Fernando Iwasaki
Entre 1919 y
1920 Jorge Luis Borges vivió en Sevilla, donde sabíamos que publicó su primer
poema y militó en el Ultraísmo. ¿Pero qué otras cosas hizo Borges en Sevilla? A
través de su correspondencia y de los recuerdos de Manuel Forcada Cabanellas
descubrimos un Borges inédito, gamberro y flamencólico.
En sus
apretadas memorias -Un ensayo autobiográfico (1970), originalmente publicadas
en inglés- Borges recordó que "Pasamos el invierno de 1919-1920 en
Sevilla, donde vi impreso mi primer poema. Se titulaba «Himno del mar» y
apareció en la revista Grecia, en su número del 31 de diciembre de 1919".
Por lo tanto, el adolescente Borges perdió en Sevilla su virginidad poética y
se apuntó a todos los happenings ultraístas que organizaban los impredecibles
Isaac del Vando Villar y Adriano del Valle. Con el correr del tiempo, Borges se
arrepintió de su pasado ultraísta y no sólo eliminó de su bibliografía títulos
como Inquisiciones (1925) y El tamaño de mi esperanza (1926), sino que se
despachó malignamente contra su estancia sevillana en Un ensayo autobiográfico:
"En Sevilla me acerqué al grupo literario constituido alrededor de Grecia.
Este grupo, cuyos miembros se llamaban a sí mismos ultraístas, se había
propuesto renovar la literatura, una rama de las artes de la cual nada sabían.
Uno de ellos me dijo una vez que todas sus lecturas habían sido la Biblia, Cervantes, Darío y
uno o dos de los libros del Maestro: Rafael Cansinos Asséns. Desconcertó a mi
mente argentina el enterarme de que no sabían francés ni tenían sospecha alguna
de que existiera algo llamado literatura inglesa. Incluso me presentaron a un
talento local, conocido popularmente como el Humanista, y no tardé mucho en
descubrir que su latín era mucho más escaso que el mío. En cuanto a la revista
Grecia, su director Isaac del Vando Villar, había conseguido que toda su obra
poética fuera escrita para él por uno u otro de sus colaboradores. Recuerdo que
uno de ellos me dijo un día: «Estoy muy ocupado. Isaac está escribiendo un
poema»".
Sin embargo,
gracias a las referencias que he podido espigar en Cartas del fervor (1999)
–volumen que reúne la correspondencia que Borges mantuvo con Maurice Abramowicz
y Jacobo Sureda entre 1919 y 1928- y en el rarísimo De la vida literaria:
Testimonios de una época (1941) del argentino Manuel Forcada Cabanellas, creo
que puedo ofrecer algunas divertidas instantáneas de las correrías sevillanas
del joven Borges.
Comenzando
por las Cartas del fervor –fechadas todas en el antiguo Hotel Cécil- Borges se
dirigió así a Maurice Abramowicz el 12.I.1920: "He hecho aquí algunos
amigos, unos tipos muy amables, poetas ultraístas, fervientes adoradores de
Baudelaire, Mallarmé, Pérez de Ayala, Apollinaire, Darío... y con ellos mucho
he noctambulado, discutido, emitido juicios arbitrarios bajo los excelsos
reverberos cuyas llamas de oro me hacen pensar (ultraístamente) en Budas
fervientes que invocan la noche frondosa, he vaciado copas, inspeccionado
bailes de prostitutas, comido churros, jugado e incluso ganado a la ruleta, y
anteayer por la noche [he] visto el amanecer que se abría en una tormenta de
luz sobre el Guadalquivir y transformaba los vidrios del pequeño café donde
estábamos en raras y espléndidas vidrieras de púrpura y azul pálido". La
pregunta obvia es: ¿desde dónde contempló Borges el río a través de los
cristales, mientras bailaba el mujerío?
