domingo, 19 de junio de 2011

Jorge Luis Borges: 25 años 25


No, no es fácil escribir sobre Jorge Luis Borges. El pasado martes, 14 de junio, se cumplieron los 25 años de la muerte de escritor en Ginebra y por este motivo se convocaron decenas de proyectos editoriales, de homenajes, María Kodama actuando de nuevo como señora de la casa y dueña del secreto, de actos. En Casa de América de Madrid hubo la semana pasada un homenaje a su figura y en Buenos Aires acaba de inaugurarse una exposición inmensa bajo el título de Historia de un universo escrito donde, entre otras cosas, se detallan las relaciones y la influencia que el escritor, sobre todo el Borges joven, tuvo en la creación de un paisaje legendario que rindiera justicia a la ciudad de Buenos Aires… quiero decir, ¿cómo no escribir algo sobre uno de los escritores más trascendentes en español del siglo XX y qué, además, pasa por ser uno de los de cabecera, de esos que se releen cada vez más a menudo y en intervalos de tiempo menores? Y sin embargo, la cosa no es fácil porque me temo que hay pocas cosas nuevas que decir de él que merezcan la pena y, sobre todo, porque la avalancha de cosas dichas han amenazado con sepultar su obra de la manera más perversa en que una obra puede ser sepultada: morir de tal éxito que nadie se enfrente a ella de una manera directa sino mediatizada por los miles de interpretaciones sobre la misma, interpretaciones tan variadas y sutiles como tontas y extravagantes. De ello sobran ejemplos, y la extensión de las figuras que han confesado contraer una deuda con Borges son, por su importancia, un tanto sorprendentes, de Jacques Derrida o Gilles Deleuze a Humberto Eco pasando por Michel Foucault, Ilya Prigogine, Paul Auster o André Maurois, que prologó aquel tomazo de New Directions, Laberynth, que recogía cuentos del escritor argentino y que en la ultima edición ha ido cambiado por William Gibson, el escritor ciberpunk, y todo ello por no hablar de nuestros escritores, de Julio Cortázar a Osvaldo Soriano, de Adolfo Bioy Casares a Roberto Bolaño o Julio Ramón Ribeyro… la nómina amenaza con parecer infinita. No, no es fácil.


Hace 25 años le enterraron en el cementerio de Pleinpalais, en Ginebra, en una tumba situada a la derecha de un ciprés donde siete guerreros sajones, que lucharon contra los vikingos en torno a la defensa de un monasterio, se enfrentan a una muerte cierta, una bella metáfora que Borges creía tomado de La balada de Maldon y que resume, a su modo un tanto inacabado pero veraz, la toma de postura del escritor ante la muerte y el coraje para llevar el tránsito con gallardía. A partir de entonces, el mundo, que ya reconoció sobradamente a Borges pareció hacerse cada vez más borgiano. Lejos quedaban los tiempos en que el escritor adquirió cierta fama porque aparecía un cartel con su retrato en Performance, aquella película interpretada por Mick Jagger y que supuso la entrada de Borges en el mundo de la cultura de masas anglosajona y del espectáculo, a partir de ahí el aislamiento horaciano se convirtió en un carrusel de viajes, conferencias, entrevistas y premios que aprovechó con urgencia de viejo. Desde entonces, cada vez más, la literatura, el modo de enfrentarse a la realidad, comenzó a girar en torno a la metáfora del mundo que había inventado en su soledad de Buenos Aires y filósofos, semióticos y científicos comenzaron a rastrear conceptos, intuiciones y hasta profecías en sus relatos. Lo de ser el gran maestro ejemplar de la intertextualidad, ese gran prado donde pastan profesores de toda condición en el abrevadero de la teoría literaria, ya queda un poco lejos, por repetido. Ahora muchos ven en La biblioteca de Babel ciertas paradojas inherentes a la teoría de conjuntos, en El idioma analítico de John Wilkins, relato preferido por ciertos lingüistas y neurólogos, afirmaciones semejantes a las teorías fractales, sistemas de numeración en Funes el memorioso, todo ello en una suerte de metáforas neutras de problemas científicos, aunque parece ser que El jardín de senderos que se bifurcan, y esto parece un relato borgiano dentro de otro relato, resolvió sin que el autor tuviera la más mínima idea del problema, una cuestión de la física cuántica que no se había resuelto hasta que Hugh Everett III escribió su tesis doctoral, Relative State Formulation of Quantum Mechanics, y que más tarde popularizó Bryce DeWitt en La interpretación de los muchos mundos de la mecánica cuántica. Borges como demiurgo ciego, como mediador entre las correspondencias de las disciplinas artísticas y científicas: la imagen no puede ser más nítida en cuanto al modo de valorar al escritor en el mundo de la posmodernidad, en el mundo de la cita textual, del pastiche, de cierto idealismo conceptual que huye de una voluntad aristotélica que ya no nos seduce… Borges, también, como precursor de la Webb, en esto anda Umberto Eco, realizando una correspondencia entre los cuentos de Borges y esa Internet donde abundan en mezcla feliz blogs, You Tube y Wikipedia alzándose como la representación virtual de ciertas ideas contenidas en La Biblioteca de Babel y en Tlön, Uqbar, Orbis Tertius y que ya estaba presente en la idea del Libro Total de Stéphane Mallarmé, que Borges admiraba.


El mundo se ha hecho un poco borgiano, como se hizo kafkiano mucho antes, y dantesco mucho antes también. Eso nos habla de la capacidad del arte para reflejar el imaginario colectivo de una época. Creo que hay tantos Borges como representaciones del mundo porque los laberintos de Borges son nuestros laberintos, los de nuestra mente. Muchos imaginan geometrías fractales leyéndole, o teoremas casi proféticos por no estar ni siquiera planteados; otros, en cambio, siguen adorando el paisaje mítico que dejó de la capital argentina en Evaristo Carriego o en Fervor de Buenos Aires, la exposición inaugurada en aquella ciudad abunda en ello, y a la desilusión de comprobar la desaparición de la casa de Tucumán, en el número 840, se refugian en lo que queda aún, que es bastante, en un perfume hallado en Palermo, en Corrientes, en La Boca y en las imágenes rotundas, sutiles de lugares como la Recoleta o la Plaza de San Martín.

Ahora, a los 25 años de su muerte, el reto es poder seguir leyéndole de la manera que nos parece casi inocente en que lo leíamos hace treinta y cinco. Para esto Borges también tuvo respuesta. En la metáfora de Pierre Ménard, autor del Qujote.

Fuente : cuartopoder – España
19 de junio de 2011

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