El enigma de Shakespeare
Conferencia de Borges en el Hotel Hilton - Washington 1976
Jan Kott es autor de dos libros clásicos sobre el teatro
isabelino: Apuntes sobre Shakespeare y El manjar de los dioses.
En este artículo, tomado de The Theatre of Essence, convoca
a Jorge Luis Borges quien en la segunda convención mundial de shakespeareólogos,
en 1976, resolvió el misterio de Shakespeare.
El hotel Hilton estaba lleno de shakespeareólogos. Había
cerca de mil en su segunda convención mundial celebrada en Washington en abril
de 1976. Unas edecanes jóvenes repartían, en un amplio loby, etiquetas con el
nombre, el grado académico, y la institución de los participantes, de tal
suerte que todos pudieran reconocerse. En las galerías que rodeaban al lo el y
se exhibían publicaciones sobre Shakespeare. Entre ellas estaban las nuevas
concordancias shakespeareanas que contenían las 22,000 palabras de su
vocabulario computarizado y ubicado en su contexto. Habla también anuncios de
los nuevos trabajos de referencia y de los actualizados, para los cuales las
incasables computadoras habían reunido y ordenado las acotaciones de
Shakespeare y, por separado, todos los signos de puntuación comprendiendo hasta
la última coma, así como el conteo de la frecuencia y el posible listado que
iba desde signos de exclamación hasta signos de interrogación. La shakespeareología
no sólo se alimenta de Shakespeare, sino de si misma. Hay más de dos mil
profesorados sobre Shakespear sólo en los Estados Unidos, y cerca de mil en el
resto del mundo. Y cada año hay cerca de trescientas nuevas tesis de doctorado
sobre Shakespeare: hay una nueva cada día del año excluyendo los días de las
celebraciones judías y cristianas, los sábados y los domingos.
La convención anterior en torno a Shakespeare se llevó a
cabo en Vancouver en 1971. Fue de algún modo una sorpresa placentera, todavía
no aterradora, que hubiera tantos especialistas en Shakespeare en el mundo.
Vancouver está más cerca de Kyoto que de Stratford y, después de la delegación
estadounidenses, la japonesa fue la más numerosa. Los participantes se
hospedaron en pequeñas casas con extraños nombres indios entre los jardines de
rosas de la
Columbia Británica. El Congreso de Vancouver estuvo iluminado
por la triste sonrisa de Grigori Kozintsev, el director escénico ruso (lo vi
ahí por última vez; moriría dos años más tarde). Cierta noche hablamos de
Vsevold Meyerhold caminando en los jardines. Kosintsev fue uno de los pocos
alumnos y amigos de Meyerhold que logró sobrevivir a todas las purgas.
"Aquel tiempo con Meyerhold", evocó, "...esos fueron los únicos
años de felicidad, quizá dos años, quizá tres, y después todo fue
desesperación". Kosintsev trajo a este congreso su Rey Lear cuya acción
ocurre en las estepas rusas.
Washington es hermoso en la primavera, blanco y rosa en los
árboles de cerezos que florecen. Pero la fragancia de los jardines de cerezos
no llegó al Hilton. El Congreso se llevó a cabo con la rigidez de hierro de
todas 1as convenciones en Estados Unidos (en el mismo Hilton, unas cuantas
semanas antes, se desarrolló una convención de Las Hijas de la Revolución Norteamericana
y, pocos días después, una reunión de cuáqueros de todas partes del mundo).
Durante esos cinco días, que fueron divididos en reuniones plenarias,
secciones, subsecciones, y seminarios, los participantes de la convención se
detenían únicamente para beber café como si fueran viajeros temerosos de perder
el tren en una estación, y corrían con los portafolios repletos de pilas de
documentos académicos, hacia uno de los seis salones donde los especialistas en
Shakespeare conferenciaban sobre Shakespeare de manera incesante y simultánea
para sus colegas. Hacia atrás y hacia adelante en tomo a Shakespeare, desde el
análisis textual tradicional hasta las últimas novedades hermenéuticas. Había
seminarios sobre la interpretación existencialista de Shakespeare y sobre el
Shakespeare marxista. Durante el último seminario, repleto principalmente de
académicos de Alemania Oriental, tuve la impresión momentánea de que el tiempo
se había detenido y que, como quince años atrás, escuchaba la misma voz
repitiendo una y otra vez: "Shakespeare era progresista y no era
progresista...".
También hubo recepciones formales; nos llevaron al
Departamento de Estado en veinte autobuses. Y fiestas privadas. Una la ofreció
una distinguida dama de Washington en su rancho con vista al Potomac. Era el
cumpleaños de Shakespeare. Asaron carne sobre unas parrillas, y hacia el final
de la noche cada uno de nosotros recibió un souvenir: un sombrero grande de
cowboy la dama era de Texas.
Pero el momento estelar del Congreso, el día de su clausura,
fue una conferencia de Jorge Luis Borges. Había venido especialmente para
dirigirse a la convención. El salón más grande del Hilton se llenó totalmente
una hora antes de que la conferencia empezara. Sólo las primeras cuatro filas
de sillas permanecieron vacías. Unos niños escolares las custodiaban de modo
que ningún huésped sin invitación pudiera sentarse en ellas. Sin embargo,
cuando finalmente ninguno de los invitados oficiales apareció, los escolares
ocuparon los asientos.
Dos
hombres ayudaron a Borges a llegar al estrado. Caminaron a lo largo del
escenario muy lentamente, agarrando sus brazos. Finalmente lo situaron frente
al micrófono. Todos se levantaron en el salón; la ovación duró minutos. Borges
no se movió. Por fin las palmadas se detuvieron. Borges empezó a mover sus
labios. Sólo se escuchó un vago ruido enérgico en los altavoces. De esa
monótona vibración uno solo podía distinguir con grandes trabajos una sola
palabra que se mantuvo regresando como el reiterado lamento de un barco lejano,
hundiéndose en el mar "Shakespeare, Shakespeare, Shakespeare...".
El
micrófono estaba muy arriba. Pero nadie en el salón tuvo la valentía de subirse
y ponerlo más abajo, frente al anciano escritor ciego. Borges habló durante una
hora, y durante una hora sólo esa palabra repetida Shakespeare podía llegar a
sus oyentes. Nadie se levantó ni salió de la sala en el transcurso de esa hora.
Después de que Borges terminó, todos se levantaron y parecía que la ovación
final no terminaría nunca.
La
conferencia de Borges se titulaba: "El enigma de Shakespeare". Como
el orador en Las sillas, de Eugene Ionesco, Borges fue convocado para resolver
el enigma. Y como el orador de Las sillas, que únicamente podía emitir sonidos
incomprensibles de su garganta,
Borges resolvió el enigma: "Shakespeare, Shakespeare,
Shakespeare...".
Traducción de David Olguín
Fuente : NEXOS EN LINEA
El enigma
de Shakespeare
Jan Kott
01/02/1993
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