domingo, 15 de julio de 2012


La psicología en "La biblioteca de Babel" o
¿puede la mente humana ser sólo un sistema de información?




 J. I. Pozo (Departamento de Psicología Básica, Universidad Autónoma de Madrid)

La Biblioteca de Babel no es sólo una de las muchas alegorías, lúcidas, brillantes, cristalinas, que inventó y escribió aquel metafísico insigne que fue Jorge Luis Borges, sino tal vez una de sus metáforas más ambiciosas, en realidad una metáfora universal en la que todo cabe, que a todo representa. En efecto el propio Borges escribe:

         “El universo (que otros llaman la Biblioteca) se compone de un número indefinido, y tal vez infinito, de galerías hexagonales, con vastos pozos de ventilación en el medio, cercados por barandas bajísimas. Desde cualquier hexágono, se ven los pisos inferiores y superiores: interminablemente. La distribución de las galerías es invariable, Veinte anaqueles, a cinco largos anaqueles por lado....”

Entre los muchos objetos o mundos representados o contenidos en esa metáfora universal que es la Biblioteca, de los que se ocupan otros artículos en este mismo número, está también la mente humana, que es sin duda el objeto o contenido más complejo o sofisticado de esa biblioteca, por el simple hecho de que es posiblemente, o hasta donde conocemos por ahora, el objeto más complejo o sofisticado de los que existen en este universo, al que otros llaman Biblioteca.

Han sido varios los psicólogos que desde el auge de la psicología cognitiva basada en el procesamiento de la información han recurrido a la Biblioteca de Babel de Borges como alegoría del funcionamiento cognitivo humano. Georges Miller[1], uno de los padres de esa nueva psicología cognitiva que surgió en la segunda mitad del pasado siglo, recurrió a la Biblioteca para explicar su Proyecto Gammarama, un intento de diseñar un modelo que dé cuenta de cómo las personas pueden aprender las reglas de un lenguaje artificial, como una analogía de cómo las personas aprendemos algo tan complejo –y hoy por hoy tan alejado de las capacidades de cómputo de cualquier sistema cognitivo artificial- como es el lenguaje. La similitud entre el lenguaje humano y la Biblioteca queda reflejada en esa geometría repetida tan borgesiana, siempre igual a sí misma, por la que la Biblioteca -o el lenguaje al que algunos, como Noam Chomsky, también llaman el universo- contiene a su vez incontables libros, cuya composición o escritura se basa en unas pocas reglas bien definidas, fácilmente contables:

        “También se descifró el contenido: nociones de análisis combinatorio, ilustradas por ejemplos de variaciones con repetición ilimitada. Esos ejemplos permitieron que un bibliotecario de genio descubriera la ley fundamental de la Biblioteca. Este pensador observó que todos los libros, por diversos que sean, constan de elementos iguales: el espacio, el punto, la coma, las veintidós letras del alfabeto. También alegó un hecho que todos los viajeros han confirmado: No hay en la vasta Biblioteca dos libros idénticos. De esas premisas incontrovertibles dedujo que la Biblioteca es total y que sus anaqueles registran todas las posibles combinaciones de los veintitantos símbolos ortográficos (número, aunque vastísimo, no infinito) o sea todo lo que es dable expresar: en todos los idiomas. Todo: la historia minuciosa del porvenir, la autobiografía de los arcángeles, el catálogo fiel de la Biblioteca, miles y miles de catálogos falsos, la demostración de la falacia de esos catálogos falsos, la demostración de la falacia de esos catálogos verdaderos.

    Cuando se proclamó que la Biblioteca abarcaba todos los libros, la primera impresión fue de extraordinaria felicidad. Todos los hombres se sintieron señores de un tesoro intacto y secreto. No había problema personal o mundial cuya solución no existiera: en algún hexágono.”

Igualmente la psicología del procesamiento de información proclamó, en el marco de las revoluciones informativas de la segunda mitad del Siglo XX (la revolución cognitiva, pero también la genética y la informática), que la mente humana podía reducirse a un sistema simple, binario, computacional, con un número finito de unidades y reglas de transformación, capaz de generar o “escribir” un número casi infinito de acciones, ideas, pensamientos (de Mozart a Hitler, de Picasso a Swarzenegger, de Eva Perón a Jorge Luis Borges). Toda la humanidad estaba contenida en ese simple código, de modo que también los psicólogos –como los estudiosos de la genética  con el ADN- se sintieron extraordinariamente felices, señores de un tesoro igualmente intacto y secreto que les iba a permitir desvelar –y simular o reproducir a su gusto- el funcionamiento y finalmente los contenidos de la mente humana. No había ningún problema psicológico cuya solución no estuviera en el código informativo.

