por Juan Manuel Bonet
En el apéndice de sus interesantísimos Taccuini 1915-1921
póstumos (1987), dando cuenta de su «tournée» latinoamericana de 1926, F. T. Marinetti, en
la escala de Buenos Aires, se refiere a un encuentro con el «fidanzato di Norah
Borges», presumiblemente Guillermo de Torre, que estaba de paso. A ella la
califica de «pittrice debole» que «imita Laurencin». Y añade: «Il fratello
Borges è presente. Timido ironico con occhiali neri». Curiosa esta aparición:
Borges, del que nada se dice como escritor, como hermano de Norah, y no a la
inversa, como suele suceder.
Jorge Luis Borges: «Cuando en Ginebra o Zurich, la fortuna
quiso / que yo también fuera poeta», escribiría años después en su poema «La
luna», de El hacedor (1960). Efectivamente el aprendizaje de la pintura y de la
poesía moderna había empezado para los hermanos Borges en la neutral Ginebra,
donde pasaron, en compañía de sus padres, los años 1914-1918, es decir, los de la Primera Guerra
Mundial. Allá hojearon y leyeron las revistas expresionistas y pacifistas.
Mientras Jorge Luis traducirá algunos poemas de ese signo para las revistas
españolas Cervantes y Grecia, las maderas y los linóleos de Norah, que había
estudiado con el escultor Maurice Sarkisoff en la École des Beaux-Arts, y artes
decorativas con Madame Cateret, y en Lugano con Arnaldo Bossi, revelan
influencias similares: la de las xilografías de los expresionistas alemanes y
también de las del flamenco Frans Masereel.
Palma de Mallorca, Sevilla y Madrid fueron las ciudades
españolas donde residieron los Borges —no entro en detalles respecto de esas
estancias—, entre 1919 y 1921.
En 1919, Borges publicó «Himno del mar», su primer poema,
escrito en Mallorca, y un tanto whitmaniano, en la revista ultraísta sevillana
Grecia, cuyo director era Isaac del Vando Villar (terminaría trasladándola a
Madrid), al cual volvería a ver durante una gira de propaganda ultraísta que en
1922 condujo al futuro autor de La sombrilla japonesa a orillas del Río de la Plata, donde ya en 1919
había pregonado ese evangelio en las páginas del único número de Los raros, la
revista del «calamitoso» (Borges dixit) Bartolomé Galíndez. Otra publicación
sevillana en la cual colaboró el argentino fue Gran Guignol. Pedro Garfias y
Adriano del Valle fueron otros dos de sus amigos sevillanos. Ya en Madrid,
encontramos su firma en Cervantes,en Cosmópolis, en Reflector, en Tableros, en
Ultra... No olvidemos tampoco la coruñesa Alfar.
Siempre digo que si en una novela a alguien se le ocurre
inventar a un poeta nacido en una ciudad de provincias española, y amigo de
Federico García Lorca, de Jorge Luis Borges y de Fernando Pessoa, no nos lo
creeríamos. Pues bien, ese poeta existió, y se llamó Adriano del Valle. Nadie
más estuvo en esa encrucijada. Compañero de estudios de García Lorca en la Facultad de Derecho de
Granada, le está dedicado el citado «Himno del mar» de Borges, y en la Lisboa de 1923 tradujo al
castellano, con Pessoa, la poesía de Mário de Sá-Carneiro. Adriano del Valle,
además, pretendió a Norah, a la cual dedicó, en Grecia, dos composiciones
encendidas. Norah, por su parte, realizó una cubierta para El jardín del
centauro, poemario del sevillano que se quedó en proyecto. Era la época —otoño
de 1919— en que la familia Borges pasaba una temporada en Sevilla, en el Hotel
Cécil de la Plaza
de San Fernando (hoy Plaza Nueva), espacio urbano que encontraremos
representado en un precioso dibujo a tinta china de la pintora, aparecido en
1927 en la revista onubense Papel de Aleluyas, que codirigían Rogelio Buendía,
Adriano del Valle nuevamente y Fernando Villalón. En la vecina Córdoba, Norah
Borges visitó a Julio Romero de Torres, del cual sería luego alumna en Madrid,
en San Fernando.
