UMBERTO ECO ENTRE BORGES Y SHERLOCK HOLMES
El nombre de la rosa
es una de las narrativas, y también una de las mayores intelectualidades
narrativas, más meritorias y justamente famosas del pasado siglo. Fue el inicio
ficcional del gran semiólogo italiano. Y en ella vemos dos corrientes canónicas
en la polémica literaria intelectualizada: una la popularidad, otra la que se
refiere a los ambientes cultos y áridamente letrados. Nos centraremos no tanto
en el análisis de la novela, sino en las lecturas, en la receptoriedad de la
misma y también desde lo más destacable de una sumarísima sociología autoral,
desde el punto de vista de la erudición; nos centraremos, así, en los posibles
tipos de sociedades intelectuales que se pueden ubicar y urdir en la revisión
de la obra; y también sus plasmaciones personales, en cuanto a una Psique y
ánimo narrativo: Borges, por ejemplo, y Conan Doyle y su Sherlock Holmes.
Daremos cuenta tanto de los apocalípticos como de los integrados, o, más
serenamente, de la erudición divulgativa y su contraparte de erudición difusora.
En la difusión, pues, y sin mejoras de una legibilidad digamos que de a pie, o
en divulgar, o sea, si bien no vulgarizar, no simplificar, sí hacer a lo
erudito o saber social más sencillo, asequible y expositivamente amenizado.
Ambas posturas, ambas
intenciones novelísticas que nos ocupan, provienen de un conocido esquema del
semiólogo piamontés, acerca de los intelectuales y la cultura de masas: los
apocalípticos y los integrados.
Los apocalípticos,
según Eco, son los que rechazan como anticultura a la cultura de masas, los
integrados los que la aceptan. Podemos ver, pues, al Apocalipsis intelectual,
académico, como el academicismo cultista, como lo académico que el mismo Eco,
en sus aspectos positivos, adopta en cuanto a una erudición o ciencia de más
difícil legibilidad narrativa e intelectual, pero también de mayor y rica
complejidad epistémica. Los integrados representan, si extrapolamos el concepto
desde el análisis de la cultura de masas, la capacidad divulgativa; el lenguaje
ficticio, pues, visto en su dote de significados culturales más sencillos y
asibles para la receptividad literaria y cognoscitiva en general. Así, los dos
núcleos intencionales de acervo sociológico, de sociología tanto lectora o
receptiva como autoral, se encuentran en las páginas de El nombre de la rosa.
Recordemos, yendo a
una breve revisión argumental, que en una abadía medieval se suceden varios
asesinatos misteriosos, y un investigador, Guillermo de Baskerville- un
detective, un Sherlock Holmes del medioevo eclesiástico-, es el que se encarga
de buscar al asesino, junto a la tan watsoniana simpleza de Adso, el encargado
de registrar las aventuras intelectuales y activas de su maestro. Guillermo es
alguien que lleva el conocimiento científico, incluso la criminología, a la Edad Media de la mano
de la sofisticada ficción de Umberto Eco, y también una resignación o
sugerencia atea, como emblema de algunos descreimientos notorios en el ambiente
eclesiástico de entonces…
El asesino, entonces,
es un monje ciego, Jorge de Burgos, en el que se ven claras señales de
alteregoísmo borgeano, y el espacio nuclear de la acción, como concepto y
también como acción física, se ubica en el sitio más literario y al mismo
tiempo también más borgeano posible: la biblioteca abacial.
Lo popular, la inteligencia sagaz, se halla en las lógicas
tan posmedievales de Guillermo; no obstante, ellas también se hunden en las
raíces, antes que en la filosofía o en la filosofía teológica cristiana, de la
ciencia o de la lógica rigurosa. La lógica sencilla, que Adso nos descifra, se
puede encontrar, siempre en una lectura sobreyacente, en Guillermo de
Baskerville. Así, la lógica divulgativa- los sherlockianismos de Umberto Eco en
su novela- es un guiño al lector detectivesco, a la inteligencia práctica o,
más bien, inteligencia de carácter abstracto practicada. Pero también hay una
difusión, a veces mezclada con divulgación, del pensamiento más árido, letrado…
Culto y también
cultista.
Y es que, entre el
lenguaje tantas veces lógico de la conversación de Guillermo, y con la
descripción de Adso, encontramos sutilezas y subyacencias que requieren nombres
propios famosos en los círculos áulicos del academicismo, como Aristóteles;
pero la emoción de la lógica práctica, o de la practicidad de la lógica
holmesiana de Guillermo, en claro homenaje a la pluma jovial de Conan Doyle, se
halla en una especie de dialogía híbrida con la complejidad expositiva de los
pensamientos filosóficos, sociales e incluso científicos, cuya aridez está
simulada hábilmente por recursos de amena retoricidad, por una mayor pausa y
lentitud verbal ante, valga el ejemplo, la prontitud lacónica de Jorge Luis
Borges. Aristóteles, por ejemplo, para lujuria del Apocalipsis según Eco, y
Sherlock Holmes, en honor de la integración, están mezclados en El nombre de la
rosa. El pensamiento abstracto, pues, y el pensamiento abstracto aplicado a la
realidad- o, más bien, aplicado a una realidad emotiva y novelesca- se hallan,
lo dijimos, en la doble faz del pensamiento y del pensamiento escritural del
autor piamontés: los apocalípticos y los integrados.
