Si hay un nombre que
es sinónimo de Buenos Aires, es el del escritor Jorge Luis Borges. Su presencia
se siente en casi cada esquina de esta diversa y maravillosa ciudad.
Juan Manuel Orbea
Todo camino a seguir es una toma de decisión. Y ésta, la
mayor parte de las veces, nace de la subjetividad arbitraria del que decide –ya
sea porque sí o porque no o tan sólo porque quién sabe– ir por ahí en lugar de
por allá. Si Jorge Luis Borges se planteara esta disyuntiva, si acaso estuviera
en la encrucijada en la que me encuentro a la hora de plasmar una hoja de ruta
borgeana en Buenos Aires, probablemente pensaría en algún laberinto y sus
infinitas bifurcaciones, o tal vez disertaría sobre el asunto, con afilada
ironía e ilimitada sabiduría con el otro Borges, seguro riendo divertido frente
al espejo.
Pero Borges no está acá. O en realidad está en todas partes
de la capital porteña, multiplicado en cafés, casas, calles, librerías, plazas
y hasta en la misma gente. Y para no seguir hablando de Borges –que es cosa
seria y para gente seria– mejor iniciamos este no tan breve viaje –arbitrario
pero interesante, subjetivo pero honesto– por su Buenos Aires; ahí, donde aún
se lo puede ver y sentir caminando e imaginando historias.
1. Calle Jorge Luis
Borges
Por esta calle (ex Serrano) deambuló sus primeros años de
vida (de los 2 a
los 15). Vivió en dos casas cuyas construcciones, por cierto, ya no existen:
primero en el 2135, casa de su abuela Fanny y en donde el pequeño Georgie
comenzó su estrecha relación con el habla inglesa. Al poco tiempo se muda al
número 2147. Ahí inicia quizá su relación más íntima y profunda con los libros
y sus entrañas: las palabras y las ideas, gracias a la memorable Biblioteca
Borges. Y en Palermo (su “Palermo Viejo”) en este barrio arrabalero, de malevos
y criollos, tan presente en su obra y tan adorado por su memoria, también
descubrió el tango, viendo aquellos muy hombres bailando con hombres. Y se inspiró
para escribir, entre otros, “Fundación mítica de Buenos Aires”, poema que deja
constancia del lugar de su propia infancia: “Una manzana entera en mitad del
campo /expuesta a las auroras y lluvias y sudestadas. /La manzana pareja que
persiste en mi barrio: /Guatemala, Serrano, Paraguay, Gurruchaga”. Y aunque hoy
esta zona del barrio está absorbida por la moda y el consumo “in”, aún tiene
mucho de aquellos tiempos, y por supuesto: de la sombra de Jorge Luis siempre
omnipresente.
2. Fundación
Internacional Borges
También en Palermo, casi Barrio Norte, está esta fundación
(Anchorena 1660; al lado de una de las casas donde vivió, en el 1672, y donde
escribió el célebre cuento “Las ruinas circulares”), creada por su esposa y
viuda, María Kodama. Buen sitio para continuar la ruta de Borges. Visitar el
museo y disfrutar de la visita guiada es como internarse en un laberinto con
muchas salidas, llenas de conocimientos, anécdotas y universo borgeano. En él
uno se empapa de la visión universal de Borges a través de objetos, libros e
historias que conforman su mente aléphica.
3. Cementerio de la Recoleta
Quién lo dijera: en este lugar, donde caminó solo
innumerables veces imaginando un nuevo cuento; o acompañado de su mejor amigo,
Adolfo Bioy Casares, elucubrando alguna historia firmada por Bustos Domeq o
polemizando sobre la dualidad de la muerte así como de la vida; aquí quiso ser
enterrado. Pero sabemos que si algo no tenemos los mortales es poder de
decisión una vez muertos. Y ni Borges se salvó de eso, que mora –por ahora–
eternamente en Ginebra. Como sea, pasear por este cementerio es una experiencia
tan literaria como borgeana, y en cualquiera de sus callejones podemos, quizá,
con suerte, vislumbrarlo cruzar con su bastón, guiado por su talento hacia la
inmortalidad que sus libros le dieron. O por qué no: visitando en silencio,
entre lágrimas y risas, casi invisible, la tumba de su amigo.
4. La Biela
Este bar (Quintana y Ortiz), en el barrio más aristocrático
de la ciudad, tiene más de
150 años de existencia. Se llamó La Viridita, después Aerobar
y, tras un infortunio automovilístico menor en 1950, La Biela. Este lugar, que
mira frente al Cementerio de la
Recoleta y la
Iglesia del Pilar, es tan emblemático de la ciudad como
Borges. Acá, el ilustre poeta, ensayista y cuentista pasó incontables horas de
su vida en medio del bullicio de la alta y culta sociedad a la que, como la del
arrabal palermitano, también perteneció. Nadie que venga a Buenos Aires puede
dejar de tomar al menos un café (barato no es, para nada), y sentarse sea en la
terraza frente al centenario gomero de ramas gigantes o adentro, junto a esa
mesa con las esculturas de Borges y Bioy Casares, dos de sus más ilustrísimos
clientes.
J.L.B. vivió a pocas cuadras de ahí (Quintana 263), donde
escribió la mayor parte de su libro de cuentos más recordado: “El Aleph”.