En Madrid, Borges trató asiduamente, en la época en que
andaba componiendo su libro, a la postre nonato, Ritmos rojos —al cual iban
destinados poemas como «Trinchera», «Rusia», «Gesta maximalista» y «Guardia
roja»—, a otro sevillano, este madrileñizado y de una generación anterior.
Obviamente me refiero a Rafael Cansinos Assens, al cual bautizó con fórmula definitiva:
«irónico padre del ultraísmo». Fue Pedro Garfias quien a comienzos de 1920 le
presentó a Borges, en el Colonial, a Cansinos. Bellísima la composición con
Viaducto («Larga y final andanza sobre la exaltación arrebatada del ala del
viaducto», y así sucesivamente) que Borges le dedicaría al «senior», primero en
Proa en 1924, y luego en su segundo poemario, Luna de enfrente (1925); en 1964,
habrá otra, de carácter judáico, en El otro, el mismo. Siempre en 1925, uno de
los capítulos de Inquisiciones versa sobre él, y otro («La traducción de un
accidente») sobre la permanente disputa Cansinos-Ramón, mientras en El tamaño
de mi esperanza encontramos otro texto sobre la novela cansiniana en clave Las
luminarias de Hanukah. Todavía más que por su condición de profeta ultraísta,
está claro que Borges conectó con Cansinos, por el lado de lo judío. En 1922
Borges le comunica a Jacobo Sureda su entusiasmo ante El movimiento V.P., la
sátira cansiniana del ultraísmo. En 1968, entrevistado por Rita Guibert para Life,
Borges definirá a Cansinos como «alguien que ha influido mucho en mí» y como
«un judío andaluz, contemporáneo de todos los siglos».
En 1915 Cansinos había figurado, como puede comprobarse
repasando la Proclama
de Pombo —uno de cuyos ejemplares se encuentra en el ARCA, es decir, en el
Archivo Cansinos—, entre los fundadores de aquella tertulia ramoniana sabatina.
Sin embargo las relaciones entre Ramón Gómez de la Serna y él no iban a tardar
en deteriorarse. Por lo demás, Ramón nunca simpatizó demasiado con el
ultraísmo, aunque colaboró en varias de sus revistas, y aunque no pocos de los
ultraístas frecuentaron Pombo, como fue el caso de Guillermo de Torre, o del
propio Borges, que en 1925 publicó en Martín Fierro —y luego incluyó en
Inquisiciones— una reseña del segundo volumen ramoniano sobre la tertulia. En
ella constata la presencia en él, «en sus páginas hechas de filas de retratos
de pasaporte», de la silueta de «un ya perdido J.L.B. lleno de reticencias y
cavilaciones posibles». El carácter un tanto monstruosista de la tertulia, no
iba por lo demás con su carácter. «Pudoroso, reservado, demasiado bien educado
Borges no puede participar del grotesco ramoniano», escribe Saúl Yurkievich.
En 1920, Borges colaboró en la redacción de un poema
colectivo enviado desde Madrid a Tristan Tzara, y en el cual participaron
además Evaristo Correa Calderón, Pedro Garfias, Tomás Luque, Eugenio Montes,
Guillermo de Torre y el inglés L. Walton.
Otro ultraísta —más bien habría que decir: ultraizante— al
cual trató y estimó un Borges noctívago, Pedro Luis de Gálvez, que sale en su
poema «Insomnio», aparecido en 1920 en Grecia, y que es el protagonista del
hasta hace poco inédito «Pedro-Luis en Martigny», donde lo califica de «rufián
y caballero», y que le envió a su amigo suizo Maurice Abramowicz. Abelardo
Linares ha recordado cómo Borges, en el Buenos Aires de los años ochenta, le
recitó un soneto de Gálvez.
En Palma, Borges frecuentó a Juan Alomar, Fortunio Bonanova
(entonces Josep Lluís Moll), Miguel Ángel Colomar, Ernesto Dethorey y Jacobo
Sureda —qué maravilla, en Cartas del fervor (1999), las dirigidas a este
último—, a los cuales contagió el ultraísmo. Norah, por su parte, influenciada
por el pintor sueco Swen R. Westman, tiene algún bonito grabado mallorquín, y pintó
un pequeño mural al carboncillo en el Hotel des Artistes, de Valldemosa, donde
se alojó la familia, mural que se conserva hoy en Palma, en Es Baluard.
