Entrevista Revista Mercado 1978
¿Quién no se precia de conocer a Jorge Luis Borges? ¿Quién
no ha leído o, por lo menos, no se ha informado sobre sus libros? ¿Quién no se
ha sentido perplejo, divertido, y aun espantado ante sus opiniones?
Seguramente ningún escritor argentino ha trascendido como él
los límites del arte al que pertenece para convertirse en un mito; en alguien
de quien es más lo que se fábula que lo que se descifra. De este modo, intentar
una entrevista al poeta ciego es casi una maniática facilidad de la que ni los
lectores, ni el periodista, ni él mismo salen sin padecer —cada vez con mayor
frecuencia— un fastidioso desencanto, producto de las repeticiones a que uno y
otros se ven obligados durante improvisados y fragmentarios diálogos. Acosado
por la compulsión de los interrogatorios, empujado a responder con ingenio,
precursor de frases escandalosas, del retruécano o la charada, Borges
cómodamente, ha podido hacer de esa obsesiva persecución pública una delirante
forma literaria. Así se ha dado la paradoja de que un escritor de su
profundidad metafísica aparezca como un niño terrible, un reaccionario, un
elitista, un anárquico y, sobre todo, un burlón consuetudinario que ha generado
no pocas oposiciones.
A esta altura no se sabe ya quién es o cómo es el verdadero,
el íntimo Borges. Acaso los buenos lectores puedan ir descifrándolo a través de
sus poemas o sus cuentos; pero no cabe duda de que el arte es una misteriosa
metáfora y que de pronto también el lector tiene necesidad de conocer al hombre
concreto, al que va envejeciendo y no tuvo hijos y es ciego; el que solo en su
casa, tantea con su bastón los anaqueles de la biblioteca o recita para sí,
entre las cuatro paredes, una cuarteta del Martín Fierro o una enigmática saga
nórdica.
En verdad, un reportaje a este hombre podría reinventarse,
plagiarse o imitarse, como también cualquier artesano habilidoso puede
falsificar la obra de un genio. En su caso, el artilugio quedaría impune porque
Borges, aun sabiéndolo, no reclamaría y fingiría no saber.
Hechas estas necesarias aclaraciones, entramos a la casa.
Afuera la lluvia es copiosa y él la oye caer mientras permanece sentado en un
sillón clásico. El mobiliario es oscuro y austero, y las piezas de plata, con
su relumbre, hablan del pasado de los Borges.
En la cocina está Fanny, la correntina, única habitante de
la casa que acompaña la soledad del escritor desde la muerte de su madre,
Leonor Borges. También está Beppo, el gato blanco que sigue a su amo por todos
lados y que se desliza mimosamente sobre sus zapatos. Acaso falte decir que la
lluvia ha puesto triste y fastidioso a Borges: los viejos techos de su
departamento dejan filtrar al interior hilitos de agua que Fanny trataba de
controlar colocando algún jarrito estratégico sobre el piso.
El poeta estaba allí, solo, esperando con timidez y dignidad
un nuevo interrogatorio, de modo que sólo restaba entregarnos para que nos
confiara sus reflexiones y nos aproximase a un Borges al que solamente conocen
unos pocos.
MERCADO — Es una gran desgracia ser ciego, sin embargo en
usted esa desgracia pareció obrar como estímulo para la creación. En general
eso ha ocurrido siempre en el arte. Están los casos de Cervantes, Tolouse
Lautrec, Höderlin, Beethoven, Proust, Emerson... que padecieron carencias,
disminuciones físicas y fueron grandes creadores. Milton era ciego y también
está la leyenda de Homero.
BORGES — Es bastante incómodo serlo, aunque creo que
finalmente la ceguera ha influido en mi imaginación. Dependo de excelentes
amigas como María Kodama y Anneliese von der Lippen porque en vez de escribir
debo dictar. Además yo no reparo casi nada en esos detalles que les suelen
preocupar a los otros. Hace un rato, al entrar, usted me decía que afuera
llovía muy fuerte y yo recién ahora me doy cuenta de esa situación. Quiero
decir que no encuentro diferencias entre lo que se llama realidad y el sueño.
Piense que a raíz de mi ceguera paso horas en entera soledad y entonces me
entretengo en urdir historias sin tener otro contacto con el mundo que mi
imaginación.