  Pero por fortuna, ese inquietante optimismo no ha cumplido su promesa, ni lleva camino de hacerlo, a pesar de ciertos intentos recientes, y posiblemente más fundados, como el de Steven Pinker[2] de recuperar la Biblioteca de Babel como metáfora chomskyana de la mente humana. Los psicólogos se lanzaron por los corredores de la Biblioteca en busca de aquel libro que contuviera la verdad definitiva sobre la mente humana. Pero en una Biblioteca que contiene todos los libros, todas las mentes posibles, es vano buscar un solo libro verdadero y más aún discernirlo de aquellos que no lo son:

    “Cada ejemplar es único, irreemplazable, pero (como la Biblioteca es total) hay siempre varios centenares de miles de facsímiles imperfectos: de obras que no difieren sino por una letra o una coma... Lo repito: basta que un libro sea posible para que exista. Sólo está excluido lo imposible”

Esa Biblioteca interminable construida a partir de un número finito de símbolos contiene ya, en sí misma, todas las posibles combinaciones de esos símbolos. Todos los libros están ya escritos ad initio. Pero al estar escritos todos por igual, no es posible conocer cuál es el significado de  ninguno de ellos:

        “Admiten que los inventores de la escritura imitaron los veinticinco símbolos naturales, pero sostienen que esa aplicación es casual y que los libros nada significan en sí”

Con esta alegoría genial, Borges anticipa la paradoja de los sistemas computacionales y nos permite entender por qué es imposible que la mente humana sea un sistema estrictamente computacional, como pretendía el procesamiento de información, ya que un sistema así no puede tener conocimiento y mucho menos aún adquirirlo, construirlo a partir de su interacción con el mundo[3]. Veamos brevemente por qué.

En la Biblioteca de Borges basta, como hemos visto,  un número finito de signos escritos en un lenguaje arcano y arcaico, anterior a todas las lenguas conocidas (lo que los psicólogos cognitivos han llamado el mentalés, una supuesta lengua universal de la mente) para componer, mediante un número igualmente finito de reglas (la gramática chomskyana) un número casi infinito, incontable de libros (de “representaciones” o si se quiere de conocimiento). Pero la Biblioteca (o la mente computacional), con esa estructura en forma de laberinto propia de los universos borgianos, se contendría  sólo a sí misma, sería un universo cerrado y repetido, suficiente en sí mismo. Así, cualquier habitante de la biblioteca que quiera buscar entre sus angostos corredores y sus estantes multiplicados un nuevo libro -cualquiera que quiera  adquirir un nuevo conocimiento)-  puede tener la certeza de que está ahí –basta que un libro (o conocimiento) sea posible para que exista-, pero nunca podrá estar seguro, incluso cuando lo tenga en sus manos, de haberlo encontrado, porque jamás lograría acceder al significado arcano de esos libros, que pueden tener las más variadas traducciones (o significados) en diferentes lenguas. Y sobre todo, si todas las combinaciones posibles, y casi ilimitadas, de esos signos limitados están ya escritas en otros tantos libros, si basta con que algo sea combinatoriamente posible para que exista, nadie podría nunca escribir un libro que no esté ya escrito (nadie podría adquirir una nueva representación, aprender), sino únicamente encontrarlo (al modo platónico, reconociendo en sí mismo un conocimiento innato previamente fijado) en los anaqueles perdidos, múltiples y repetidos, siempre iguales a sí mismos (equipotenciales) de la Biblioteca (o de la mente). Si el sentido de esos signos sólo puede descifrarse en la cábala de sus casi infinitas combinaciones, si no hay un mundo ahí fuera sobre el que los libros estén escritos, cualquier combinación de signos (símbolos) es tan probable y significativa como cualquier otra.

Pero sí hay mundo más allá de los confines de la Biblioteca, que no puede estar contenido ni prefigurado en ella. Y es precisamente de ese mundo de objetos y personas, que nos obligan a enfrentarnos a tantas situaciones nuevas no anticipadas ni por nuestra historia personal o cultural y cada vez más  tampoco por la historia de nuestra especie, del que se ocupa el conocimiento humano. En ese mundo físico y también en el mundo cognitivo o representacional sólo algunos sucesos posibles ocurren realmente, a diferencia del universo computacional de la Biblioteca todo lo posible es real y como consecuencia nada tiene significado, porque según muestra la psicología cognitiva reciente, el significado requiere una toma de tierra, un contacto con el mundo real, en el que no todo lo posible es real. La mente humana no es un dispositivo combinatorio capaz de representar cualquier cosa que podamos imaginar, sino un sistema generado por una historia natural y cultural que ha sesgado sus disposiciones[4].

