por Miguel Vitagliano
Borges no lo esperaba en su casa, y Luis AlbertoSpinetta
creía que simplemente estaba llegando tarde a la cita. Así fue el único
encuentro entre ambos, a fines de los setenta. Y así, tal vez, sean todos los
encuentros, una posibilidad ante senderos que se bifurcan en un jardín que
contiene todos los presentes. Spinetta se había quedado con la idea de un
periodista que quería entrevistarlos juntos, aún estaba agitado por el
nerviosismo y la corrida de las dos últimas cuadras que pretendieron atenuar la
demora; Borges ni siquiera conocía que alguien había tramado esa nota, que sin
duda no pasó de ser una ocurrencia porque el periodista tampoco estaba allí.
Los dos, sin embargo, se abstuvieron de entrar en explicaciones, de lo que para
uno se trataba de la inesperada visita de un músico al que jamás había
escuchado y de lo que para el otro era un encuentro aceptado con uno de los
mayores escritores del siglo XX.
Cada uno esperaba
que la conversación la comenzara el otro. Spinetta rompió el silencio hablando
de su admiración por el autor de Ficciones. Luego dijo que era padre de dos
hijos. Un gesto condescendiente de cabeza como respuesta. Intentó con la
literatura deslizando el nombre de Artaud. Borges: No lo conozco. Spinetta
creyó que debía explicarle pero se contuvo, prefirió mencionar que había
grabado un disco homenajeando a Artaud y Van Gogh. Otro gesto de cabeza, aunque
esta vez el gesto borgeano fue acompañado por el recitado de El Cuervo de Poe.
Spinetta se quedó asintiendo el pausado ritmo inglés de Borges sin saber cómo
interrumpirlo o si debía hacerlo, escuchaba sin entender, sin poder preguntarse
siquiera por qué ese poema. Fani apareció al rato desde un costado y Borges
soltó: Permiso, me tengo que ir. Una señal curiosa, ya que era el otro el
invitado a retirarse.
Un encuentro sin
relevancia, y aun así emblemático, acaso porque expande el fulgor hacia uno
mucho más perfecto que habían tenido antes sin que lo advirtieran. Porque “La
sed verdadera”, una de las canciones contenidas justamente en Artaud (1973),
parece colarse a la perfección en el susurro de “Borges y yo”. En esa prosa
poética de El Hacedor (1960) asistimos a la tensión entre dos Borges: el Borges
público, autor, profesor, ese “a quien le ocurren las cosas”, y el otro de ese
otro, sin nombre, un yo que vive, o que se deja vivir “para que Borges pueda
tramar su literatura y esa literatura me justifica.” Borges recorre el
desencuentro entre esos dos que serán tres al final de la página (“No sé cuál
de los dos escribe esta página”) y algo semejante sucede en la canción de
Spinetta, es un otro mayúsculo, la creación omnipotente, que toma la palabra
del otro que busca la creación de un poema. El poeta y su arte, esquivo y
siempre inalcanzable: “Sé muy bien que has oído hablar de mí / y hoy nos vemos
aquí / pero la paz / en mí nunca la encontrarás.”
Dos que se hacen
tres y no uno. Y decir tres es apenas un modo de nombrar lo múltiple, lo que
escapa a toda cuenta. El poeta sabe que no escribe para encontrarse, el poeta
sabe que escribe para dejar de perderse. Por eso la misma pregunta incesante
atraviesa también “La sed verdadera”: ¿Quién canta y desde dónde?
Por tu living o afuera de allí no estás
pero hay otro que está
y yo no soy
yo sólo te hablo desde aquí
él debe ser
la música que nunca hiciste
Perdiste la piel
creíste en todo lo que te pedí
nada salió de vos
Es de suponer que Borges jamás supo de la canción de
Spinetta ni la oyó siquiera en la calle, mientras caminaba del brazo de María
Kodama. La música de Spinetta siempre tuvo, y aún más en esos tiempos, un
carácter intempestivo, esa incomodidad con la sintonía del presente, que sin
embargo ha dicho tan bien. Valga como ejemplo de ese lugar cultural habitado a
medias por entonces lo que sucede en Respiración artificial (1980), la novela
de Ricardo Piglia en la que los personajes nunca vacilan en sus afirmaciones,
sólo se confunden una vez y es asignándole a Spinetta una canción de Charly
García. Borges ignoraba “La sed verdadera”, y acaso tampoco prestó atención a
qué fue lo que motivó el recitado de El cuervo el día del encuentro. Es decir,
indudablemente pensó en establecer la tensión entre la estética surrealista del
estallido y el método lógico de composición de Poe. Pero no pensó en la imagen
de ese cuervo golpeando una ventana, casi tan a destiempo como el llamado de
Spinetta en la puerta de su casa. ¿Habrá pensado acaso en los cuervos de Van
Gogh? Todo lo imposible se hace lugar, más después de conocer los dichos de
María Kodama en una entrevista concedida a la BBC de 2008: a Borges le gustaba tanto la música
de Pink Floyd que en sus cumpleaños pedía que le cantaran The Wall (1979) en
lugar del Happy Birthday. Según María Kodama, vieron tantas veces la película
que Borges conocía de memoria ciertos diálogos.
El pájaro no quiere morir en su jaula, las habladurías del
mundo no pueden atraparlo.
Miguel Vitagliano
Buenos Aires, EdM, enero de 2012
Fuente : Escritores del Mundo
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