MERCADO — Precisamente, Borges, se ha discutido tanto eso de
si un escritor debe ser un hombre de vida intensa, exuberante. En su caso hay
más bien una inquieta inmovilidad.
BORGES — Macedonio Fernández me dijo alguna vez que si él se
tendía al mediodía, en el campo, sobre la tierra y cerraba los ojos y
comprendía, distrayéndose de las circunstancias que nos distraen, podría
resolver el enigma del universo. Además, a lo largo del tiempo, los hechos
esenciales que les suceden a todos los hombres son pocos. No creo que haya
demasiados hechos posibles. Estoy haciendo un cuento fantástico acerca de eso,
se llama "La memoria de Shakespeare". No le voy a revelar el
argumento pero el tema es que los hechos importan menos que el uso que uno hace
de ellos. Quiero decir, los materiales con los cuales se alimenta la
imaginación no son tan importantes como la utilidad que nos prestan. No creo
que un hombre deba ir a buscar los hechos esenciales porque nos van a ocurrir
igual y están dentro de uno. Más que hechos, hay imaginaciones distintas.
MERCADO — ¿Usted no cree en que la literatura se haga con
información, verdad?
BORGES — Me
acuerdo de aquellos versos tan lindos de Elliot: "Where is the Wisdom / we
have lost in knowledge / where is the knowledge / we have lost in
information"... "Dónde está la sabiduría / que hemos perdido
en conocimiento / dónde está el conocimiento / que hemos perdido en
información..." ¡Qué raro! unos versos tan lindos hechos con palabras
abstractas. Fíjese, detrás de aquella frase hay toda la tradición de los
escolásticos. Por ejemplo, Platón decía que sobre los hechos uno puede tener
información pero que la verdad se refiere a los arquetipos, a algo más
importante, ¿no? Con respecto a los versos de Elliot, suenan tristes...
MERCADO — Probablemente, Borges, tristeza o melancolía haya
siempre en los poemas o los versos.
BORGES — Hay una explicación muy fácil: la felicidad es un
fin en sí. Cuando uno se siente feliz, esa misma felicidad está justificándose,
no necesita continuarse, está conquistada. En cambio la tristeza pesa sobre uno
y hay que hacer algo con ella, transformarla, enriquecerla, no sé, puede ser un
buen material para el arte. Ciertos fracasos, la nostalgia, la pena, son para
la alquimia del poeta que debe trasmutarlos. Además quizá convenga que el
artista sea triste porque encuentra la felicidad en la obra. Hay unos versos de
Manuel Machado, tan olvidado actualmente: "Qué importa la vida/ que ya
está perdida/ y después de todo/ qué es eso la vida/ cantando la pena / la pena
se olvida..." Mire usted cómo caen esos versos, como si el poeta los hubiera
dejado caer sin darse cuenta. No sé si las penas se olvidan, pero en todo caso
ya no es sólo la pena sino también el uso que se hizo de ella, el destino
estético que el poeta le ha dado.
MERCADO — Da la impresión de que la poesía es mucho más
autobiográfico, más intimista que la prosa, que el relato y que el cuento. En
un poema se ve más al autor, más elocuentemente, quiero decir. Hay una poesía
suya, "El remordimiento" que a quienes la leyeron les impresionó por
lo autobiográfica.
BORGES — Sin embargo es uno de los poemas que considero más
flojo. Aunque no sé, posiblemente alguna emoción deje traslucir. A mí,
personalmente, me parece que no es bueno porque lo escribí a los tres días de
la muerte de mi madre y estaba demasiado cerca de la emoción? En el famoso prólogo
de "Las baladas líricas" de 1798, se dice que el mejor momento para
la creación poética es el de la emoción recordada en la serenidad. Y creo que
es cierto, porque cuando a uno le sucede algo, está como aniquilado, deshecho y
es difícil componer un poema sin desprenderse de esa contaminación. Luego,
después, uno suele recordar los hechos y es a la vez el espectador y el actor,
un desdoblamiento que permite transformar esa emoción sin la torpeza de la
inmediatez. Además, está lo que usted dijo, que la poesía es casi una íntima
confesión. El cuento, en cambio, exige otro proceso al elaborarse. Ahora que
estoy escribiendo ese cuento, pienso que tal vez resulte difícil terminarlo. A
mí se me ocurrió hace muchos años en Estados Unidos y tal vez se haya enfriado
y no salga bien. Aunque el argumento creo que es interesante y pienso que puedo
ejecutarlo. Quizá sea el mejor cuento que yo escriba y también el último.