En la mente humana no basta con que un conocimiento sea posible para que sea representacionalmente eficaz. No todo lo posible es funcional cognitivamente. De hecho, ese sistema informativo, esa Biblioteca de múltiples anaqueles equivalentes, ese juego de espejos encerrados en sí mismos, existe en el mundo real, pero es este ordenador en el que yo ahora escribo y en el que usted posiblemente lea estas líneas. Pero precisamente por eso, porque está encerrado en la Biblioteca de Babel ni mi ordenador ni el suyo comprenden lo que usted y yo leemos cifrado efectivamente en un código finito que puede generar significados nuevos no contenidos en él, no pre-escritos, que sin embargo, espero, nosotros sí comprendemos, aunque posiblemente cada uno a nuestra manera. Si la mente humana estuviera contenida en esa Biblioteca que Borges sugirió de forma inquietante y que los psicólogos cognitivos del procesamiento de información intentaron construir durante cerca de cinco décadas (de hecho, todavía hoy muchos de ellos, si no la mayoría, siguen encerrados en la Biblioteca, convencidos del éxito de su empresa y buscando a Hal desesperadamente[5]), sería incapaz de dar significado al mundo y también de aprender, porque sería incapaz de convertir la información (esa sí, reducible a un código binario y finito) en verdadero conocimiento.

Pretender reducir la mente humana y sus producciones –por ej., el conocimiento humano- a procesos exclusivamente computacionales o informativos es como intentar explicar El Quijote o En busca del tiempo perdido en función del sistema alfabético en el que está producido o de las reglas sintácticas en que se basa. Sin duda, cualquier libro está restringido por la naturaleza de los códigos en que está escrito, pero no puede ser explicado por esos códigos. El código alfabético no contiene El Quijote o En busca del tiempo perdido aunque estas obras, y cualquier otra obra imaginable, puedan ser escritas a partir de él, del mismo modo que las posibilidades computacionales del sistema cognitivo no contienen el conocimiento y el comportamiento humano, en todas las variantes y complejidades que aquí queremos estudiar. Los sistemas cognitivos adquieren su sentido en un orden o nivel superior al informativo, que sería el de las representaciones. En ese orden representacional hay un mundo, fuera de la Biblioteca, al que deben referirse los libros. Además, tampoco es cierto que todos los libros posibles estén ya escritos en la Biblioteca, sino que es necesario escribirlos o construirlos mediante el aprendizaje, ya que no todo lo que sucede en el mundo está previamente escrito en la información genética, de la misma forma que el castellano o del húngaro no contienen ya, de modo larvado o implícito, todos los libros que en esas lenguas puedan escribirse. Creo que eso es parte de lo que Borges quería decirnos cuando ideó y escribió la Biblioteca de Babel, un texto que realmente sí es universal, un verdadero laberinto de espejos e ideas que contiene tantas lecturas como lectores uno pueda imaginar o incluso llegar a ser.

Bibliografia :

 [1] Miller, G.A. (1966) Grammarama Project. En: G.A. Miller: The Psychology of Communication. N.York : Basic Books. Trad. Cast. de M.I. Dates: La psicología de la comunicación. Buenos Aires: Paidos, 1980.

[2] S. Pinker: Words and rules. The ingredients of language. N.York: Harper and Collins.

[3] Argumento que he desarrollado extensamente en J.I. Pozo: Adquisición de conocimiento: cuando la carne se hace verbo. Madrid: Morata, 2003, especialmente en el capítulo 3, del que he extraído las ideas aquí desarrolladas y en el que intento mostrar por qué la mente humana no puede estar contenida en la Biblioteca de Babel, algo que el propio Borges sin duda sabía o imaginaba.

[4] Ver el ya citado libro de J.I. Pozo: Adquisición de conocimiento: cuando la carne se hace verbo. Madrid: Morata, 2003.

[5] Hal era aquel ordenador consciente de sí mismo, que logró dar el salto de la información al conocimiento con tan pésimas consecuencias en aquella otra fábula de Clark, Odisea 2001. La alusión hace referencia a otro trabajo que analiza los límites del procesamiento de información para la comprensión de la mente humana: Pozo, J.I. (2003) “Buscando a Hal desesperadamente: de la psicología cognitiva a la psicología del conocimiento”. Anuario de Psicología, 24 (1), 3-28.

Fuente :  El rincón de la Ciencia                      
 nº 43,   diciembre de 2007

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