La primera
imagen que me viene a la mente es la de los cafés cantantes del casco antiguo,
pero hacia 1920 ya no existían ni el «Café del Burrero» de la calle Tarifa ni
el célebre «Café de Silverio» de la calle Rosario, y -en cualquier caso- desde
ninguno de los cafés del centro podía divisarse el río a través de los
cristales. No obstante, en Los cafés cantantes de Sevilla (1987), Blas Vega
-estudioso de los escenarios del cante jondo de fines del siglo XIX y de
principios del XX- nos habla de «El Berrinche», «El Sol Naciente» y «La Perla», entre otras tabernas
flamencas del Altozano, como esa «Casa Rufina» que Fernando el de Triana
recordaba nostálgico en Arte y artistas flamencos (1935). Por ello se me antoja
verosímil que a Borges le sorprendió la rasca de las madrugadas en alguna
taberna de Triana y que vio reverberar los primeros rayos del sol sobre el
Guadalquivir, entre tangos y bulerías.
Por otro
lado, Manuel Forcada Cabanellas fue un olvidado escritor argentino que no
destacó ni por su prosa ni por sus ficciones, sino por sus memorias dispersas
en libros sobre la guerra civil española o las tertulias literarias de Buenos
Aires y Madrid. En su Diccionario de las Vanguardias en España (1999) Juan
Manuel Bonet le dedicó unas líneas donde aludía a su estancia juvenil en
Sevilla, a sus colaboraciones en Ultra y Grecia y a su amistad con Borges,
Valle Inclán y García Lorca. Precisamente, sobre cómo escribía sus primeros
poemas el joven Borges, Manuel Forcada Cabanellas apuntó lo siguiente:
"Furtivamente, temeroso de ser sorprendido en cualquier instante, creaba
Borges en las floridas plazas, apuñaladas de ardientes pasiones moriscas, de la
ciudad, o por los rincones anegados de silenciosas penumbras soñolientas de su
hotel, sus primigenias inquietudes líricas vanguardistas. Un día –ya que
actuábamos desde tiempo atrás, complotados con sus familiares, de cautelosos
pesquesas- logramos arrancarle un hermoso poema -«Canción al mar»- el que
publicó Vando-Villar en la revista «Grecia», desflorando así su incontenible y
valioso estro lírico en Sevilla".
Según
Forcada Cabanellas, los ultraístas celebraban sus tertulias en el hotel de los
Borges, aunque no para atraer al joven Jorge Luis, sino a su hermana Norah:
"Con Adriano del Valle y Vando Villar iba yo con frecuencia al hotel –que
creo recordar era el «Cécil», ubicado en la amplia y cuadrada plaza de San
Fernando- en el cual se hospedaba Borges. En el «hall» del hotel, exornado con
primorosas lámparas, cerámicas y tiestos sevillanos con claveles reventones,
pasamos muchas tardes y veladas, cuyas tertulias inolvidables matizábanse con
lecturas líricas, generalmente a cargo del admirable declamador oficial Adriano
del Valle. En aquellas lecturas se alternaba con poemas de diversas tendencias
estéticas para así complacer a la entonces adolescente hermana de Georgi, la
actual fina artista Norah Borges de Torre..., que gustaba rematar por igual los
finales de Apollinaire y Max Jacob, como los de Rubén, Nervo o Verlaine, con su
deliciosa y característica exclamación argentina: «¡Oh, qué lindo, qué
lindo!»".
Una de esas
noches, Forcada Cabanellas fue testigo de cómo Isaac del Vando-Villar, Adriano
del Valle y otros gamberros del Ultra llegaron corriendo al antiguo hotel
Cécil, exhaustos y muertos de risa porque "volvían íntimamente satisfechos
de apedrear la casa y destrozar la rancia biblioteca del Cronista Oficial de la Ciudad, el entonces anciano
poeta Luis Montoto y Rantenstrauch". Entre aquellos exaltados ultraístas
también estaba Jorge Luis Borges, hecho un «cani» de la poesía ultraísta.
He querido
convocar esa imagen sudorosa y risueña del joven Borges, para comprender por
qué no fue más amable con sus vivencias sevillanas: porque aquí escribió versos
como piedras y lanzó piedras como si fueran versos.
Manuel FORCADA CABANELLAS: De la vida literaria. Testimonios
de una época, Editorial Ciencia (Rosario, 1941).
Jorge Luis BORGES: Cartas del fervor. Correspondencia con
Maurice Abramowicz y Jacobo Sureda, Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores /
Emecé (Barcelona, 1999).
Fuente : ABC de Sevilla
- 13-10-2007
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