MERCADO — ¿Porqué, piensa en la muerte Borges?
BORGES — Cuando mi madre cumplió noventa y ocho años me
dijo: "se me fue la mano". Y yo ahora, el veinticuatro, estoy por
cumplir setenta y nueve y creo que también se me fue la mano. Pero no tengo
temor a la muerte, ya he vivido. La gente tiene temor a esa palabra porque cree
que si uno muere va a ser castigado o premiado en el más allá. Yo creo en lo
absoluto de la muerte, se que moriré enteramente en cuerpo y alma. Es raro, es
en lo único absoluto en que creo. Heráclito el solitario, el oscuro, tiene una
cita: "El camino ascendente y descendente es el mismo" ¿Es hermosa,
verdad?
MERCADO — Es un hermoso refugio, después de todo. Usted, que
suele refugiarse en los recuerdos, Borges, ¿qué significan para usted? El
tiempo, la acumulación de emociones, de hechos, lo que se va.
BORGES — Pensaba en eso los otros días. En un poema que
podría llamarse "El Forastero". Por el solo hecho, de que voy a
cumplir setenta y nueve años y vivir en Buenos Aires, yo ya soy un forastero.
Porque yo nací en otra ciudad del mismo nombre pero ya no soy aquél y la ciudad
es otra. Yo vivo entre edificios y gente que desconozco y ahora que estoy
diciéndole esto a usted siento que quizá pueda hacer ese poema, ¿no cree?
(Borges espera mi asentimiento, hace una larga pausa como si quisiera dictarlo
allí mismo pero ha debido contenerse)
Una amiga me dijo el otro día que yo usaba un lenguaje
arcaico, claro, como yo estoy todo el día hablando y conversando con Leonor,
uso las palabras de hace medio siglo. Percibo las diferencias con el idioma que
hablan ahora los argentinos. Y también las diferencias con otras cosas: creo
que no reconocería actualmente el jardín de plantas, el botánico, porque lo que
recuerdo yo es una quinta. Y si sigo caminando, sin proponérmelo, tropezaría
con el arroyo Maldonado, aunque sé que ha sido entubado, pero no importa, mi
memoria visual evoca el arroyo, las casas bajas, el tranvía tal vez. También me
pasa con la cara de mis amigos, que me gustaría saber cómo son. Pero tampoco sé
qué cara me saluda en el espejo. Yo no sé que cara tengo ahora, vivo
imaginándome cómo era antes. Mariana Grondona me dijo: "¡qué suerte
tenemos tus amigas que nos ves como éramos hace veinte años! "¿Quién sabe
no? A lo mejor han mejorado. Sé que he ido borrando los recuerdos penosos,
desagradables, he decretado una suerte de abolición de malos recuerdos. Además
todo hombre que va envejeciendo se va alejando del presente, deja de entenderlo
y ni siquiera le interesa.
MERCADO — Sin embargo usted ha reparado siempre en
situaciones límites del hombre, no se ha desinteresado por su circunstancia aunque
se haya mostrado escéptico o descreído. Se ha pronunciado contra el nazismo, o
la mecanización del hombre o ciertas confusiones históricas...
BORGES — Bueno, he dicho alguna vez que Rusia, Alemania,
Italia, han apurado hasta las heces el beneficio de esa panacea universal que
llamaron nazismo. Los resultados, se sabe, fueron el temor, la brutalidad, la
delación y la ignorancia. Últimamente estamos mirando, lamentablemente, hacia
dos países enteramente mediocres: Estados Unidos y Rusia. Cuando he dado clases
en Universidades de Norteamérica he notado una completa ignorancia en los
alumnos. En una materia como literatura yo estaba por referirme a Bernard Shaw
y toda la clase aceptó desconocerlo. Hay allá una manera estúpida de tomar
exámenes a través de computadoras. Al alumno se le hace una serie de preguntas
—siempre tienen que ser impares, alguna debilidad de la máquina, supongo— y si
contesta bien tres sobre cinco, digamos, aprueba el examen. Para mí eso es
inaceptable. Creo que tengo alguna experiencia sobre el mundo que he vivido y
puedo afirmar que antes, hace cincuenta años, los hombres tenían una mayor
propensión al diálogo vasto, a anudar charlas donde se diferenciaran matices y
se propusieran ideas. Yo recuerdo haber estado reunido largamente con un
conservador, un comunista o un anarquista como yo (pongamos por caso) y no
discutíamos sobre eso. Probablemente creíamos que la política no debía ser
endiosada hasta el extremo de proponerla como la salvación del género humano.
