domingo, 26 de junio de 2011

Ponferrada de Borges



El teniente Luna me dijo que sí. Era un gaditano muy gordo y bonachón. Un oficial que cuando se ponía la gorra de paseo parecía el portero de un hotel barato de Chihuahua.

-”Puede ir a eso que me dice. Para que vea que los militares somos -˜comprensibles-.

Era comprensible el teniente Luna. Pero mi petición, no tanto: que me dejara ir aquella mañana del 23 de abril de 1980 a Alcalá de Henares, donde recibía el premio Cervantes el gran escritor argentino Jorge Luis Borges.

Salí dando saltos de la Escuela Superior del Ejército y fui a San Fernando de Henares, donde vivía entonces acogido a la bondad de un amigo berciano, ácrata y abogado, Miguel Yebra Blanco.

Me cambié y a las once de la mañana ya estaba en el jardín que conduce al edificio plateresco. En la bellísima, y no muy conocida ciudad de Alcalá de Henares. Sentía una gran emoción: iba a ver a Borges y no me lo creía del todo. Entonces, seguramente entonces, pensé en el primer día de Borges. ¿Cuál fue?

Lo recuerdo muy bien. Ponferrada, abril de 1971. Compré en la plaza Fernando Miranda, junto a casa, el diario Madrid , que Franco cerró al poco. Allí vi el titular de la entrevista con Jorge Luis Borges. Conocía su nombre, pero nada más. Fue leer aquello y quedar fascinado para siempre por el mago de Buenos Aires. Entonces tenía 71 años y ya se reía del Nobel. Y eso que era mucho antes de cometer su gravísimo error de saludar a los dictadores del Cono Sur. Aunque luego, cuando supo sus villanías, las denunció.

Borges, Ponferrada: llovió mucho aquella primavera. Yo andaba perdido por la ciudad, era un muchacho sin futuro. Pero empecé a tener a Borges, que no era poco. Me iba en bicicleta; me liberaba así. Hasta Cacabelos, Toral, Villafranca... Y leía a Borges en el campo, bajo los chopos.

El escritor del Río de la Plata, la ciudad gris, el tiempo difícil. Recuerdo el primer libro que le leí: Historia Universal de la infamia . Donde humor, talento, gracia, profundidad y lenguaje de oro puro se funden. Como en toda su obra. Desde entonces siempre soñé con verle. Y allí venía, en Alcalá, del brazo de María Kodama. Caminaba muy despacio, sonreía. Tenía el pelo muy blanco, ojos azules y era más alto de lo que yo pensaba. Allí pasó, a un metro; le miré, él no podía ver nada.

Con eso me bastó, fui muy feliz. Creo que haber visto a Borges es una gran fortuna. Luego me volví al cuartel y al teniente Luna. Tiempo después supe que su sangre portuguesa, la de su apellido, es de por aquí, como quien dice. De la Torre de Moncorvo, en el Alto Douro. Torga, Cunqueiro y Borges, los tres grandes de mi personal Olimpo literario, son frutos misteriosos del Noroeste interior.

Gracias, teniente Luna. A sus órdenes.

Fuente : Diario de Leon.es
César Gavela
26/06/2011

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