Desapareció en cambio Las campesinas de Mallorca, pintura al fresco de mayor
empeño, en colaboración con Westman, ubicada en el Hotel Continental de la
capital balear, donde la familia también se alojó. Es interesante comprobar que
la catedral palmesana inspira tanto a Borges, que le dedica un poema, aparecido
en 1921 primero en Baleares y luego —con alguna variante— en Ultra, como a su
hermana, que a partir de tan inconfundible mole realizó un grabado que en 1922
se publicaría en Tableros. También es mallorquín el pretexto de una prosa
borgiana aparecida en 1921, asimismo en Ultra, y titulada «Casa Elena (Hacia
una estética del lupanar en España)».
Norah Borges, por su parte, terminó eligiendo como marido a
aquel «fidanzato» citado al comienzo de estas líneas: a Guillermo de Torre, el
auténtico cerebro del ultraísmo, cuyo «Manifiesto vertical», aparecido en 1920
como suplemento al último número de Grecia, y reseñado no sin distancia y no
sin ironía por Borges en Reflector, había ilustrado la pintora con Barradas;
Guillermo de Torre que en Hélices (1923), su único poemario, una de cuyas
composiciones está dedicada a Borges —cuya opinión sobre el libro sería muy
negativa: ver una de sus cartas a Sureda—, había calificado nada menos que de
«fémina porvenirista» a quien fue, con Barradas nuevamente, y con Vázquez Díaz,
responsable de la parte plástica del volumen. Cuando en 1925 su futuro cuñado
publique Literaturas europeas de vanguardia, Borges lo reseñará en tono
agridulce en Martín Fierro, recogiendo luego el texto, uno más, en
Inquisiciones, que por cierto —esto es una auténtica galería de espejos— sería
reseñado por Guillermo de Torre en Alfar.
Presencia de Norah Borges, en las revistas ultraístas: Alfar
de La Coruña,
Grecia, Horizonte, Plural, Reflector, Ronsel de Lugo, Tableros, Ultra... Además
de Guillermo de Torre y de Adriano del Valle, alabaron por aquel entonces su
arte el pombiano Manuel Abril en Alfar y el propio Isaac del Vando Villar en
Grecia.
Una vez reinstalado en Buenos Aires —«más que un regreso fue
un redescubrimiento», escribiría años después en su autobiografía—, Borges se
puso a la tarea de contagiar de ultraísmo a los nuevos poetas argentinos. En
los dos números de su revista mural Prisma (1921-1922), que se pegaba en las
calles de la ciudad, incluye, junto a ejemplos de esa primerísima cosecha
ultraísta argentina (Eduardo González Lanuza, Guillermo Juan, Norah Lange,
Francisco Piñero, más naturalmente él mismo) y chilena (Salvador Reyes, Rafael
Yépez Alvear), poemas de los españoles Pedro Garfias, José Rivas Panedas,
Jacobo Sureda, Guillermo de Torre y Adriano del Valle. De la biblioteca de
Adriano del Valle procede la colección de Prisma que compré para el IVAM. En
cuanto a Proa —Borges quería haberla llamado Inquisición—, durante su primera
etapa tipográficamente era copia literal de Ultra de Madrid. Pero poco a poco
Borges va arrumbando la poética ultraísta. Aunque en 1926 figura como coautor
con Alberto Hidalgo y con Vicente Huidobro, del maravilloso Índice de la nueva
poesía americana, hoy sabemos que el papel principal de articulador del mismo
le correspondió a Hidalgo.
Reencuentro paralelo, por parte de los dos hermanos, con la
ciudad natal. Paralelismo subrayado por la definitiva cubierta que Norah le
puso a Fervor de Buenos Aires (1923), el primer —y genial— poemario borgiano,
fruto de ese reencuentro, y la obra maestra en verso de la generación
martinfierrista, dentro de la cual muchos otros poetas iban a intentar esa
conversión del callejero, y especialmente del callejero suburbial, en materia
del poema, algo que ya había intentado, con resultados notables, el
posmodernista y prosaísta Baldomero Fernández Moreno en Ciudad (1917). En el
libro hay un poema, «Arrabal», dedicado a Guillermo de Torre. También de Norah
sería, dos años después, la cubierta del segundo poemario de su hermano, el ya
citado Luna de enfrente.