Seguramente, se trataba de una actitud sabia que ahora se ha ido perdiendo.
MERCADO — Tal vez el hombre de nuestra época ha apostado
esperanzado a la política, a la economía, a la tecnología.
BORGES — Cuando llegué a Suiza en 1914 y pregunté quién era
el presidente nadie lo sabía. ¿Qué sabios, no? También aquí, mi madre paseaba
con mi abuelo Azevedo por la calle Florida y se detenían a charlar con
Sarmiento o Mitre sin que la gente se detuviese, porque no consideraba que
ocurría nada importante. Es que ocupar un cargo oficial no significa nada,
absolutamente nada en sí mismo. Los políticos son actores o, como decía Bernard
Shaw, "los políticos son un poco canallas".
Un rey, cuando hereda el poder, hereda todo y puede muy bien
ser un caballero. En cambio, una persona que se dedica a congraciarse con la
mayoría de sus conciudadanos, que recorre todo el país haciendo promesas,
sobornándolos con ellas, no me resulta sincera. Leyendo una biografía de
Lincoln escrita por el gran poeta norteamericano Carl Sandburg, que es un libro
escrito a favor de Lincoln, he descubierto cosas bastante horribles. Por
ejemplo, poco antes de ser elegido presidente pronuncia un discurso en Boston
sobre el tema de la esclavitud y dice: "todo norteamericano nace
libre". Quiere decir: se pronuncia a favor de la igualdad. Pero después,
él tiene que hablarles a los electores de Alabama, en el sur y entonces allí le
recriminan aquella actitud. Lincoln, con habilidad les responde: "todo
norteamericano nace libre, sí, pero debo agregar que si dos razas tienen que
convivir, la raza inferior tiene que estar supeditada a la superior." O
sea, aquí se declara partidario de la esclavitud y eso no me parece una actitud
muy honorable.
MERCADO — Probablemente, en política, se piense que un fin
justifica los medios.
BORGES — Tal vez sí. Esa frase, ese concepto se le atribuye
a los jesuítas. Sin embargo he leído una defensa acerca de eso. Dice que Pascal
lo usó mal, que no quiere decir que todos los medios son buenos y el fin es
justo. Significa que si el fin es lícito, los medios también son lícitos
siempre que no sean censurables. Desde el momento en que los medios que se
utilizan se ensucian, el fin también está sucio.
MERCADO — Siempre se percibe en usted un entusiasmo o un
respeto por esos, países pequeños de Europa, como Suiza.
BORGES — Sin embargo no los tomamos como ejemplo. Países
cultos, educados, sin ambiciones de potencia ni de poderes exagerados, que sólo
se proponen formar comunidades de hombres relativamente felices, fatalmente
humanas. Estados Unidos es una gran potencia e individualmente es muy poca
cosa. Ellos son demasiado gregarios. Como ve soy un individualista y creo en
los individuos pero no en los gobiernos. Siento realmente que miremos hacia
países tan mediocres. Tanto en Estados Unidos como en Rusia hay esclavos: en
uno, voluntarios y entusiastas. En el otro, que desean rebelarse.
MERCADO — Acaso, esa propensión a mirar hacia los grandes
países tenga que ver con la inclinación del hombre hacia las invenciones
tecnológicas, el progreso científico. Por ejemplo, usted que ha sido
contemporáneo obligado de tantos descubrimientos y transformaciones, ¿qué
piensa de la llegada del hombre a la
Luna? Un acontecimiento que pareció cambiar la concepción del
hombre en muchos aspectos.
