frequently enjoyed muddying details, his frequent biblio­graphic references, as well as his prologues and explicit quotations in numerous essays and articles testify to the breadth and scope of his language skills. Sometimes the influence of a language can be felt in Borges' attempting a new genre, such as the tanka and haiku that he wrote, influenced by Japanese poetry; sometimes it's a verse or a topic that inspires Borges to craft a new story, as George Herbert's The Collar did his "The Book of Sand," or a new version of an ancient text, like his "Brunanburh, 937 A.D."

Examples abound; traces of the many literatures that Borges approached can be found all throughout his works. "Each human language," he once stated, "is a way of perceiving the universe."
Without disagreeing with this statement, one could safely argue that this most imaginative of writers was not content with passive observation. In Borges' able hands, each of these languages became in turn the raw material that he used not only to perceive the universe, but also to create new, fantastic worlds of his own.

Fuente : MARTIN HADIS
Buenos Aires, June 2001.
http://www.martinhadis.com

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