En Europa, uno de los primeros en detectar y decir, en términos
entusiastas, la importancia de Fervor de Buenos Aires fue Ramón Gómez de la Serna, que al año siguiente
de su aparición lo reseñó en Revista de Occidente, mientras Enrique Díez-Canedo
hacía otro tanto en el semanario España. Cansinos, por su parte, reseñaría
conjuntamente ese libro y Luna de enfrente, en un ensayo recogido en el tercer
tomo (1927) de La
Nueva Literatura. Ramón evoca al Borges que se sienta en los
divanes de Pombo, y enseguida surge Norah: «Jorge Luis se me presenta siempre
unido a su hermana Norah, la inquietante muchacha con la misma piel pálida del
hermano y como él perdida entre las cortinas, atisbando las cosas de la noble
casa de los Borges», y así sucesivamente. Ramón manifiesta su deseo de ir a
comprobar si existe, dentro de Buenos Aires, ese Buenos Aires borgiano. Ramón,
por lo demás, iba a publicar, en 1932, en el primer número de Arte, la revista
de la SAI, un
excelente texto sobre una Norah recién reintegrada a la escena madrileña. Ramón
siempre había esperado, para escribir sobre la pintora, ese momento: conocer
Buenos Aires, de donde por lo demás había vuelto enamorado de Luisa Sofovich.
Familiarizado ya con las calles y plazas de la gran metrópolis austral, se
siente capacitado para escribir sobre la pintora que la reinventa en sus
cuadros y en sus grabados. De destino porteño él mismo a partir de 1936, en
1945 Ramón publicaría en Losada una monografía sobre Norah, que es como una
ampliación de ese texto de 1932, incorporado por cierto al libro, al igual que
su reseña de Fervor de Buenos Aires. Ramón considera que Norah había empezado a
encontrar el camino de su retorno al país natal con Romero de Torres.
Si como vemos para Ramón Fervor de Buenos Aires hizo nacer
su deseo de conocer la capital argentina, y la pintura de Norah quedó por
siempre asociada para él a su descubrimiento de la misma, es interesante leer
en ese contexto un texto borgiano de 1925, aparecido en un suplemento color
naranja de cuatro páginas, publicado por Martín Fierro con motivo de un
anunciado viaje argentino del madrileño, que finalmente no se produjo porque
Ortega y Gasset, que iba a haberlo acompañado, desistió del mismo. Los
restantes colaboradores de aquel suplemento fueron Francisco Luis Bernárdez,
Alfredo Brandán Caraffa, Arturo Cancela, Macedonio Fernández, Oliverio Girondo,
Ricardo Güiraldes, Alberto Hidalgo, Evar Méndez, Sergio Piñero hijo y el
arquitecto Alberto Prebisch. Interesante, sobre todo, comprobar que Borges
«porteñiza» a Ramón. Reproduzco a continuación este texto poco conocido, titulado
«Para el advenimiento de Ramón»:
«De cierto genovés (que para congraciarse con Paco Luis,
nació a medias en La Coruña),
dicen que descubrió el continente. Se ha exagerado mucho la cosa. Carriego
descubrió los conventillos, Bartolomé Galíndez el Rosedal, yo las esquinas de
Palermo con instalación de puestas de sol, Lanuza cualquier pájaro. De Luis
María Jordán se afirma que es el inventor de la siesta. La entereza de América,
sin embargo, está por descubrir y el descubridor ya es Ramón y el doce de octubre
de veras caerá este año en agosto.
Lo sabremos todo por él. Por él sabremos la querencia del
Ángel que en los instantes más perdidos del alba, atorra por el corso del
Cabildo y se roba las serpentinas para los venideros arcoiris. Por él sabremos
que Santos Vega no ha muerto, pero que está tan lejos, tan hundido en la
incansabilidad de la pampa, que el rumor de su guitarreo llega a nosotros
disfrazado de brisa y pone ansiosas y carnales las noches. Por él sabremos que
ese resplandor en las tardes no es la puesta del sol, sino las crenchas rojas
de Norah Lange, que vive en el oeste. Por él sabremos el influjo del organito
en el acriollamiento y en el canto de los gorriones gringos. Por él sabremos
que la gran Cruz del Sur no es otra cosa que un velorio pobre, de barrio. (Él
te dirá el milagro que habrá visto tu novia para tener los ojos tan lindos.)