BORGES — ¿Usted cree en ese cambio? Cuando los astronautas
pisaron la Luna
yo me emocioné mucho, derramé lágrimas, creí realmente, inocentemente, haber
sido contemporáneo de un hecho trascendente desde el punto de vista espiritual,
pero tal como ha sucedido con las computadoras, ese hecho se ha convertido en
uno de tantos que sólo sirve para denigrar al hombre. En cuanto a la hazaña en
sí, como aventura épica, la llegada a la Luna ahora me emociona mucho menos que un libro
fantástico de Wells. Claro, todo eso tiene relación con nuestra paulatina
separación de Europa. Nosotros somos europeos en el destierro. Hace poco estuve
allá y sentí otra vez ese flujo que se desprende de una cultura inmensa. Y,
cuando me enfrenté con Roma, ¡Oh! realmente uno recibe todo lo que surge de una
ciudad de donde hemos nacido. De alguna manera somos romanos, que hablamos una
lengua, el castellano, que es una deformación del latín. Por eso me parece
gratuito que haya quienes se ocupen de revisar supuestas raíces indigenistas en
nuestro pueblo porque lo que hay detrás es bastante desechable. Yo que he leído
y me han contado muchas cosas de malones y fortines, sé que los indios lo único
que sabían, aparte de arrasar poblaciones y matar animales, era contar con los
dedos, así, hasta cuatro, ya que el cinco les debía parecer una cantidad
inaccesible. Oscar Wilde, con sabia ironía, dijo que mejor los españoles
hubieran seguido de largo antes que descubrir América.
MERCADO — No habría existido Borges.
BORGES — Una suerte que me hubiera beneficiado, ¿no? Hoy,
precisamente, se cumplen tres años de la muerte de mi madre. Fue un ocho de
julio.
MERCADO — En muchas oportunidades se ha hablado de aquella
sutil, intensa relación que usted mantenía con su madre. Incluso se pensó que a
la muerte de la señora Leonor le iba a resultar muy difícil a usted llenar ese
vacío, perder a la destinataria de tantas confesiones.
BORGES — No sé, no me doy cuenta que ha muerto. Suelo
conversar con ella, acostumbra acompañarme sin ningún dramatismo, casi con
suave ironía. Además, cuando la imagino, la veo en los momentos felices, no
cuando Leonor estaba muriéndose. ¿Qué hora es? ¿Llueve mucho afuera?
MERCADO — Las doce y llueve bastante, Borges. Estoy leyendo
a Joseph Conrad, "Lord Jim" siguiendo su viejo consejo. El ha
perdurado y también sus admirados Shakespeare, Cervantes, Shopenhauer, Spencer.
¿Cómo imagina que lo recordarán a usted, a su obra?
BORGES — Bueno, ellos eran grandes y merecen ser recordados
pero sé que no va a quedar nada de mis libros dentro de cincuenta, setenta
años. Le digo la verdad, será una suerte que nadie se acuerde de mí. Yo guardo
la esperanza de no estar incluido en ninguna historia de la literatura porque
no creo en ellas y sé que no sirven para nada. Son puras confusiones que se
difunden con tanta rapidez por culpa de los periódicos y la radio. La gente la
escucha y se dice: tal cosa es verdad porque lo dijo la radio. Y no es ninguna
verdad. ¿Quién es la radio? Chesterton decía: "Antes estaban los
Evangelios y ahora están los medios pero no hay nada que decir".
MERCADO — De todas maneras, Borges, hay una obstinación en
la gente. Pretenden hacerlo célebre. Y también quieren saber de usted no sólo
en su obra sino por sus declaraciones.
BORGES — ¡No tengo la culpa de eso! En mis cuentos yo he
luchado para no delatar mis opiniones personales y creo que lo he logrado.
Sería difícil, a cualquier lector, pretender conocer mis opiniones a través de
mis cuentos. ¿No lo cree usted? Sé que mi literatura ha permanecido, en ese
sentido, incontaminada. No se notan las opiniones del hombre, no hay indicios
evidentes por lo menos. Además, siempre uno se contradice cuando opina, pero no
cuando escribe sus sueños. Oscar Wilde, que tuvo una vida tan desgraciada, dejó
sin embargo frases muy felices.
MERCADO — Si se buscasen indicios en su obra, digamos que
hay un tema permanente, la lealtad, la amistad. En cambio, no sé, en el amor
hay ese cuento "Ulrica" del Libro de Arena o "La Intrusa", pero me
parece menos consecuente. Un tema quizá soslayado.
BORGES — ¡Pero si yo he escrito mucho sobre el amor en mis
poemas! Pienso que el amor es un descubrimiento mutuo entre dos personas. Uno y
otro se revelan secretamente algo que los une y los vincula y los hace
protagonistas de un sentimiento que los otros no pueden compartir ni entender.