5. Departamento de
Maipú 994 (esq. M.T. de Alvear)
En pleno Microcentro residió Borges la mayor parte de su
vida, en el departamento ‘B’ del 6to piso, con su madre y algunos años con su
hermana. Ahí escribió innumerables obras. Alguna vez afirmó que de no tener que
viajar, dar charlas, presentar libros y hacer tantas cosas a las que su
condición le obligaba, se quedaría ahí leyendo y siempre leyendo. Dio en este
lugar sus más memorables entrevistas. Sólo se fue por un tiempo cuando su
primer matrimonio. Y cuando uno va al edificio (allá aquél que no toque el
timbre y pregunte por él, aunque le respondan de mala gana) y busca su sombra
por ahí, no puede salvo reír imaginando al a veces agnóstico y otras ateo
rezando un Ave María sólo para hacer feliz a su madre.
6. Plaza San Martín
Ésta era una de las plazas que más frecuentaba el creador de
“Ficciones”, más aún viviendo a menos de una cuadra del departamento de Maipú.
Caminar por aquí pensando en él provoca otro tipo de sensaciones. Incluso, tras
recorrer todos sus senderos y aristas, sentándose en uno de sus bancos (quizá
frente a otro milenario gomero que cuida eternamente las espaldas del
Libertador San Martín), para luego cerrar los ojos y tratar de sentir como lo
hacía Borges cuando la vista comenzaba a fallarle y tuvo que sensibilizar el
resto de sus sentidos. Ésta es, sin duda, una gran experiencia sensorial.
7. Gran Hotel Dora
¿Saben cuál era la comida favorita de Borges? Dicen por ahí
que el arroz con manteca y queso rallado, acompañado de un vaso con agua. ¿Y su
restaurante porteño favorito? Varios, muchos más que dos. Uno de ellos, quedaba
–aún queda– a metros de Maipú 994, para ser exactos en el 963, en el Gran Hotel
Dorá. Durantes los años ‘60 y ‘70 fue un habitué de este lugar. Y cuando
llegaba –solo o acompañado de amistades cercanas–, fuera para almorzar, tomar
el té o cenar, tenía una mesa reservada para él siempre, sin excepción. Este
hotel es un clásico del Microcentro y un buen rincón en busca de las huellas
borgeanas, para husmear el recuerdo de su sombra gastronómica.
8. Biblioteca
Nacional
Desde el hotel hasta la calle México 564 es un lindo paseo,
sea por Florida o por las semipeatonales paralelas como San Martín o
Resistencia, y pasando por Plaza de Mayo y otros lugares llenos de nostalgia e
historia. Recorrido que Jorge Luis Borges seguramente hizo innumerables veces
para ir a esa dirección: la Biblioteca Nacional, de la que fue director
durante 15 años (estuvo tres años más en la nueva sede de Agüero, que ayudó a
crear). Hermoso edificio que hoy alberga el Centro Nacional de Música, aunque
en su fachada aún se lee “Biblioteca Nacional”. Al lado está el edificio
original de la
Sociedad Argentina de Escritores, que Borges presidió en
Monserrat y a pasos de San Telmo.
9. Calle Juan de
Garay
El Aleph, ese punto en el espacio que contiene todos los
puntos del mundo al mismo tiempo, el espejo y centro de todas las cosas, en el
cual todo confluye y se refleja a la vez y sin sobreposición, según Borges de 2 a 3 centímetros de
diámetro y parecido al cristal, es quizá el objeto más enigmático y célebre de
toda su obra. Según el cuento, esa cosita que contiene todo el saber universal
(entre otras interpretaciones, se dice representa una biblioteca con todos los
saberes y cosas del universo viéndolas a la vez) se encontraba en el sótano de
una vieja casa de la calle Garay. Obvio: los borgeanos de corazón no pueden
dejar de ir a esa avenida y tratar de imaginar la casona en la que el autor de
“Historia universal de la infamia” se inspiró. Recomendamos empezar desde la
estación de trenes de Constitución y enfilar por Garay en busca de ese tiempo y
el espacio y todas las cosas del cosmos reunidas en una.
10. Librería Clásica
y Moderna
Para terminar la ruta borgeana, propongo visitar una
librería (si las huellas de Borges pueden atraparse, no hay mejor lugar para
hacerlo). Puede ser La Ciudad,
en Galería del Este, a metros de su casa de Maipú que fue como su segunda casa;
El Ateneo, ex teatro Gran Splendid, en Santa Fe 1860, una de las librerías más
impresionantes y bellas del mundo –la segunda más linda, según el diario inglés
The Guardian, y que por cierto J.L.B. no conoció-; o bien Clásica y Moderna.
Esta librería, situada en Callao 892, es más que una librería. Es un bar, café
y espacio cultural donde los libros saltan del papel a través de sus autores,
quienes dan conferencias, charlas –que Borges también brindó–, presentaciones
de libros, espectáculos escénicos y musicales. Este pequeño pero hermoso
espacio asemeja un aleph interactivo dignísimo, sin duda, para cerrar con
broche de oro esta subjetiva ruta. Porque para ir tras las huellas de Borges
sobran rutas, tantas como sus laberintos.
Nota de la revista Cielos Argentinos
Fuente : Infonews
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