Por él sabremos el renegrido secreto que ha emboscado en su barba renegrida
Horacio Quiroga. Por él sabremos de qué aburridero de qué aula, de qué verso de
Rojas sale ese tedio que recarga los domingos urbanos. Por él sabremos que
volverá a la presidencia Irigoyen, pues tiene la complicidad no solamente de
los hombres, sino también de las cosas de Buenos Aires: de los zaguanes, de las
verjas, de las camas donde se engendra, del patio. Todo eso y mucho más ha de
revelarnos Ramón, el hombre de ojos radiográficos y tiránicos, solo asemejables
a los que tuvo ese otro debelador de esta América: don Juan Manuel de Rosas».
En 2009, la recientemente desaparecida May Lorenzo Alcalá,
gran estudiosa de la modernidad rioplatense, publicó, en Eudeba, un buen libro
—su último libro— sobre Norah Borges: La vanguardia enmascarada, en el cual, a
la hora de abordar lo que pertinentemente designa como las «cartografías» de la
pintora, analiza una carta de 15 de diciembre de 1925, en la cual Norah le
cuenta a su novio cómo es su barrio: «Te envío otro mapita de los alrededores
de casa, donde anduve hoy con Elenita. Hay rincones divinos, casas antiguas,
jardines con palmeras que bajan hasta el río, antiguas iglesias, casas
modernas, estilo colonial. Una tiene una ventanita de reja que da a un jardín
donde se pasea un pavo real. ¿Me dejarás llevarte por ahí y mostrarte todo?». Y
a continuación, un plano dibujado, en que concreta lo anunciado en esta lista.
Además del amor por la ciudad natal, los hermanos
compartieron el amor por Montevideo, «el Buenos Aires que fue», en definitivas
palabras de Borges, que escribió sobre la pintura de Pedro Figari, y que fue
amigo de muchos escritores uruguayos, destacando Ildefonso Pereda Valdés,
retratado por Norah en el frontispicio de su mejor poemario, La guitarra de los
negros (1926), que sería reseñado en Martín Fierro por Borges, dedicatario de
una de las composiciones y futuro epiloguista, con un gran texto, de la
imprescindible Antología de la moderna poesía uruguaya (1927) del mismo autor.
Entre los cuadros que prefiero de la pintora, su encantador Montevideo (1929).
Ese uruguayismo no pasaría desapercibido a los ojos de Ramón. En su artículo para
Arte, Ramón ve a Norah «subida en las terrazas de Buenos Aires y Montevideo».
«Recorriendo las calles perdidas de Buenos Aires, paseándome por los barrios
dulces de Montevideo, me daba cuenta de cómo había sido interpretado por Norah
lo idílico de aquellas luces», y así sucesivamente, con enumeración de barrios
porteños, y nostalgia de Madrid y Cádiz: «Me sentía en Carabancheles de antaño,
mezclados a un poco de Andalucía, a algunos hotelitos de la Caleta».
Mi primer viaje a Buenos Aires, septiembre de 1990. Un día
borgiano: mañana con Norah Borges, almuerzo con Adolfo Bioy Casares en La Biela, y cena con María
Kodama en Mondrian, el desaparecido restaurante que fue propiedad de Alejandro
Manara. En su apartamento de la calle Paraguay, Norah Borges me recibe rodeada
de cuadros, de grabados, de libros... Hablamos de Madrid, de Sevilla, de
Córdoba y de Romero de Torres, del ultraísmo. Pero salvo de Adriano del Valle y
de Guillermo de Torre, no me cuenta casi nada de los ultraístas españoles, de
algunos de los cuales citaba sin embargo versos. «Pero usted ¿conoció a los
ultraístas?». «Tenga usted en cuenta, joven, que en aquella época, las
señoritas... no íbamos al café».
Fuente : Nueva Revista número 136
Enero 2012
No hay comentarios:
Publicar un comentario