Sólo les pertenece a ellos, los enamorados, y sólo a ellos les ha sido
revelado. La amistad, en cambio, es una pasión que diferencia e identifica a
los argentinos. Es un sentimiento que no necesita, como el amor, de continuas
pruebas ni confirmaciones. Tengo pocos amigos que viven: Bioy Casares, Silvina
Ocampo, Mujica Láinez. Con él nos pasa algo raro, pero tiene que ver con la
amistad. Pocas veces nos vemos, pasan años sin vernos pero un día que yo estoy
mal o me enfermo él aparece en la cabecera de la cama todo el tiempo que sea
necesario y cuando me pongo bien, se va y desaparece. En ese rato de encuentro
hablamos de todo lo que tenemos que hablar: de literatura, de amigos,
proyectos. El y yo hacemos cosas distintas y somos distintos, pero hay algo que
nos une más allá de esa circunstancia. Creo que la amistad es superior al amor
entre un hombre y una mujer porque es desinteresada y no necesita de promesas
ni de grandilocuencias. Dos amigos no se confiesan, no necesitan hacerlo, se
comprenden. Sé que actualmente hay una moda de la intimidad totalmente
impudorosa. Todo se le achaca al subconsciente.
MERCADO — Es la época de la sicología, algunos la llaman la
del "strep-tease" o del desnudamiento. El hombre se cuestiona, quiere
saber.
BORGES — Antes se creía en el pensamiento poético, en la
magia, en la intuición. Ahora todo se le achaca al subconsciente y además dicen
que está el inconsciente. ¿Cómo puede haber algo debajo de la conciencia que es
inmaterial? No tengo ningún interés en adherirme a ese tipo de desagradables
teorías ni prácticas, prefiero seguir creyendo que todo cuanto me ocurre en mi
vida me es dictado por algún amanuense.
MERCADO — ¿El que le dicta su vida como sus cuentos, no? Es
usted una excepción en muchos sentidos Borges, pero sobre todo, que sea
conocido por sus cuentos en una época que aparece signada por la gran cantidad
de novelas y novelistas.
BORGES — ¡Oh, es cierto! nunca he sucumbido a la tentación
de escribir novelas. No siento inclinación hacia ellas ni siquiera como lector.
Hay que soportar detalles, puertas que se cierran, tediosas descripciones. Está
ese ejemplo, donde más se ven los defectos, "Madame Bovari", de
Flaubert. Además, salvo "Lord Jim", de Conrad, una novela admirable,
yo he leído muy pocas novelas. Piense usted que el "Martín Fierro" no
necesita abundar en descripciones para hacernos sentir la llanura.
"... Marchamos la noche entera haciendo nuestro camino
sin más rumbo que él destino que nos llevara ande
quiera..."
Pero claro, la novela es otra de las cosas que vienen de
allá últimamente, de Estados Unidos, los fabricantes de la pornografía, las
escenas de alcoba, las obscenidades. Los jóvenes que quieren publicar son
empujados a ese tipo de cosas o a seguir inéditos. George Moore decía: ser
sensiblero es tener éxito. Hay novelas que hasta tienen un resumen del
argumento en la contratapa donde se explica su contenido, así no hay necesidad
de leerlas. Al poco tiempo son consideradas viejas, como los periódicos. Bueno,
un cuento requiere más precisión, más rigor narrativo y sobre todo no acepta
ese tipo de concesiones del best seller, una fea y casi mala palabra, ¿no? Creo
que la novela va a desaparecer.
MERCADO — ¿Cómo explica el éxito de su propia obra, siendo
tan metafísica, tan ajena a esas concesiones argumentales de la actualidad?
BORGES — ¿Éxito?, no. ¿Por qué la gente está tan preocupada
por el éxito ahora? Cuando publiqué mi primer libro a mí no se me ocurrió
llevarlo a las librerías ni a los críticos ni a los escritores célebres. Yo
pensé que mejor los repartía entre mis amigos. Todo el mundo actualmente vive
preocupado por la publicidad, por las críticas en los periódicos, por la
bambolla que pueda hacerse alrededor de su nombre. No, no creo que valga la
pena tener éxito. Allí está lo que acaba de suceder con el Campeonato Mundial
de Fútbol. Todos juegan a que la victoria de los once jugadores les pertenece y
aceptan esa ficción y simulan no darse cuenta de que es una especie de
convención o una broma. ¿A quién se le puede ocurrir que la República Argentina
le ganó al reino de Holanda? Ni tampoco, si los holandeses hubieran triunfado,
no por eso triunfaban sobre todo un país.