Es conocida la doblez
que analiza y ejerce Eco acerca de la intelectualidad y la cultura. Pues en
Umberto Eco, en su labor ficticia, narrativa, se percibe, en conciencia o
inconciencia, un apoyo o simpatía por las dos vertientes extrapoladas del
ámbito de la crítica de la cultura de masas. En la integridad, en el
integracionismo cultural que hace referencia, por ejemplo, a Conan Doyle y al
detectivismo literario, Eco se muestra decididamente patente, visible, asible
por una lectura más o menos de superficie; pero también- sondeando no sabemos
si la intención, pero sí el efecto apocalíptico en la novela- muestra, amén de
toda fineza verbal y conceptual de la novela de un intelectual, e incluso de la
intención intelectual de la novela y de la narrativa en general, muestra, pues,
su decantación y filia por el borgeanismo; el afán, por ejemplo, de la
biblioteca como lugar trascendente, como un ánima propia, diferente de lo
cósico: el libro, en fin, y cuya gravidez, cuya sensualidad casi antrópica o
espiritual tangibilidad plasma los conocimientos en la biblioteca monjil. Eco
adopta en la difusión- ya que no tanto divulgación- borgeana conceptos filosóficos,
conceptos de ciencia o de la mayor especificada tarea lógico-científica;
propicia, ésta última, para los razonamientos, para el novelístico Órganum,
digamos, de Guillermo de Baskerville.
Ante la microscopía
borgeana, ante la miniación cuentística del maestro porteño y sus
condensaciones cultas y cultistas, cuya explícita sucintez ha hecho escuela en
la lengua y en los conceptos castellanos, Eco adopta mayor holgura narrativa,
ficccional, pero también de referencia epistémica, de memoria científica,
social o cultural en general.
Las dos vertientes de
la apuesta del semiólogo, su doblez en el análisis de la sociedad intelectual,
se ilustran, pues, en su novela más famosa; en vista de ello, debemos apostar
por un cierto optimismo y optimización en el lector, en el consumo textual de
Eco, lo mismo que en el de Borges. Es decir, en la confianza autoral sobre la
capacidad o bagaje cultural de los receptores verbales. Alguno podría hablar de
soberbia, de holganza deliberadamente poco legible, incitadora de una
enigmática pero poco epistémica admiración; pero la parte académica de Eco
patentiza la inteligencia lectora, la parte de destreza receptoria en la novela
en su faz borgeana, en la referencia a Borges; es una recepción y una
escritura, en dicho caso, de tendencia apocalíptica, en el sentido de estar un
tanto alejada de las inteligencias o comprensiones ortodoxas; en cambio, las
partes de algidez en la estructuración del misterio narrativo, o los hábiles
diálogos de bagaje lógico, detectivesco, holmesiano, son integradas: tenemos
allí al intelectual en comunicación con el pueblo, o al menos con el pueblo
lector.
Umberto Eco, en su
facultad y praxis novelística, no es tan taciturno como el cuento borgeano, lo
que permite una mayor explicitud, una mayor capacidad amenizadora, más lugar
para la aclaración, para diferentes recursos retóricos que clarifiquen los diversos
saberes, sean sugeridos o patentes. La macroscopía novelística del autor
italiano ante la microscopía del cuento del autor porteño; la lógica de a pie,
si seguimos una lectura más literal, la dialogía holmesiana entre Adso y
Guillermo, con la misteriosa estructuración formal, de armazón verbal y de
concepto de la acción argumental, ante las sutilezas escolásticas y las
clarividencias del método científico en el propio Guillermo de Baskerville.
En efecto, la
conceptuación de la acción, la inteligencia, la intelectualidad aventurera,
digamos, se conjuga con la inteligencia y también las lecturas más adeptas a
los apocalípticos. La recepción y producción apocalíptica en Eco, entonces, es
posible en El nombre de la rosa: la filosofía, los anuncios de la ciencia
experimental y racional en Guillermo son, más que nada, cultismos; la recepción
integrada, acaso lo culto, se halla en los pasajes que más divulgan, con una
elongación narrativa; sin dejar de lado, en fin, a lo académico literario, apto
para los diversos recursos del retoricismo clarificador.
La academia, pues,
puede divulgar por medio de Umberto Eco; y el Apocalipsis intelectual y
cultural en general se integra con el lector más o menos instruido: integración
realizada mediante, por ejemplo, las aventuras históricas, con un aire a lo
Walter Scott que se extrapola desde las turbulencias y lizas y caballerosidades
británicas y pasa a los scriptoria noritalianos. La aventura intelectual, pues,
la aventura de los integrados, se percibe en Eco; pero el Apocalipsis de la
cultura también se puede sondear en la novela, aunque hábilmente velado…
Quien quiera leer que
lea, pero quien quiera entender- entender de verdad- que se integre, que deje
el Apocalipsis a las subyacencias y disfrute de las sobreyacencias, de las
patentizaciones no de una lógica, de un Órganum holmesiano, sino de una lógica
de a pie, de una lógica, en literatura de criollo, de fierro; y de una aventura
integrada o integracional de la inteligencia, de la cultura, de los libros que pueden
sentirse en su grávida humanidad, en su antrópica animación, en su pasionalidad
y personalidad casi orgánica…
La aventura, en suma,
de un Jorge Luis Borges o un Jorge de Burgos, ambos encerrados en esa abadía
que la buena fama legó al siglo XX; y ambos, como realidad y como ficción, son
evocados como un homenaje franco y acaso emotivo, así como también humilde,
pupilar.
Y, además, con la
disciplina propia de un buen alumno…
Fuente
: Konvergencias, Filosofía y Culturas en
Diálogo. KONVERGENCIAS
Daniel
Alejandro Gómez
http://www.konvergencias.net/gomez32.htm
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