Sin embargo, yo he oído festejar a la gente por la calle
como si eso que estuviera festejando fuese tan real. Mire el papel ominoso,
ridículo del presidente de Uruguay, negándose a concurrir a los partidos porque
su país no participaba. Se supone que los orientales tuvieron la oportunidad y
que jugaron tan mal que no pudieron intervenir, pero entonces ¿un presidente de
la nación se porta como un hincha de fútbol? Francamente. No creo que antes
hubiese sucedido eso en Uruguay. Bueno, también en Estados Unidos suceden cosas
horribles. Carter, suele usar cualquier método para promocionarse. Me contaron
que durante la gira antes de las elecciones, él, que tiene plantaciones de
maní, bajaba de un avión al que bautizó "The Flying Peanut",
¡"El maní volador"! calcule usted qué bello. Y además toda la escolta
vestía atuendos que representaban un maní. Sin embargo obtuvo la presidencia
del país más grande del mundo. Bueno, es bastante tarde.
MERCADO — Sé que me he excedido en el tiempo, Borges.
BORGES — ¡Tengo tanto y tan poco tiempo! Paso la mayor parte
solo aunque hoy, no sé, después de este diálogo quizá dicte a una amiga unos
versos. ¡Es tan misteriosa la creación! viene del lado que uno menos imagina.
No tiene leyes establecidas, las teorías alrededor de todo este enigma no
importan demasiado. Yo no tengo teoría estética, escribo sin proponerme nada,
en total libertad. Hace algún tiempo había decidido evitar el barroco y siento
que ahora voy retomándolo. Verlaine, que rimaba tan bien, condenaba la rima.
Quién sabe lo que pasa por el alma de un escritor cuando escribe. Rudyard
Kipling comprendió al fin de su carrera que a un autor puede estarle permitida
la invención de una fábula, pero no la íntima comprensión de su moraleja. Allí
está nuestro "Facundo", de Sarmiento, y según Groussac el libro más
montonero de nuestra literatura. Quién le hubiera predestinado a Quiroga tan
misericordioso destino: una muerte inolvidable —acribillado y apuñalado en una
galera— y contada además por Sarmiento. Es que tratándose de obras de ingenio
los propósitos del autor son lo de menos. También está el caso de Swift, que se
propuso redactar un alegato contra el género humano y dejó un libro para niños.
Como toda génesis, la creación poética es misteriosa. Yo solamente puedo
inventar mi vida, pero no sus consecuencias, ¿verdad? (Afuera la lluvia
torrencial pareció hacerse más intensa. Borges masculló alguna protesta hacia
quienes se demoraban en arreglar los viejos techos. "Bueno —dijo
recuperando el humor— esta noche me tendrán que hacer la cama en un rincón
donde no se llueva. Cuando era joven nadaba muy bien, pero ahora..." Antes
de que me retirase pidió que le buscara unos libros en la biblioteca y una vez
ubicados, él los colocaba cuidadosamente en el primer lugar de cada estante,
para tenerlos a mano cuando alguna de sus amigas viniera a leerle. Por
curiosidad anoté los títulos y autores elegidos: "Sartus Resartus" de
Carlyle, "The Works of Henrik Ibsen", "Hugo",
"Philosophy Buddist" y "The Books of sunds" de Jorge Luis
Borges, todos editados en inglés. "¿Ve usted? —murmura—, la gente cree que
he leído muchos libros y apenas si repaso, releo, siempre los mismos. Creo que
hay demasiada belleza en el mundo y que hay que defenderse de ella, yo soy
prudente con mis lecturas". La despedida le corresponde a su admirado
Joseph Conrad, que en "Lord Jim" parece acordarse de Borges:
"Su soledad acrecentaba su estatura. No había a la
vista nada que se comparase con él, como si hubiese sido uno de esos hombres
excepcionales a los cuales sólo es posible medir por la grandeza de su
fama."
Fuente : Revista Mercado
Agosto 1978
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